Opinión

¿Nostalgia humanista?

Ahora, “cuando llega el arrabal de senectud” como señala Manrique, el vate medieval, puede ser que yo sucumbe a la mirada por el retrovisor.

Ahora, “cuando llega el arrabal de senectud” como señala Manrique, el vate medieval, puede ser que yo sucumbe a la mirada por el retrovisor. Pero no es nostalgia la que me invade, sino estupor por el cambio y angustia por lo que queda de la idea de “universidad” que ayudé a construir.

Todo empezó aquel día reciente cuando yendo a devolver un libro a la querida biblioteca Carlos Monge me topé con una mortecina columna de huelguistas, muchos con banderas rojas, guiados al compás de un monótono tambor: hace medio siglo, cuando el legendario mayo 68, en mi universidad de Flandes vi manifestaciones de ideas, debates, discusiones y disquisiciones. Después, ya algo más mayorcito, en la Complutense de Madrid, recuerdo la “gristapo” (una especie de Gestapo, pero en uniformes grises), los carros botijas y la caballería montada… Y a pesar de ello había lucha de ideas, por los Cuadernos para el diálogo, la revista Primer Acto, de José Monleón, y la revista Ínsula, por allí de la Puerta del Sol. Había espíritu de lucha contra Franco.

En Valdivia y Valparaíso, en ambientes universitarios de mis convulsos años chilenos de 1972 y 73, supe de estudiantes y colegas detenidos por sus ideas, vi pirras de libros al mejor estilo medieval e hitleriano, supe de torturas y de una lacra infra-humana (si es que lo anterior es “humano”): las “desapariciones”.

Pero en esta Arcadia tropical ahora prevalece la somnolencia, el pasivo-pacifismo, una huelga “activa” (¡vaya!), una suerte de laisser faire… mientras se desangra la República, la institucionalidad. A aquel vociferante en el llamado pretil le parecerá muy progre hablar con verbosa lengua inclusive contra el Presidente –constitucionalmente elegido, que yo sepa– que como borrego debería aceptar que la gentuza le falta el respeto: ¡qué lejos estamos del folklórico incidente en que al presidente don Cleto lo atropelló alguien en bicicleta!

Pues sí, confieso que me invade la melancolía de los años setenta y ochenta, cuando no faltaron huelgas y nuestro sindicato era dirigido por la digna Marielos Giralt: de otro calibre intelectual era, dejando al tonto de turno haciendo malabares “artísticos” y hasta escenas de nudismo en el pretil. Íbamos a los auditorios a escuchar conferencias magistrales de grandes (mi amigo Láscaris, Rose Marie Karpinsky, Roberto Murillo, el maestro Isaac Felipe Azofeifa…): el auditorio Abelardo Bonilla sigue ostentando esa placa del pensador centro-americanista que incitada a dar un sentido a la vida, pero la gente ya no se fija. La discusión de ideas se prolongaba en la Soda Guevara, donde, bajo el lema de Marx, tratábamos no solo de conocer, sino de transformar el mundo.

Mundo aquel, en que se leía y la librería del Dante, ¡amigo argentino, che!, tenía las tablas del piso a reventar por el peso de los libros, que se compraban… Porque las fotocopias, las llaves mayas y ediciones digitales son regalos posteriores, grandemente inaprovechados por no digerir el material: se perdió la capacidad de leer como costumbre, críticamente, se evaporó el hábito de llevar lápiz para subrayar en los volúmenes, en el periódico que entre varios consultábamos… porque contenían más texto que imagen; ahora por esos predios universitarios y alrededores solo se devoran pizzas. Las ideas se divulgaban por la Radio y el Semanario, ambos universitarios de verdad, ahora ambos en lucha por subsistencia y renovación en el abanico de posibilidades. Los Estudios Generales lo eran en sentido integral, humanista del término; y donde ahora hay microondas, venta de camisas y chucherías había una librería repleta de libros de alto nivel…. con filas para comprar. ¡Tiempos aquellos!

 

 

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