Opinión

¿Por qué creemos en dios y lo tomamos como real?

Vemos una nube y le atribuimos forma humana, observamos una montaña y pareciera que tiene el perfil

Vemos una nube y le atribuimos forma humana, observamos una montaña y pareciera que tiene el perfil de un rostro humano, miramos formas en la madera y juramos que hay personas ahí. El viento suena y decimos que alguien está haciendo un sonido. Se mueven unas ramas y preguntamos quién anda ahí. Los seres humanos poseemos un sistema llamado mecanismo hipersensible para la detección de agentes, que nos hace ver a otros individuos en todas partes.

La computadora falla, nos enojamos con la máquina y le reclamamos su “intención de perjudicarnos”. En un juego de fútbol la bola pega en el poste y el narrador le atribuye ser “caprichosa” y en la gradería le “recuerdan la madre” a la pelota. Caminando descalzos por nuestra casa nuestro pie patea accidentalmente el borde de la cama y acto seguido maldecimos a este mueble por “agredirnos a propósito” mientras brincamos del dolor. Se nos quema el pan en el horno y mandamos este aparato al infierno por arruinarnos la mañana intencionadamente.

Eso ocurre porque las personas tenemos una capacidad denominada teoría de la mente, que sirve para atribuir estados mentales tales como creencias y deseos a otros, que podemos aplicar incluso a objetos inanimados.

En otros casos, nos enfrentamos a una situación dolorosa y triste y nos la “explicamos” como la voluntad del dios en el que nos enseñaron a creer. Se muere un ser querido y rezamos por su “alma”, la cual consideramos capaz de sobrevivir a la muerte del cuerpo y ser independiente de este. Nos curamos de una gripe antes de lo esperado y le agradecemos a los cielos por el “favor concedido”. Logramos aprobar un examen difícil y le damos “gracias infinitas a dios”.

Eso es porque las personas disponemos de una gran habilidad para el pensamiento mágico, que nos hace inventar seres y entidades sobrenaturales y atribuirles influencia causal sobre lo que vemos y lo que ocurre en el mundo.

Las personas solemos tomarnos a nosotras mismas como la medida de todas las cosas, de hecho que los sistemas de medición tuvieron como su primer referente al propio cuerpo humano, que sirvió como modelo para dimensionar tamaños, distancias, proporciones y crear sistemas numéricos. Este fenómeno se extendió también para explicar el origen de todas las cosas, llevándonos a atribuir a seres como nosotros la creación del mundo y de la vida. A esta visión basada en nosotros mismos como el centro del universo se le conoce como antropocentrismo.

Luego de atribuir a seres como nosotros el origen de todo, les dimos también sus propias historias. Esto no habría sido posible sin nuestra gran capacidad de creatividad y de lenguaje simbólico que nos permiten narrar historias, crear personajes ficticios en ellas y reflejar emociones, valores e ideas diversas dentro de estos relatos. Así fue como dimos origen a las mitologías con las que intentábamos dar sentido a nuestro mundo.

Posteriormente pudimos “explicar” todas nuestras invenciones debido al pensamiento deseoso (wishful thinking) que pone a nuestro deseo como justificación de una creencia. Opera pensando que como se desea mucho que dios exista y sea omnipotente, entonces tiene que existir y ser omnipotente. Y para mantener nuestras creencias mágicas disponemos del sesgo de confirmación, una estrategia cognitiva para elegir solo aquellas partes de información que apoyan nuestra creencia y dejar de lado todo lo que no la respalde.

El mecanismo hipersensible para la detección de agentes, la teoría de la mente, el pensamiento mágico, el antropocentrismo, la capacidad narrativa, el pensamiento deseoso y el sesgo de confirmación, constituyen habilidades mentales muy desarrolladas en los seres humanos, que forman la base de nuestras creencias religiosas. Sin estas capacidades cognitivas nuestras creencias religiosas no podrían existir.

Aunque estas capacidades son de gran ayuda para crear cultura y constituyen bases que permiten el desarrollo de sociedades como las que conocemos, también es cierto que nos pueden llegar a generar confusiones, conducir a cometer juicios erróneos, actuar de forma etnocéntrica, ignorar hechos objetivos, tomar decisiones con base en autoengaños o tratar de imponer a la fuerza una determinada visión de mundo.

Las capacidades cognitivas humanas son impresionantes y aunque son muy útiles también nos pueden generar problemas, como cuando creamos una realidad alterna que después nos es difícil de separar de la realidad fáctica y material. Estamos tan mediados culturalmente que a veces nos puede ser difícil distinguir entre ficción y realidad.

Conceptos como el dinero, los países, los dioses, las leyes o las marcas están tan incorporados en nuestra realidad cotidiana que fácilmente olvidamos que no son más que ficciones humanas con base en las cuales organizamos nuestra vida social.

Si bien es cierto que las creencias religiosas fueron fundantes en el origen de la cultura y la civilización humana, también lo es que constituyen lastres primitivos que nos pueden hacer mucho daño y dificultar tomar las mejores decisiones; incluso pueden ponernos en grave peligro.

El renacimiento y la ilustración mostraron que el pensamiento mágico-religioso era insuficiente para comprender la realidad, pero no lograron desvanecer los espejismos que nos creamos. ¿No será hora ya de que, aprovechando las tecnologías de infocomunicación y los avances de las ciencias cognoscitivas, nos tomemos en serio esta tarea inconclusa que hace parte de la emancipación humana? Será difícil movernos hacia una civilización más avanzada mientras sigamos atados al mismo sistema de creencias y pensamiento en el que se basó el oscurantismo.

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