Opinión

La trampa del día a día

Desde que la Humanidad descubrió, registró y creó diferentes tipos de escritura, por los que conserva una memoria pasiva

Desde que la Humanidad descubrió, registró y creó diferentes tipos de escritura, por los que conserva una memoria pasiva y otra activa de carácter siempre emergente en su organismo social, el asunto de la muerte ha estado presente como acotación de la brevedad de la vida. Materia somos, animada, y materia orgánica volveremos a ser como animación temporalmente suspendida. Todo en la creación de la que tenemos consciencia es un triángulo amoroso y reciclado a perpetuidad de materia, energía y espíritu. Y las tres son la misma cosa, la partícula elemental de la ilusión de las formas en el tiempo y el espacio que nos acreditamos. Pura ilusión, pero vida es vida y aunque sea un cometa fugaz que pasa, como pasamos al nacer rumbo a morir, hay que aprovecharlo y disfrutarlo al máximo.

Si hurgamos un poco en el agujero negro multicolor de nuestra existencia, es la forma que recibimos, percibimos y formamos los humanos lo que nos da la sensación de permanencia en el planeta Tierra. Traiciones del efecto de la óptica primitiva en los albores del siglo XXI después de Cristo.

Todo pasa, nosotros vamos en un tronco de ingenios arañando cada instante, en un río que no tiene las mismas aguas, no agua sino aguas, donde movimiento y cambio son la perpetuidad de las distintas realidades que llevamos dentro y la multiplicidad con las que convivimos afuera de nosotros y fuera de nuestros dominios.

Vivir el día a día, como si cada uno fuera el último, es una trampa mortal que nos puede enjaular en el conformismo, la inacción, la abulia, la espiritualidad sin sentido, el retroceso y la barbarie de vivir solo con los sentidos del placer, que significa matar el tiempo, a los otros, a uno mismo, en la inaudita soledad donde jalamos el gatillo del suicidio en vida, seguir vivos, para qué, si nada queda, todos los seres vivos son comida de fuerzas incomprensibles, con una jefatura despiadada que se llamaría destino, sentencia y ejecución puntual, porque la gente dice que nadie pasa de la raya cuando se la marcan. Y nadie sabe cuándo la tiene en ciernes, o se la marcan de un solo golpe. Y adiós.

Existe la vida, la muerte, la transición de la brevedad entre ambas, sujetas a las vicisitudes de los que las viven en carne propia, las mira desde fuera o las estudia como un fenómeno de arraigo espiritual. Todas las religiones se caen ante una realidad tan brutal que no da respuesta más que una esperanza, algo intangible, emotivo, humillante, terapizador temporal para calmar el desasosiego de vivir el día a día como si fuera el último, ¿para pasar luego al paraíso de una vida mejor? con lo que todo lo que esté fuera de este mundo sería mejor. No es cierto, este mundo es el mejor, por eso estamos aquí. Se tiene que vivir cada instante como la suma de los instantes al infinito, con un propósito, con metas en el tejido de la soledad personal, la búsqueda y los conglomerados y prédicas que no estafan con palabras y promesas de algo mejor después.

La naturaleza es sabia y savia de la creación previa a lo humano, da vida y la perpetúa en el cambio de la materia, energía, espíritu, para que no aburra y se agote la aventura de vivir, de ahí la belleza que nos sublima cuando entramos a un éxtasis que no es de este mundo, pero que sin embargo nos tiene en este mundo, solo que para no sentir su vulgar muela demoledora tenemos que ampliar la neurona universal de que cada uno de los seres humanos somos las partículas elementales que tratan de recabar el principio de los tiempos y la integración de los tiempos al origen de la vida no en la tierra, sino en una bodega física, psíquica, cósmica donde se hace la forja de la maravilla de vivir cada estado.

El asunto es qué buscamos con nuestra brevedad sabida, todos y cada uno de nuestros días, ¿lo efímero? Entonces vayámonos al carajo y agotémonos de una vez por todas en una orgía de placeres destructores. O lo vamos haciendo de a poco, justificando cada chupada de degeneración que podamos pegar.

Quizá el asunto del camino está en caminar despacio, vivir cada día como el primero y más maravilloso de los que nos faltan por vivir.

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