Opinión

Pueblo sin valor: polí(ticos) sin temor 

¿En serio quedan en Costa Rica aquellos sumisos que necesitan que les escupan semejantes frases para percatarse de ese, el más absoluto y anodino, desprecio hacia lo que somos colectivamente: pueblo?

Mi primera reacción fue, posiblemente, idéntica a la suya. Primero, indignación; luego, impotencia, para dar paso a la fría confirmación de algo bien sabido: a los polí(ticos) criollos les resbala la ciudadanía. Ese componente del Estado que, más llanamente, terminan llamando pueblo.

La gente como usted o como yo, que un periodista reconvenido en ministro dio en llamar “los de a pie”, y un nobel expresidente prefirió rebautizar como “caracoles”, debemos saber que no sumamos en la calculadora de esas moliendas en que se convirtieron los partidos políticos y sus agentes secundarios (llámense: presidentes, diputados, ministros, alcaldes, y de ahí “pa’ bajo”, toda la retahíla de alineados, mensajeros, “espalda ‘e bisagra” y navegantes de agua dulce que militan mayoritariamente y terminan siendo los únicos sobrevivientes de la rapiña politiquera).

Sin embargo, la “sorpresa”, como reflejo a las declaraciones de tan pintoresca diputada liberacionista, no cabe en la reacción de ningún ciudadano mínimamente serio. Al menos no a estas alturas, después de tanto “palo” que ha recibido el pueblo, como estamento político basal.

Quiero decir: ¿a quién podría sorprenderle un “la clase política no le tiene miedo al pueblo” si antes hubo un “que piensen mejor el voto la próxima vez”?, o siguiendo al mismo autor aquel “es diferente verla venir que bailar con ella”. Ni qué decir de unos reiterativos y cínicos “no me acuerdo”, seguidos de unos tamales lacrimógenos dignísimos de aquella herencia que se resume en un “me los comí en confites”, que adoquinó el camino de “consultorías” cínicas.  

Eso sí, ya lo de “ropita de bebé” es asunto de otra galaxia. Por cierto, solo comparable con aquel más contemporáneo “somos estúpidos, pero no idiotas” o el “yo no sabía” del penúltimo ministro de hacienda que tantas fallas y tan caros huecos nos legó.

La clase política, que insulta consuetudinariamente al soberano como componente sociojurídico del que abreva, no es un sinsentido novedoso. Ese es, precisamente, el punto que me impongo subrayar, desde que una diputada como Yorleny León quedó fielmente retratada, además, por su propia gracia e iniciativa, como fiel representante de un statu quo al que no le quedan olores ni dolores de pueblo.

Pero lo que más enerva no es que una diputada como ella, con sus antecedentes, compañías, limitaciones, alineamientos y ni que decir colores, dijera algo así en el foro más formal (teóricamente) y representativo (aún más teóricamente) de esta República, a saber: el plenario legislativo. Escenario que, por lo demás, no solo integra, sino que retrata tan fielmente la diputada León. 

En todo caso, lo que realmente sorprende, enoja y desquicia es que aún resten ciudadanos léase: mayorcitos de edad que necesiten que se los griten de esa forma en la “puritica” cara, para reconocerse en el espejo del maltrato y la ignominia política.

Eso es lo que, al menos a mí, realmente me vuela los sesos: que de pronto empiece el corte masivo de venas, sin que esos mismos “cortavenistas” caigan en cuenta de que aquí, al menos en ese selfi de “nuestra” clase política, cortesía de esa “leona del pueblo”, nada es nuevo. Allí no media mayor creatividad ni hay grito fundacional alguno en tan enternecedora confesión, de la fugaz diputada liberacionista.

¿Realmente a alguien le hacía falta que la portaestandartes de un diputado como Benavides, en semejante jungla legislativa, expresara lo que sotto voce ya todos sabíamos?

¿Acaso no bastaba con la prueba catedralicia de un proyecto que conculca, menosprecia, denigra, secuestra, acalla, intimida, proscribe e imposibilita el derecho político más fundamental en democracia: el de ejercer oposición en su expresión más desesperada, que es lo que, a fin de cuentas, representa la huelga? 

¿En serio quedan en Costa Rica aquellos sumisos que necesitan que les escupan semejantes frases para percatarse de ese, el más absoluto y anodino, desprecio hacia lo que somos colectivamente: pueblo?

Eso sí: quedan dos venganzas cívicas. Primero, que la indignación y la impotencia cedan frente a la certidumbre de unas elecciones municipales que, dichosamente, están a la vuelta de la esquina y representan el mejor marco para ejercer una dulcísima pero sobre todo útil y oportuna venganza: no vote ni por el PAC, ni por el PLN ni por el PUSC. Tampoco por RN. Todos ellos, incubadoras de esos insultos políticos que he enlistado, así como de otros tantos que preferimos olvidar. No malbarate su voto en esos nidos de tantas afrentas a la inteligencia y la integridad, pues no debemos obviar como ese pueblo al que empezarán a temerle solo cuando los reconceptuemos como antónimos de la democracia y los dejemos de alimentar con nuestros votos. ¡Nuestros poderosísimos votos!

Segundo, toca romper el monopolio de los partidos políticos, que es la venganza más estructural y duradera que podamos orquestar, precisamente, como pueblo menospreciado. Esto pasa por la construcción de un frente cívico que demuela esa represa antidemocrática que representan, hoy por hoy, los partidos políticos en Costa Rica. Liberando así, mediante la habilitación de candidaturas independientes, ese sufragio que ha sido condonado por tanto tiempo y con tantísimo menosprecio.

He ahí la llave de torque de una revolución política civilista en nuestro país: habilitar candidaturas independientes. Así de simple y así de complicado e implicante.

Suyo es el voto. ¡Úselo! Como suya es su voz. ¡Álcela! Y suyo es ese teléfono. ¡Difunda! Busque, reaccione, indígnese, reenvíe y déjese de pendejadas.

No obstante, si usted es de los que sigue a los mismos periodistas de siempre, que sirven de altavoces a los mismos políticos de siempre y está esperando que sean los viejos de siempre los que vengan a resolver los mismos problemas de siempre, entonces este artículo quizás no iba dirigido a usted, a quien le sentarán mejor las palabras de Yorleny León y ad lateres citados. Es decir, si a usted no le insultan esos conceptos verticales que aquí he rememorado, ni lea ni difunda. Simplemente aplauda como foca y vote por colores, jingles y noticias pagadas. Como siempre.

Pero si somos de los “mismos”, entonces precie su voto en estas próximas elecciones municipales y ni qué decir en las nacionales que pronto vendrán también  y cuídese de no rendirle homenaje a los “otros”, a esos tontos útiles que integran, cuan zombis, a ese “pueblo” del que jamás nos sentiremos parte los insumisos.

Ese pueblo remolón y adocenado que los políticos de siempre conocen, como el lechero a su rebaño, al que después de ordeñar, torea de lado, escupiéndole la cara, mientras les repite: “no les temo”.

Desde hace mucho tiempo me asombra que sigan agachándose mansamente las afiladas cacheras ciudadanas y desviándose resignadas las miradas cívicas hacia el suelo, donde yacen los despojos comunitarios, que ya casi nos llegan al cuello. 

Sirva de síntesis mayéutica: ¿por qué lecheros sin honor habrían de temerle a un rebaño sin valor?

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