Opinión

¿La voz del pueblo es la voz de Dios?

Las multitudes optaron por liberar a Barrabás y condenar a Jesús, el hijo de Dios. Las mayorías silenciosas o silenciadas de Alemania,

Las multitudes optaron por liberar a Barrabás y condenar a Jesús, el hijo de Dios. Las mayorías silenciosas o silenciadas de Alemania, incluidas iglesias cristianas de diferentes confesiones, se hicieron cómplices de uno de los genocidios más grandes de la historia, solo superado por el exterminio de nuestros pueblos originarios, con la cruz en una mano y la espada en la  otra. Por eso, y mucho más, no siempre la voz del pueblo es la voz de Dios. Las mayorías también se equivocan.

Ahora bien, de los errores de la historia podemos y debemos no solo aprender para no repetirlos, sino también para crear condiciones institucionales que los prevengan. Eso fue lo que sucedió después de la catástrofe de la segunda Guerra Mundial con la creación de la Organización de Naciones Unidas (ONU, 1945) y la Declaración Universal de los Derechos Humanos (1948).

Lamentablemente, aún cuando contamos con esta institucionalidad, hemos sido testigos de los más censurables atropellos a los derechos humanos de distintas mayorías, como la ciudadanía negra bajo el régimen del apartheid en Sudáfrica. Ahora, en nuestro país, se pretende atentar contra el derecho humano de una minoría: la población no heterosexual.

Don Fabricio Alvarado, en su discurso pos-electoral, expresó que se habían manifestado las mayorías: “El grito silencioso… de la esperanza”. No hay duda que ese voto representa la indignación y la protesta de esas mayorías empobrecidas de las zonas suburbanas y las periféricas de las costas olvidadas, solo atendidas después de cada catástrofe ambiental. Ya decía Marx que la religión no solo se comporta como opio del pueblo, sino también como el grito sublimado de la criatura oprimida. Ahora bien, lo más novedoso de esta contienda electoral ha sido, precisamente, la fuerte mediación de los sentimientos y motivaciones religiosas, las cuales condujeron a expresar esa protesta e indignación con un bipartidismo tradicional y un pluripartidismo emergente. Sin embargo, estos no alcanzaron a encarar, con la sabiduría y la valentía políticas necesarias, los más álgidos y acuciante problemas del país, especialmente, contener la creciente y escandalosa desigualdad.

Por su parte, en su discurso don Carlos Alvarado apeló, en un emotivo llamado (las emociones, religiosas o no, también cuentan), al amor y a la unidad nacional. Sin amor es imposible dar los saltos que requiere este país. Sin la calidez de la afectividad, que potencia los mejores sentimientos de justicia y equidad para una convivencia digna, no es posible avanzar a estadios superiores de humanidad, que es lo que requerimos.

Son muchos los escenarios pesimistas a futuro. Por ejemplo, los que derivan de la polarización entre quienes adhieren a una  ética religiosa frente a los que optan por una ética civil y laica. Quisiera apostar por un escenario optimista que recoja el grito silencioso y esperanzador de quienes enarbolaron no solo los buenos sentimientos religiosos, sino también los de justicia, paz y concordia, así como el llamado a construir la sociedad del amor donde quepamos todos, sin exclusiones.

Un escenario donde el nuevo gobierno propicie un ambiente de diálogo y concertación respetuosa pluripartidista e intersectorial (al fin, un diálogo nacional que conduzca al nuevo pacto social) para encarar con criterio técnico, ético y político los problemas fundamentales: déficit fiscal, desempleo, infraestructura, seguridad, educación y salud.

¿Por qué no procurar que las voces de la sociedad de la esperanza y del amor se unan para reconstruir los cimientos de una Costa Rica solidaria y amorosa, un país donde las costas sean más prósperas y las barriadas suburbanas tengan el pan de cada día? Quizá, así, podríamos decir que la voz del pueblo fue la voz de Dios.

 

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