Opinión

Latencias subversivas

Por Mauricio Álvarez Mora, docente Escuela de Geografía y coordinador del Programa Kioscos Socioambientales de la Universidad de Costa Rica.

Latencia, en todas sus acepciones, implica tiempo, sus definiciones apuntan al lapso que transcurre entre la causa o el estímulo de algo y la evidencia externa que se produce. En el caso de las semillas, la latencia está relacionada a su capacidad de prevalecer y está muy asociada a la viabilidad de la no germinación por causas ambientales por ejemplo por la disponibilidad de oxígeno la temperatura o la humedad, en el caso de las gramíneas, que van desde los cereales como el trigo hasta las especies indicadoras o mal llamadas malas hierbas, que aún en condiciones favorables deciden no germinar, ósea deciden guardarse para otros tiempos.

¿Qué pasa si hacemos una analogía entre estas semillas en latencia y la organización y movilización social? El florecimiento de movilizaciones y consecuentes transformaciones no necesariamente germinan por condiciones de injusticia o desigualdad, entre otras. No se mueren o desaparecen, sino que siguen haciendo sus funciones para buscar otros momentos y formas de germinación.

“¿Está muerto el movimiento estudiantil? Memorias de la cultura política 1970-2000-2007-2018”: este fue el título de una mesa redonda que formó parte de la conmemoración del centenario de la Reforma de Córdoba organizada por la Vicerrectoría de Acción Social. Nos gusta ver los grandes eventos, lo sobresaliente, lo que nos parece “sexy” en términos históricos, pero ¿son menos importantes esos lapsos entre uno y otro momento cúspide? ¿cuál es la vinculación entre uno y otro hito? ¿se puede explicar un momento dinámico y victorioso sin una antesala de aparente vacío y quietud, así como el que parece estar viviendo la organización estudiantil en Costa Rica? ¿está “dormitando” o es un movimiento latente?

Viví uno estos periodos de latencia del movimiento digamos, más que estudiantil, juvenil porque rechacé de plano las estructuras institucionales formales del “movimiento estudiantil”, me parecía como casi como ir a misa en vez de sentir la espiritualidad de un bosque.

De hecho, no viví ninguno de esos momentos cumbre, solo viví las colas y la lucha contra el TLC pero fuera de lo que es o era ser oficialmente joven. Sin embargo, el trabajo de estos hilos de latencias, tal vez no contaron para el movimiento estudiantil pero la germinación y cosecha fueron para otros sectores y movimientos.

Cuando llegué a la “U” terminaba la semana universitaria con ríos de cerveza dentro del campus que vendían las asociaciones de estudiantes, recién pasaba la caída del muro de Berlín y lo que llamaban socialismo, estábamos en un “reflujo”, decían por ahí en cafés y bares. Esa conceptualización de malestar estomacal me pareció odiosa, como si nada conectara con nada, como si los tiempos de resistencia no tuvieran que ver unos con otros, como si fueran aislados.

En las líneas del tiempo deberíamos aprender a ver también los valles, no sólo las cumbres, porque si bien los ríos nacen en las montañas, el caudal principal está en sus partes medias y en el momento que abraza al mar. La historia oficial hegemónica, inclusive la que a veces leemos con gran interés, la otra historia la de las vencidas, las olvidadas, tienden a anular estas latencias. Entonces se construye un imaginario donde solo tiene valor en cuanto tenga “éxito”, se perpetúa el concepto de lo histórico desde la élite.

