Pues pasó que me caí en la calle por culpa de uno de los tantos huecos traidores que decoran las aceras del cantón de Montes de Oca. Mientras las personas que me auxiliaron trataban de conseguir una ambulancia, pasó un taxi, se detuvo y me subí. Andaba sola, así que para evitar las esperas en la atestada sala de emergencias del hospital Calderón Guardia, acabé en la clínica Bíblica. Durante los dos meses que siguieron al accidente me vi obligada a desarrollar las habilidades de un contorsionista, porque la mano que me fracturé fue, para mayor inri, la derecha.
Las aceras costarricenses parecen diseñadas por un terrorista sádico, pero los responsables son los gobiernos locales. En la convocatoria para la rendición de cuentas por el año 2016, la Municipalidad de San Pedro de Montes de Oca solo menciona las aceras al final diciendo que “se aprobó el presupuesto para ejecutar la primera etapa del programa Peatón Primero”. En cambio destaca, como número uno de la lista – clavel en el ojal – el rescate de La Mazorca para convertirla en Casa de la Cultura. Eso está muy bien, hay que cuidar el patrimonio cultural, pero primero está la integridad del cuerpo humano.
El abandono que sufren las aceras no es casual, es político. Convertir el tránsito peatonal en un riesgo que puede ser mortal para las personas más vulnerables, es tan perverso como la imprecisión en las direcciones que los turistas entienden como folclóricas y el tico como identidad. En realidad, en Costa Rica no existen las direcciones, lo que hay son referencias, se dan “señas” a partir de un lugar conocido que puede ser una pulpería o una iglesia. Así, entre una cosa y otra el espacio urbano -inseguro, confuso y enmarañado- contribuye a consolidar el temor y la desconfianza de una ciudadanía que participa poco y nada en los asuntos públicos, para alivio y comodidad de su corrupta clase política.
Muy malo fue caer y romperme un hueso. Pero malo fue también tener que pagar la factura de la clínica privada. El capitalismo sabe aprovechar las desgracias que suceden por omisión culposa de la democracia.