Opinión

¿Por qué usar lenguaje inclusivo?

A finales del año pasado, el Consejo Superior de Educación le notificó al Ministerio de Educación Pública (MEP) su intención de eliminar el uso del lenguaje incluso para respetar a la institución colonial de la Real Academia de la Lengua Española. Se pretende derogar los términos “persona estudiante” y “persona docente” y utilizar el uso genérico masculino. Dicha solicitud se encuentra empantanada por varios decretos ejecutivos que impiden la discriminación hacia la población LGTBI. Sin embargo, ya en la asamblea Legislativa personas diputadas de la República hicieron un llamado a la eliminación de dichos decretos para que la reforma pueda avanzar.

Las escuelas y colegios tienen un rol fundamental no solo en la formación académica formal de las personas estudiantes, sino que también en la construcción social de su identidad y en el descubrimiento de formas de vida libres de opresión. Por lo tanto, el sistema educativo público no debería de excluir a ningún tipo de estudiante, y nombrar, respetar y reconocerles. Con esta intención, en este pequeño artículo, queremos sintetizar los avances de la ciencia psicológica sobre las consecuencias que tiene el uso del lenguaje en las personas.

Definimos como lenguaje sexista el conjunto de prácticas comunicativas (orales y escritas) que ponen de manifiesto a través de la lengua una representación desigual de los géneros (Sczesny et al., 2016). Por ello, el lenguaje es una forma más en la que se reproduce la asimetría de poder entre hombres y mujeres en la sociedad. Pero, al mismo tiempo, el lenguaje es constitutivo de la realidad y, como tal, interviene directamente en la construcción social del género (Butler, 1990). O lo que es mismo, el lenguaje sexista no sólo es consecuencia de las desigualdades de género existentes, sino que también es causante de ellas, lo que otorga al lenguaje inclusivo una enorme potencialidad a la hora de combatirlas.

La discriminación en el lenguaje se observa a través de cuatro fenómenos principales (Sau, 2001): la invisibilización (simplemente ellas no constan); la exclusión (se las omite abierta y deliberadamente); la subordinación (aparecen como objeto pasivo en la comunicación); y la desvalorización (se las considera inferiores). La forma de asimetría más extendida es el uso del masculino de manera genérica para referirse a hombres y mujeres en situaciones en las cuales no se conoce el género, no ha sido especificado o hay presencia de ambos grupos. Es una práctica lingüística que ignora sistemáticamente a un género en favor de otro, por lo que esta asimetría lingüística supone la invisibilización y la exclusión de las mujeres del acto comunicativo.

La crítica feminista argumenta que el masculino genérico hace a las mujeres, sus derechos, intereses y logros invisibles, y apoya una visión del mundo fundamentalmente androcéntrica en la que el hombre es presentado como la norma y la mujer como la desviación de dicha norma. Investigaciones empíricas demuestran que el masculino genérico evoca un sesgo masculino en las representaciones mentales de las personas que leen o escuchan, de manera que ante su uso es más frecuente pensar en hombres que en mujeres (Sczesny et al., 2016).

Numerosas investigaciones, empleando diferentes metodologías, confirman este sesgo de género, poniendo de manifiesto que tras la exposición al masculino genérico la accesibilidad de pronombres, sustantivos y nombres propios masculinos fue mayor que la de los femeninos. Y esto se ha encontrado también en el contexto escolar. Por ejemplo, la estimación de mujeres que hacían las/os niñas/os en profesiones estereotípicamente masculinas era menor cuando el nombre de la profesión se presentaba en masculino que cuando se presentaba en femenino y masculino (Vervecken et al., 2013,); el masculino genérico provoca una evaluación más positiva de los hombres como candidatos para puestos de liderazgo, mientras que cuando se utiliza el lenguaje inclusivo hombres y mujeres son evaluados como igualmente apropiados/as (Horvath & Sczesny, 2015).

Más allá del sesgo que supone el masculino genérico sobre nuestra visión de mundo, el uso de esta asimetría lingüística tiene un impacto real sobre la vida de las mujeres, por ejemplo, condicionando sus aspiraciones en el ámbito laboral. La descripción de un ambiente de trabajo en masculino genérico (vs. en lenguaje inclusivo) provoca un mayor sentimiento de ostracismo en las mujeres tanto de manera directa (Stout & Dasgupta, 2011) como de manera indirecta a través de una menor identificación con la tarea/el trabajo y un menor sentimiento de pertenencia (de Lemus & Estevan-Reina, 2020). Así mismo, las mujeres muestran mayores intenciones de postularse para puestos de trabajo descritos en lenguaje inclusivo que en masculino genérico (Sczensy et al., 2016).

La reforma en el uso del lenguaje en el MEP que pretende llevar a cabo el gobierno de Rodrigo Chaves es una de las tantas manifestaciones de cómo los sectores conservadores quieren impedir el avance de las luchas de las mujeres y de la población LGTBIQ+ alrededor del mundo. La ciencia psicológica ha brindado evidencia del beneficio que tiene el uso del lenguaje inclusivo. Independiente de si el decreto avanza o no, el conservadurismo de este gobierno no nos podrá impedir cómo nombrarnos. La lucha de las mujeres y de la población LGTBIQ+ ha venido cambiando nuestra forma de entender la realidad y cómo nombrarla. Estos avances no podrá detenerlos el Consejo Superior de Educación, ni el gobierno de Rodrigo Chaves, que en vez de estar velando cómo proteger a las personas estudiantes, hoy lo que está haciendo es atacándolas. Seguiremos avanzando en la defensa de nuestros derechos y de cómo nombrarnos. El conservadurismo no nos detendrá, todo lo contrario.

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