Sin embargo, ¿qué pasó antes y después de la lucha contra ALCOA, contra el Combo, la luchas por presupuestos, la huelga de maestros, la solidaridad centroamericana o el movimiento del No al TLC? Puedo recrear un poco mi historia personal y remontarme a 1992 cuando recién ingresé a la “U” y  un poste de luz servía de soporte para el último afiche con la cara del Ché Guevara que guardo como un objeto arqueológico y que un año después en 1993 iniciaba un trabajo ecologista en la universidad donde nos unimos a las luchas en contra de la celebración de los 500 años de conquista que reivindicaban cinco siglos de resistencia indígena, negra y popular, también iniciamos campañas con marchas y articulación con las comunidades y movimientos sociales para denunciar la expansión bananera incontrolada. Unos años más adelante recibimos tres caminatas de indígenas Ngöbes por la tierra y la autonomía, apoyamos con el trabajo logístico de un largo trayecto de casi 300 kilómetros y recibimos cientos de personas de otros pueblos indígenas en los primeros pasos de su proyecto de autonomía. Uno de los mejores regalos de esas luchas fue lograr el establecimiento del territorio indígena Los Altos de San Antonio en 2001 en la zona Sur, donde fuimos invitados a celebrar con baile y chichada tradicional esta gran gesta de los pueblos Ngöbes.

Ejercimos un gran trabajo de solidaridad como lo fue el Grupo por Chiapas, Colombia y una gran vinculación internacional con los movimientos ecologistas, juveniles y contrahegemónicos que conformaron posteriormente el movimiento antiglobalización. Nos articulamos con grupos de jóvenes urbanos de Sagrada Familia, Alajuelita -como olvidar al poeta Julio Acuña-, con las feministas del colectivo Pacha Carrasco, con jóvenes indígenas, migrantes de Calle Blancos, con iglesias y campesinos de Sarapiquí. Conformamos y animamos redes de resistencia latinoamericana y colectivización de sueños mediante lo que llamamos Ecotopías, solo bandas musicales como Autoperro o Embolia Cerebral se acercaban a participar en nuestros actos culturales.

Empezamos a abrazar y construir un movimiento ecologista con la fuerza de nuestra historia, pero también de un gran compromiso y vinculación con comunidades y muchos sectores sociales. Intentando hermanar luchas juveniles con las luchas socio ambientales que le dieron contenido a lo que llaman desde la oficialidad la “Costa Rica ecológica”, luchas contra la minería en Talamanca, contra el muelle industrial de la empresa Stone Container en Golfo Dulce, iniciamos la lucha contra la minería en Crucitas de San Carlos, contra las pruebas nucleares del gobierno francés en el Atolón de Mururoa, como no olvidar que casi un 5% de territorio nacional estuvo concesionado para minería principalmente de oro, lucha contra la contaminación de Río Aguas Zarcas por la empresa Ticofrut en 1995 y hasta el inicio de la lucha contra la piñería en Buenos Aires de Puntarenas. No puedo dejar a un lado luchas tan importantes como la que gestamos contra la explotación de petróleo en la costa caribe en 1999 que significó una síntesis y verter todo el aprendizaje de casi una década (Alvarez, 2015).

En todas estas luchas y vinculaciones quisimos llevar a la universidad, en muchas logramos que el estudiantado y los profesores dejaran de verse el ombligo para comprometerse más con la gente y su ambiente. Sin esas pequeñas cotidianidades de las luchas juveniles y de la universidad en su conjunto no solo no se crea y se fortalece un espíritu rebelde y contestatario, pero sobre todo se hace una trama más humana de afectos, sensibilidades y confianzas que son necesarias para poder llegar a marcar estos hitos que hoy visibilizamos como “exitosos”.

Finalmente hace unos días a inicio de año, me recordaba una compañera del programa Kioscos socioambientales, algo que yo había dicho cada día que pasábamos por enfrente de la facultad de economía donde hay un árbol de mango que sembré en un festival que hicimos de la juventud ecologista en setiembre de 1993 y repetí algo que a veces olvido y es que las dos cosas más importantes que he hecho en mi vida han sido tener una hija y sembrar un árbol, que años después hasta una hamaca tuvo donde mecí a mi hija y comimos de juntos mangos de aquel árbol sembrado entre latencias subversivas.

Por eso este aniversario de Córdoba y este repaso de luchas nos sirve para recordar que las cosas más cotidianas y más triviales son las que dan sentido a nuestros momentos más significativos y que esos momentos son parte de una trama que nos trasciende, pero que como en el caso de aquel árbol que sembré, a veces podemos reconocer y apreciar.

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