Opinión

Otro insulto

No soy politólogo y, respecto del Medio Oriente, mejor que más de un especialista me… oriente.

No soy politólogo y, respecto del Medio Oriente, mejor que más de un especialista me… oriente. Pero, pese a una doble ignorancia, quiero evocar aquí sendas líneas de pensamiento, en términos humanistas:

Evoco primero al director musical de nombre Daniel Barenboim, cuyo apellido, cada vez que se pronuncia por aquí, hasta por radio universitaria, lo deforman tanto… como el mío, a tal punto que al oído parecen confundirse –tengo una colección de dos docenas de maneras en que se me ha irrespetado mi apellido–. Pero voy a algo más importante: este director musical nació en Buenos Aires, ciudad bastante más cosmopolita que nuestra aldea. Si además tiene pasaporte argentino, español, israelí y palestino, es por su perenne actitud, con el arte como estandarte. Ha dirigido con esmero casi legendario en las principales plazas musicales del mundo. Pero, además, lleva en serio el mensaje en la línea de Schiller, con el voto utópico de que “todos los humanos serán hermanos”, como majestuosamente canta la novena sinfonía de Beethoven al final.

De origen judío, este combatiente artístico, en un discurso ante el Knesset (el parlamento de Israel) en 2004, pronunció un discurso donde describía la declaración de independencia de aquel país como “una fuente de inspiración que da pie a creer en ideales.” De hecho, consciente de la problemática del Medio Oriente, con Edward Saïd, Barenboim creó la West-Eastern Divan Orchestra, la cual reúne a jóvenes músicos árabes y judíos.

Pero, en esta parte neurálgica del globo, desde hace más de medio siglo, las cosas no se están arreglando. Contrario a la implícita promesa aludida, recientes medidas tomadas en el citado parlamento apuntan en claro hacia un apartheid de hecho contra sectores árabes de la población. Al respecto, Barenboim acaba de dejar clara su postura de “tener vergüenza de ser israelí”, puesto que “el principio de igualdad y de valores universales se ve sustituido por nacionalismo y racismo”. Es más, pregunta: “¿la independencia de uno tiene sentido se efectúa en detrimento de los derechos fundamentales de otro?”

En segundo lugar, pongo lo anterior en conexión con una película excelente que me ha impresionado fuertemente. Se trata de El insulto, proyectada hace poco en el país. A partir de un insignificante incidente, en Líbano, entre un cristiano hebreo y un palestino refugiado, trabajando ilegalmente, a fuerza de tozudez de cada uno, en un contexto cargado con décadas de conflictos abiertos o latentes entre grupos humanos por allá… pues se desemboca en una escalada increíble, pero que resulta real al cuadrado. Es más, se amplifica con ramificaciones históricas y adquiere envergadura nacional, allá.

Aunando las dos líneas de expresión artística, aplaudo entonces sobremanera la valentía del músico Daniel Barenboim y del director cinematográfico Ziad Doueiri por comprometerse con producciones de alto nivel estético, que, a su vez, incitan a pensar en lo frágil de la convivencia humana. Que los políticos israelíes saquen conclusiones: otra vez están insultando a parte de su propia población.

 

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