Opinión

No existe la mística laboral

En reiteradas ocasiones, cuando me hablan de sentirse identificados con el sitio de trabajo, me dicen que “es importante tener mística”.

En reiteradas ocasiones, cuando me hablan de sentirse identificados con el sitio de trabajo, me dicen que “es importante tener mística”. De inmediato, en mi mente se cuelan imágenes de aquellas antiguas películas policíacas donde una señora con poderes extrasensoriales contactaba al difunto e identificaba al homicida, la imagino siempre mirando su bola de cristal para conocer el futuro, mientras los directivos o jerarcas se enorgullecen de contar con ella.

Cuando tratan de convencerme de que en el trabajo se necesita mística, pienso si será como tener médico de cabecera, un buen dentista o hasta un entrenador en el gimnasio, y me pregunto si a esa mística la tendrán en planilla o si le pagarán por servicios profesionales, si los empleados la verán con cita previa o si hará sesiones grupales.

La mística es tan citada y tan poco conocida que cuando la mencionan en discursos machoteros creen estar hablando de convicción o compromiso. Pero así como la mística no es una médium, tampoco es un modo de vincularse con el trabajo.

Siendo precisos, con “mística” nos referimos a un contacto con lo divino y trascendente, que escapa a la lógica humana; sin embargo, cuando usan esa palabra evidentemente no están refiriéndose a la vida espiritual de los empleados. Si de verdad quisiéramos decir que a los trabajadores les falta mística, quizá la solución sería prenderles una velita, poner incienso o repetir algunos mantras.

A las cosas es mejor llamarlas por su nombre para evitar malentendidos: si los trabajadores de una organización están comprometidos con su trabajo, hay que decirlo de esa forma, si no lo están, también. Si se quiere dar a entender que lo más importante es amar el trabajo, pues habrá que dar buenas razones para amarlo, porque en estos casos la fe ciega no funciona.

Si lo que quieren decir es que la labor se ejerce de forma íntegra o con ética, no hay que atribuirlo a la mística, porque eso es como diluir un quehacer consciente en una fuerza de la que no tenemos control.

Yo no trabajo con mística. Me gusta lo que hago y me esfuerzo por hacerlo bien porque sé la importancia que tiene, pero eso no tiene nada de místico; es decir, no lo envuelve un misterio más allá de la comprensión racional.

Por una razón inexplicable –posiblemente mística– se ha generalizado el uso de esa palabra para hablar de una especie de vínculo entre la persona y su trabajo, de un apasionamiento descomunal, de amor por la empresa.

Pero si no podemos negar la importancia de que toda persona esté comprometida con la función que realiza, tampoco me arriesgo a afirmar que este vínculo persona-trabajo llegue a ser una experiencia extraterrena. Es más, entre más terrena sea la experiencia laboral, entre más cercana a sus semejantes y a la realidad, mejor será para todos.

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