Opinión

Las vacunas: algunas cuestiones básicas

Cuando un virus o un microorganismo patógeno invade un cuerpo sano, este activa sus mecanismos de defensa, dentro de los que se cuenta el sistema linfático, que transporta triglicéridos, glucosa, proteínas, fluidos recogidos de fuera de las células, y (para el interés de este breve comentario) glóbulos blancos conocidos como linfocitos B, linfocitos T, producidos en médula ósea, el bazo, el timo, amígdalas, y anticuerpos producidos en ellos, donde se sintetizan aceleradamente para entrar en combate contra el coronavirus, por ejemplo. Virus formados por unas pocas proteínas grandes y complejas y material genético de doble cadena o cadena simple, que conocemos como ADN y ARNm, respectivamente.

El  Sars-CoV-2 que provoca el COVID-19, como todos los virus, no contiene ninguna estructura como las que presentan las más sencillas bacterias y microcélulas (membranas celulares y nucleares, ribosomas, mitocondrias, lisosomas, etcétera) por lo que para multiplicarse, los virus han de introducir su ARN, mensajero en células de diversos tejidos, que se apoderan de las “fábricas” de proteínas y de los procesos de replicación del material genético, hasta hacer colapsar las unidades celulares invadidas.  Para después repetir ese proceso en millones de otras células.

Pues bien, al pasar cierto tiempo, ante la detección de los innumerables virus, en el sistema linfático que corre por todo el organismo, se activa el mecanismo defensivo contra esos cuerpos extraños y los atacan con los linfocitos y anticuerpos específicos contra las proteínas del virus en particular, con la misión de destruirlos. Muchas veces lo logran sin que queden huellas de ese combate, pero otras veces, como consecuencia de la intensa reacción, ciertos tejidos se lesionan, mostrando inflamaciones, por ejemplo, que en algunas personas con enfermedades crónicas (por ejemplo, pulmonares) podrían llegar a ser letales, como está sucediendo en la actual pandemia.                                                                          

Entonces, ¿Qué se puede hacer para estar previamente preparados ante invasión amenazante para nuestras vidas?                   

Pues la respuesta es (en términos bélicos) “reclutar” gigantescas cantidades de anticuerpos recién formados, para ser enviados al campo de batalla a enfrentar al ejército invasor que hasta nos puede quitar la vida. Pero como los anticuerpos solo se pueden generar como una respuesta “anti algo” (en este caso “anti” las proteínas del coronavirus que produce la enfermedad) lo que desde el siglo XIX se viene haciendo, es inocular en nuestros organismos, estructuras proteicas o (desde hace unas tres décadas) secciones del ARNm con la información que permite a las células fabricar al menos una de las proteínas del virus, que por sí sola no puede provocar la enfermedad, pero sí la reacción del sistema defensivo linfático, que citamos antes. O sea, propiciar la formación de los “soldados” anticuerpos, que como reacción  en cadena estarán listos para derrotar a los virus que, sin saber lo que les espera, invaden con la intención de destruir al organismo atacado. Ya sea mediante el uso de virus inertes (muertos) secciones de su material genético, o mecanismos similares que no tienen peligro alguno de producir el COVID-19, se están fabricando unas 50 vacunas en igual número de laboratorios alrededor del mundo, que en términos generales, son capaces de “levantar en armas” el ejército de anticuerpos de alrededor del 90% de las personas dispuestas a defenderse activamente del patógeno.

Gracias a los sorprendentes avances científicos y tecnológicos  que muestran algunas naciones, donde por unos 30 años o más, su desarrollo ha propiciado caminar hacia esa área del conocimiento, en pocos meses se han llegado a desarrollar y probar la eficacia de diversas vacunas contra el Sars-CoV-2, efectivas para incluso los adultos mayores (¡una especialmente grata noticia!) y con relativamente muy pocos efectos secundarios (inevitables como en otras vacunas y medicamentos).                                             

Por eso, algunos como nosotros estamos ansiosos porque las autoridades de salud nos ayuden a levantar y poner en acción, esas “fuerzas armadas” que (a diferencia de la gran mayoría) tanto bien podrían acarrearnos.

Cabe anotar asimismo, que dentro de estos esfuerzos se ha renovado entre científicos de muchos países, el interés por los llamados interferones. Algo muy desarrollado especialmente por la biotecnología cubana, usado con éxito en China ante los primeros casos detectados, Cuba obviamente, y otros países, para elevar las defensas ante diversas enfermedades de origen viral. Se trata de la citocina, una pequeña proteína llamada interferón alfa-2B humano, que “interfiere” con la propagación de éste y otros virus, hacia células no infectadas, que fuere desarrollado en el Centro de Ingeniería Genética y Biotecnología, de La Habana.

Y asimismo, es relevante citar la exitosa producción de anticuerpos en caballos inoculados con versiones seguras del coronavirus, logrado en el Instituto Clodomiro Picado de la Universidad de Costa Rica. Sobre estos, se espera que con el ajuste de las dosis primeramente aplicadas, su respuesta inmunológica será significativamente superior a la recibida antes.

Ha de aclararse que ni los interferones, ni los anticuerpos equinos funcionan como vacunas, pero que en ausencia de éstas, contribuyen a mitigar los efectos del Sars-CoV-2,  mediante su eliminación o interfiriendo con su propagación.   

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