Opinión

“Los jóvenes pobres ponen los cuerpos y el Estado las sábanas blancas”

El teórico de la iconografía George Didi Huberman (2007) señala que “una imagen es la imagen de algo”, de una verdad

El teórico de la iconografía George Didi Huberman (2007) señala que “una imagen es la imagen de algo”,  de una verdad calcada en los lienzos que a diario se despliegan como  “el mundo real”. Sin embargo,  el mismo filósofo posteriormente se encargaría de  demostrar que lejos de ello, la imagen en su cruda exposición  a  la penumbra se  “inflama”, se “consume” y finalmente   termina ardiendo.

Con una impasividad solo superada por la desidia, uno a uno,  todos los días, vemos morir a un número cada vez mayor de  jóvenes, sacrificados en una guerra que a muy pocos parece importarle. No son de Siria, aunque la mayoría  viven en un exilio infinito, apartados hasta de la insolente caridad. No viven en el Bronx en New York o en Villa Salvador en Perú, pero sus cuerpos son contados por cientos  en los últimos años en Costa Rica. 1.678 jóvenes asesinados entre el 2010 y el 2015 para ser exactos (Poder Judicial, 2016). Cuerpos y espíritus cuyo valor parece extinguirse  por completo cuando tras de sí, en la nota periodística, le antecede un  último tiro: el suyo:   “ajuste de cuentas”, “problema por drogas”,  “cuentas pendientes”.

Son los profundamente olvidados. Juicio y sentencia emergen unísonos  probablemente porque se vuelve insoportable que ello exista, y exista en el país de las maravillas. O porque ya nuestra ignominia social es tal que retrae cualquier posibilidad de reflexión más allá de un  cuerpo hecho pedazos en una calle cercana, mientras quien narra aquel hecho  dramáticamente  doloroso,  muda a  cómplice,   en tanto  reduce un entramado de factores sociopolíticos y económicos como causas   a uno sola:  la guerra de bandas entre el  crimen organizado.

Giorgio Agabén (2000) citado por Rancier (2005) señala que un hecho atroz, comparado con las experiencias de las cámaras de gas en Auschwitz eran los encuentros de futbol en donde obligaban a los judíos a enfrentarse a los SS. En aquel  escenario  vacío de sentido las diferencias se hacían ininteligibles.

Dos casos. Costa Rica en la década de los noventa tuvo un crecimiento económico de 5,4 % a la par de  Chile (6,3%),  entre el  2000  y el 2010 el país  alcanzó una tasa promedio de  4,2% ubicándolo en la posición ocho,  entre los 25 países con mayor expansión económica (Banco Central, 2014).  Mientras esto pasaba  dos  regiones empobrecidas padecían un desplome. En el año 2000 el cantón de Desamparados se ubicaba en la posición 27 del Índice de Desarrollo Humano Cantonal,  hoy es 74,  tuvo un descenso de 54 puntos.  Así mismo,  el  Cantón de Alajuelita para ese mismo año era 41,  hoy  es  81,  descendiendo 40 puntos en 15 años. (PNUD, 2014).

A la par de esto para el año 2013, el país  alcanzaba su marca histórica en desigualdad social  (PNUD, 2013)  y se convertía en uno de los países donde mayor crecía sostenidamente la desigualdad en toda América Latin,a situación que se ha mantenido hasta hoy. Según el INEC existen 1.262.219 personas pobres multidimensionales (INEC, 2015),   de ellas el 31% se encuentra entre los 18 y los 35 años y el  34,1% es menor de 18 años. Las  privaciones van desde el hacinamiento, la contaminación o  el acceso a educación de calidad hasta la vivienda o el acceso a distribución de alcantarillado y electricidad, entre otros. (Mora, 2015).

De lobos. Ser desterrado – dice Le Goff y Claude – significa estar “fuera de la ley” ([1999] 2003). Vivir fuera de ley tenía en la connotación medieval el peso punitivo de desterrar hasta las últimas consecuencias al penitente.  Ya no era sujeto de justicia, siquiera “de sepultura”, sus “despojos” eran expuestos “a los animales del bosque”. Este drama tenía que ver con situar al desterrado en otras esferas, en aquellas no humanas  como “un lobo”. De hecho,  etimológicamente la palabra “exilio” cuya acepción latina es “vaer” significa “lobo”. El utlagatus  es decir el proscrito  era obligado a  llevar “una cabeza de lobo”,  lo que implicaba que cualquiera tenía el  “derecho a matarlo”.  Así los jóvenes pobres ponen los cuerpos y el estado las sábanas blancas.

 

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