Opinión

Oscurantismo electoral

Los resultados de la primera ronda electoral del 4 de febrero muestran un peligroso retorno a etapas históricas cargadas de miedo, intolerancia, dogmatismo_y_represión_a_la_libertad_de_conciencia

Los resultados de la primera ronda electoral del 4 de febrero muestran un peligroso retorno a etapas históricas cargadas de miedo, intolerancia, dogmatismo y represión a la libertad de conciencia, que creíamos superadas.

El detonante inició con la llamada “Marcha por la vida”, el pasado 3 de diciembre, convocada por los sectores más conservadores de la Iglesia Católica y grupos fundamentalistas evangélicos. El pretexto era la defensa de lo que llaman “la familia tradicional”; sin embargo, se trataba más bien de una manifestación de odio contra las parejas del mismo sexo y del rechazo a las guías educativas del Ministerio de Educación pública (MEP) sobre la Afectividad y Sexualidad Integral, etiquetadas irresponsablemente bajo el término de “ideología de género”, expresión que no pudieron aclarar ni los curas ni los pastores dirigentes de la marcha. Recordemos que esta fue la última de varias marchas organizadas con anterioridad con el mismo objetivo, esta vez con propósitos electorales.

El 9 de enero la Corte Interamericana de Derechos Humanos se pronuncia a favor de garantizar a las parejas del mismo sexo el matrimonio igualitario; de ahí en adelante comenzó una auténtica guerra de fanáticos ultraconservadores contra los principios de igualdad y no discriminación establecidos en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, la cual subraya que “Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos”. La homofobia está sustentada en el prejuicio y en el rechazo del “otro” como diferente, miedo irracional del cual se nutren también el racismo, el sexismo y la xenofobia.

Este clima de odio que inició en los púlpitos cristianos, cuya tarea principal debería ser la prédica del amor, levantó la figura de un predicador evangelista representante del Partido Restauración Nacional, nombre que no es casual ante los objetivos perseguidos. Restaurar significa restablecer algo que ya existía y que había sido reemplazado, conservar y restaurar mediante la vuelta a un estado previo que se considera mejor. Se trata de un regreso a períodos oscurantistas de la historia.

Recordemos la barbarie cometida en el nombre de Dios durante la Edad Media, cuando los fieles se convirtieron en rebaños sin derecho a protestar ante la verdad absoluta que emanaba del Estado, aliado con los pontífices de turno. El fanatismo se entroniza como negación del derecho a disentir y por lo tanto a pensar, pues “si el otro no cree en lo que yo creo no tiene derecho a existir”. Las guerras de religión destruyen a infieles y a culturas diferentes. Las brujas que osaban salirse del dominio patriarcal eran condenadas a la hoguera; el inquisidor que se creía el verdadero enviado de Dios era quien decidía la tortura o el sacrificio de herejes y brujas; y en nombre de lo que consideraban impuro quemaban a infieles y homosexuales.

En el caso de nuestro país, es lamentable escuchar a fieles de estos grupos religiosos pidiendo “muerte a los homosexuales” y repitiendo textualmente palabras de sus líderes contra la mal llamada “ideología de género”. El desnivel entre pastores y feligreses convierte a los segundos en simples depositarios de la voluntad de sus líderes, lo que los lleva a negar su libertad de conciencia y a aceptar pasivamente su sometimiento. Muy lejos están estos grupos de superar estereotipos para tomar conciencia de que la discriminación por motivos de género, impuesta culturalmente, se convierte en violencia hacia las mujeres, o para comprender que la educación sexual es parte de los derechos humanos de la juventud. No es casualidad que el representante de Restauración Nacional prohíbe a los que él llama sus diputados, y asume como propios, aceptar entrevistas o participaciones que no hayan sido de antemano avaladas por él. El fundamentalismo no puede ceder a sus derechos de manipulación sobre su feligresía. El oscurantismo atenta contra la democracia, ya que considera a la gente incapaz de conocer la verdad de los hechos, en este caso sobre los problemas reales que está enfrentando el país. De última hora, el candidato evangelista ha prometido –incluso– si llega a la Presidencia, eliminar el decreto ejecutivo que vela por el respeto a los derechos de la población LGBTI. Con lo que continuaría así la “santa cruzada” por la flagelación de los herejes al mejor estilo del régimen totalitario nazi en el siglo pasado.

Los orígenes de este fanatismo religioso en el continente se inician en la década de los setenta y se exacerba a principios de los ochenta, con la creación del “Instituto de Democracia y Religión” en Estados Unidos, en abril de 1981. El propósito era financiar la creación de sectas religiosas en América Latina para detener los movimientos sociales de la época. En el caso de Costa Rica, fuimos testigos de su penetración en el movimiento popular, con particular fuerza entre los trabajadores agrícolas de Limón y el Pacífico Sur. Muchos dirigentes se retiraron de los sindicatos a cambio de ayudas económicas permanentes en víveres y vivienda. El mensaje fundamentalista se fue expandiendo mientras la teología de la liberación también perdía terreno en el continente gracias a la alianza entre el Gobierno de Reagan y el Vaticano.

El poder económico del evangelismo ha permitido desde entonces la compra de voluntades y el secuestro de la libertad personal entre los sectores más pobres del país, en una Costa Rica que ha venido aumentando la desigualdad social. Los dirigentes religiosos han alimentado durante muchos años un terreno fértil para imponer una censura permanente mediante un peligroso moralismo conservador con una visión represiva de la sexualidad y una concepción homofóbica y patriarcal de la sociedad. En el nombre de Dios y de la fe, se promueve el odio y la intolerancia y se anuncia la llegada de un Estado teocrático donde no haya distinción entre la religión y la política.

No podemos dejar de señalar la complacencia del Tribunal Supremo de Elecciones ante la mezcla de propaganda política y de las creencias religiosas del Partido Restauración Nacional durante la primera ronda electoral, en detrimento de lo que señala nuestra Constitución Política. En este sentido transcribo las palabras de un sacerdote de la orden de los dominicos: “El uso de la autoridad religiosa para inducir el voto dando apariencia ética a la intención electoral nos ha preocupado…”

Finalmente, en el nombre de Dios se han cometido muchos crímenes contra la humanidad. Precisamente uno de los más connotados escritores de nuestra época, José Saramago –premio nobel de literatura– tuvo grandes detractores en el Observatore Romano, periódico vaticano, más por su ateísmo que por su obra literaria. Esto motivó al teólogo español Juan José Tamayo a salirles al paso: “Saramago ateo hizo la más bella definición de Dios que he oído o leído nunca y que dice así: ‘Dios es el silencio del universo, y el ser humano, el grito que da sentido a ese silencio”. Este, nos dice el autor, “es el mejor antídoto contra el Dios violento y contra la violencia en el nombre de Dios”.

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