Opinión

El mundo al revés

Le debemos a Zygmunt Bauman, sociólogo polaco-estadounidense, la feliz metáfora de caracterizar los tiempos que vivimos como un proceso  de “licuefacción”

Le debemos a Zygmunt Bauman, sociólogo polaco-estadounidense, la feliz metáfora de caracterizar los tiempos que vivimos como un proceso  de “licuefacción”, entendiendo por tal el rompimiento de todos los vínculos, desde los estatales e institucionales, hasta los más subjetivos, como el  afecto entre las personas. Toda la solidez heredada de la Modernidad, parece desvanecerse como témpano de hielo ante los implacables rayos del sol, y a la humanidad se le ha plantado enfrente una amenazadora sombra de inseguridad, incerteza y fragilidad.

Rasgos universales de ese proceso –y a partir de este momento toda la responsabilidad de lo dicho, es de quien escribe estas líneas- , lo configuran grandes temas: el resurgimiento fortalecido de las derechas políticas extremas, con el retorno al sentimiento nacionalista tribal en medio de un mundo supuestamente globalizado;  la fobia a cualquiera que se perciba como diferente ya sea migrante, sexualmente diverso, o simplemente pobre, como nos lo recordaba un día de estos la eminente y querida Adela Cortina; o bien la urgencia de atender un calentamiento global que solo la imbecilidad más acabada puede seguir negando; o, en fin, el atizar guerras aquí y allá, con pretextos ideológicos o religiosos, cuando lo que está de por medio es el control de las exhaustas energías planetarias que nos quedan, con tal de sostener un modelo de desarrollo económico inviable.

Pero concedo que esos grandes temas escapan a mi conocimiento y pericia, razón por la cual quisiera echar una mirada más inmediata, si se quiere doméstica, al entorno que nos rodea y encontrar la sintomatología que advierte Bauman en esta pequeña aldea mesoamericana. Se trata de ejemplificar algunos  mensajes explícitos que, aunque ilógicos, ilegales o absurdos, se han vuelto parte del paisaje cotidiano,  y ya los vemos con absoluta normalidad y los tenemos totalmente incorporados. Estaríamos, sin embargo, frente a fenómenos altamente corrosivos para la convivencia y el mantenimiento de los vínculos,  con un mínimo de seguridad intersubjetiva.

  1. “¿Con factura o sin factura? “ Ya sabemos que la evasión fiscal es uno de los deportes preferidos por los ticos. Esta compulsión atraviesa todo el espectro y estamentos sociales. Puede darse en servicios básicos como talleres de reparación o restaurantes de toda índole, pero la cosa empieza a ser grave cuando se trata de servicios profesionales liberales y es el abogado, el médico, el psicólogo,  el psiquiatra,  el arquitecto, etc., quienes nos obligan a pagar en efectivo y sin el correspondiente recibo. Nada de cheques o tarjetas, ¡no señor!  Dinero contante y sonante o búsquese a otro. No puede dejarse huella alguna. Y cuando llegamos a los que realmente tienen fortunas, según lo dicho por el propio Ministerio de Hacienda, nos encontramos con que 25 de las empresas más grandes de este bendecido país, no tributan, alegando ausencia de ganancias o francas pérdidas; o nos topamos con ríos de dinero que evaden pagar lo mínimo refugiándose en paraísos fiscales y bancos off-shore. ¿Puede  diferenciarse esto del crimen organizado? Téngase presente que median bufetes “especialistas en inversiones”, gabinetes de contadores –por cierto nacionales y extranjeros-, verdaderos magos capaces de hacer desaparecer una manada de elefantes con unos cuantos teclazos; y todo con el objetivo de sostener redes debidamente estructuradas para sustraer y distraer bienes, caudales y valores.  Esto último es realmente un crimen de lesa sociedad, que violenta todo sentido comunitario, de equidad y justicia. No es posible pretender servicios públicos de calidad y un desarrollo económico adecuado para todos, si mantenemos estas pautas irresponsables y disolventes.
  2. “Esta propiedad no está en venta”. Por absurdo que parezca, son cada vez más frecuentes rótulos como este,  advirtiendo que un bien inmueble no está a la venta. Detrás hubo una estafa o al menos una tentativa. Detrás está un Registro Público que ya no brinda las seguridades de antaño y detrás están verdaderas bandas de notarios,  ¡a los que les hemos dado fe pública!, capaces de resucitar muertos, hacer comparecer a extranjeros con años de ausencia, o cambiar de identidad al mismísimo Papa. Estas organizaciones criminales demuestran una gran capacidad profesional para realizar hasta cinco traspasos notariales debidamente anotados en un mes. La controversia ha llegado a los más altos tribunales de la República, pero no ha habido una puesta real de acuerdo. Mientras, con el antecedente de la jurisprudencia del antiguo Tribunal de Casación Penal, la Sala Tercera ha optado por darle prioridad al dueño original de la propiedad que ha sido despojado, la Sala Primera sigue privilegiando la fe registral y al adquirente de buena fe. El resultado final, independientemente de las buenas razones que tengan unos u otro tribunales, es una enorme inseguridad jurídica y un descrédito para las instituciones encargadas de controlar la legalidad y rectitud de los traspasos notariales.
  3. “Se hacen tesis”. La volatilidad de las instituciones y acuerdos sociales básicos ha invadido lo académico. No digamos el hecho cierto de “profesionales” con licencia a los dos o tres años de realizar estudios en centros de dudosa calidad. Me refiero a ese rótulo que pulula en postes de luz eléctrica, muros y edificios anunciando la posibilidad de que el estudiante se gradúe con tesis hecha a su medida. El efecto social tendrá que ser devastador. Con seguridad tanto o más peligroso que construir casas al lado de un río o al pie de una montaña fracturada por las lluvias. La ciudadanía está a merced de supuestos profesionales que pueden dañar irreversiblemente su propiedad, su salud, su libertad y hasta su dignidad humana. Debemos reconocer -porque la situación resultaba ya insostenible-, que el Colegio de Abogados, al obligar a un examen de colegiatura, algo importante está haciendo por detener el desastre. Pero mientras tanto, siguen tan campantes los avisos de “todólogos” capaces de hacer el esfuerzo que no puede o no quiere hacer el aprendiz de brujo.

A futuro se trata de revertir ese mundo al revés, de negarse a aceptar que la realidad es una gran estafa e invitarnos a identificar los mensajes explícitos e implícitos de la impostura, donde quieran que estén, en espacios públicos o privados, en nuestros poderes públicos, nuestros partidos políticos, nuestras iglesias, y también en nuestros medios de comunicación.

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