Opinión

La política ficción

La clase política dominante, a través de sus múltiples mecanismos de intervención en la vida cotidiana de los diversos sujetos,

No hay palabra verdadera que no sea unión inquebrantable entre acción y reflexión. Paulo Freire

La clase política dominante, a través de sus múltiples mecanismos de intervención en la vida cotidiana de los diversos sujetos, utiliza el método del discurso para persuadir y convencer en beneficio de su proyecto de dominación y explotación, sin embargo a través de este proceso tergiversa y recompone en el imaginario estructuras ficticias que poco o nada están relacionadas con la práctica cotidiana, un buen ejemplo de esto es la imagen de la “casa de cristal”. En esta situación cabe preguntarse: ¿Cuáles son los límites de la política ficción en el discurso?

El discurso como instrumento de persuasión-dominación, procura invisibilizar las relaciones existentes entre lo pronunciado-escrito y las situaciones concretas-cotidianas que se desenvuelven en su entorno. Esta característica permite a este fungir como instrumento legitimador de prácticas que tienen como fin otorgar según la clase hegemónica la interpretación conveniente a los acontecimientos y esquivar el cuestionamiento de las formas-modos de sus prácticas.

Este privilegio del sujeto que habla-escribe encuentra su refugio en el alejamiento de las situaciones concretas y las prácticas cotidianas propias, así que le permite ocultar las relaciones de poder, en procura de influir y persuadir al otro. Esto genera un contexto donde sus acciones-pensamientos son interiorizadas sin cuestionamiento e invisibiliza los condicionamientos ideológicos, permitiendo la descontextualización de las experiencias existenciales y concretas de los sujetos, para así legitimar al poder hegemónico.

La clase política dominante naturaliza su posición a través de sus prácticas discursivas, sin embargo en el terreno de lo cotidiano, se acumulan las contradicciones, por esto se hace necesario no solo el cuestionamiento al poder, sino construir prácticas discursivas que se basen en la dialogicidad, donde se problematice el papel del discurso como objeto codificado y conduzca a la necesidad de ser descodificado por los sujetos a través de sus propias realidades.

La reflexión crítica de los discursos permite desmontar el “circo” que arman los diversos grupos de interés para favorecer un escenario de prácticas de dominación. Este ejercicio evidencia la poca o nula relación entre las palabras dichas y las acciones tomadas, así que también reconoce las abstracciones alienadas y alienantes que constituyen el fin último del discurso como instrumento de dominación y explotación.

Es constante el cuestionamiento al discurso político por su vacío o en el mejor de los casos por la abstracción, es necesario repensar la construcción dialógica del discurso como un instrumento donde se comprenda a sí mismos como cuestionamiento para el sujeto que lo hace-pronuncia-escribe, así como para quien lo ve-escucha-lee, y proponga su descodificación a través de contenidos, temáticas o propuestas programáticas desde la situación concreta de los diversos sujetos que viven procesos de reflexión y práctica.

En esta otra política, la práctica es el límite del discurso, aquella que evidencia los elementos de la dominación y explotación, este límite motiva a profundizar la coherencia entre el discurso y la práctica de los sujetos, fundamento para la construcción de formas y modos políticos que no respondan al subterfugio de la invisibilización de lo otro y el desinterés por sus realidades.

Por esta razón no debemos perder la vista en la necesidad de entender la práctica política como diálogo, que problematiza la propia realidad y abre espacios para la construcción de propuestas que se vinculan en base y a través de la participación de los diversos sujetos en la transformación de sus realidades. Es así que en la otra política, la práctica evalúa al discurso.

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