Opinión

Los muertos de la paz

En un país pequeño, donde se toma aguadulce y se comen flores, donde da sombra el Guanacaste y canta el yigüirro, vive un Nobel.

Mientras una infinidad de sus compatriotas creían que lograban hacer patria prendiendo la tele, mirando, gritando, bebiendo guaro y cerveza, a la expectativa del resonante grito de gol de la selección nacional de fútbol, como para sentir que no existen las penas del País ni las vergüenzas por sus gobernantes; el Nobel se gastaba una buena cuota de su consistente y abultada fortuna en promover su egocéntrico nombre para el galardón, en círculos influyentes de Europa, y de otras partes de esa gran bola conocida como Tierra. Su más alta preocupación, nos decía la súbdita prensa, que acostumbrados nos tiene a esconder la verdad y a invisibilizar la realidad, era la numerosa cantidad de muertos y el exagerado derrame de sangre, que provocaba el conflicto bélico en el istmo centroamericano.

Se considera un asunto de urgencia pública recordar un noviembre del 2011, para que el aniversario del hecho no resulte tan ominoso, que el conflicto bélico que le permitió nobelearse con la paz a dicho señor, ya no existe y fue controlado gracias a su empeño pacificador.

Pero como la más prístina de las aves fénix, como una turbulencia en el centro de una frágil nube blanca, como una sombra majestuosa en medio de un sol rutilante, aparece la verdad y la hipocresía de la paz, restregada en nuestra frente como una cruz de ceniza: La guerra de la discriminación y la exclusión, la guerra del olvido y del abandono, la violencia del hambre y la injusticia generan hoy en Centroamérica más muertos y más sangre que el conflicto bélico. Y precisamente los dos países más involucrados, y con mayor protagonismo en la guerra civil, presentan los índices más altos de homicidios en América Latina.

Ciertamente, el istmo se ha convertido en los últimos años en uno de los territorios más sanguinarios de Latinoamérica y en una de las zonas más peligrosas del mundo. La tasa regional de asesinatos por cada mil habitantes se encuentra por encima de los 40, lo cual permite hablar de una pandemia de homicidios. A veces, muy de vez en cuando, cada vez menos, se llega a verdades tan espeluznantes.

El premio, aunque no compensó los gastos de promoción, le bastó y le sobró a su oceánico ego. Se rehúsa a hablar y no dialoga ni debate con nadie sobre los muertos y la sangre de hoy. Se rumora en todos los pueblos y escenarios públicos del país, que le ha dado prioridad y se ocupa solamente de implantar en su natal tiquicia la dictadura en su democracia. Y a importar cientos de miles de automóviles, todos de marca Mercedes Benz, y muchas, muchas motos, todas con la marca BMW. Los carros para formar caravanas fúnebres y las motos para que resguarden y escolten las caravanas, que transportarán los féretros, de… Los muertos de la paz.

Pasado algún tiempo, turistas que asombrados observaban uno de los cortejos lúgubres, ubicados muy cerca de varios asustados redrojos, y validos de sus modernos y potentes binoculares, una vez que fueron alertados por un estruendoso chillido, divisaron una águila, estaba posada en el cuerno de la luna. Desnudando la petulancia de sus ojos y con arrogante porte, miraba el incierto cielo del porvenir, y de reojo, pero con ojos profundos, desafiantes y rapaces, contemplaba a los caracoles, transformados en… Los muertos de la paz.

Suscríbase al boletín

Ir al contenido