Opinión

Salmones: una nueva amenaza transgénica

Con bombos y platillos se anunció que la Agencia de normas alimentarias (FSA) había aprobado la liberación del salmón transgénico

Con bombos y platillos se anunció que la Agencia de normas alimentarias (FSA) había aprobado la liberación del salmón transgénico, un pez que crece a una velocidad vertiginosa, pues en 18 meses logra lo que a un salmón natural le toma 3 años, al manipular su hormona de crecimiento.

Desde 1985, se ha generado gran cantidad de peces transgénicos, al seleccionar algunos genes, para construir un diseño específico (genotipo). A los genes seleccionados se les incorpora información, para lograr la expresión de las características deseadas en el genoma del organismo receptor, mediante vehículos moleculares; se trabaja en la hueva.

Según Gasca (2006), el comercio pesquero pasó de 18 millones de toneladas, en los años 50, a 90 millones en los 90; por ello y el aumento de la población humana, se creó el salmón transgénico. Se ha tratado de vender la idea de que la piscicultura contribuye al desarrollo sostenible y minimiza el impacto en los ecosistemas marinos; así, el cultivo de ciertos peces puede incrementarse en la producción mundial, incluso sobrepasando a la naturaleza marina.

El salmón denominado”New animal drugs” por la Agencia de Drogas y Alimentos (FDA) es el primer animal genéticamente alterado aprobado para el consumo humano. Su modificación genética radica en que el pez puede producir, durante todo el año, la hormona de crecimiento, similar a la insulina. Los salmones convencionales generan esta hormona solo en los meses de verano; dicha capacidad se interrumpe en los meses de invierno, ya que la energía se destina a la supervivencia. Aqua Bounty, compañía dueña de los salmones genéticamente modificados, usa un procedimiento biotecnológico para interrumpir el mecanismo fisiológico natural. Lo hace combinando dos genes seleccionados, una proteína de la hormona de crecimiento del salmón real del Pacifico y secuencias de ADN de la proteína anticongelante de una anguila del Ártico, para insertar el resultado en el salmón atlántico de uso comercial (Varela, 2015).

Los salmones no son los únicos animales modificados genéticamente pues, desde los 80, se intervinieron también ratones, conejos, ovejas y cerdos; sin embargo, su uso estaba confinado a experimentos de laboratorio.

Los riesgos de consumir salmones transgénicos van desde la toxicidad, alergias y otros efectos de interacción genética, hasta hoy desconocidos, en la salud humana. Desde el punto de vista de la supuesta inocuidad en humanos, ya se tiene antecedentes de peligrosidad con trazas de hormonas en los pollos, por cánceres y esterilidad.

En cuanto a riesgos ambientales, la FDA no tiene experiencia con el salmón transgénico; para su aprobación, no se consultó ni al Departamento de Agricultura de los EE.UU. (USDA) ni a la Agencia de Protección Ambiental (EPA). Se consideró poco probable que los salmones se escapen de sus piscinas en Panamá y sobrevivan en un entorno salvaje; si se diera, generaría un desastre en la especie por disputa de hábitat, cruce y pérdida de singularidad genética. No se puede garantizar que esto no suceda porque las huevas modificadas se producen en Canadá y de allí se transportan.

Hay impacto en la biodiversidad marina pues el salmón modificado se alimenta con harina de pescado. La conversión alimenticia relacionada con el peso del salmón y la harina es de 1,2 kg a 1,4 kg de alimento seco por kg de peso; esto se traduce en 4 kg de pescado extraído del mar por cada kg de harina. El problema de las piscifactorías es que deben transferirse los recursos proteicos del mar (otros peces) a las plantas de cría. Socioeconómicamente, como la pesca de subsistencia está destinada a elaborar concentrados para producir un producto “gourmet” para un mercado de países ricos, lejos de garantizar una seguridad alimentaria, arrasará con los recursos pesqueros de los países productores (Varela, 2015).

Respecto del tema de patentes, las que protegen estos salmones fueron creadas para satisfacer la ambición desmedida de corporaciones; lejos de erradicar el hambre en el planeta, representan un mercantilismo inescrupuloso.

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