Opinión

La poesía de lo diario

Es en la superficie del mundo donde afloran sus problemas más profundos. Para quien percibe la complejidad de lo diario

Es en la superficie del mundo donde afloran sus problemas más profundos. Para quien percibe la complejidad de lo diario, lo superficial es profundo, lo profundo es superficial. Solo las más pretensiosas conciencias desprecian la reflexión sobre lo que nos es pedestre, pretendiendo que apenas en lo excepcional se encontrara ocasión para forjar clarificadores criterios. El alma del pedante necesita de escaparates donde pavonearse.

Sin embargo, la inteligencia se regocija con los temas más chabacanos, justo esos que pululan en los llanos turbios de lo que nos es diario y entretenido. La cotidianidad humana está constituida por múltiples experiencias disociadadas, cuyo sentido e íntima importancia solo la puede asignar quien las vive.

En lo cotidiano se da lugar a nuestras vivencias. Ellas, tan momentáneas como lo suelen ser los más alegres eventos, encierran esas ocasiones en las que nos sentimos realmente vivos. La vida está compuesta por momentos, y solo tenemos momentos de vida.

Entre tanto, nuestro tiempo transcurre entre rutinas, tan acostumbradas al fin que nos dan ese indolente placer que solo nos ofrece lo que nos es seguro, aun cuando lo sea por simple reiteración. Existir con dignidad requiere en efecto de las más distintas seguridades.

Lo incierto nos aturde. Lejos de retarnos, nos reprime. Inhibición certera de un espíritu que no comprende la existencia, lo caótico nos hace huir como el ruido trepidante lo hace con los perros.

Es diferente con lo que nos es novedoso, distinto, diverso, con todo aquello que es residencia del otro y de lo otro. Su extrañeza nos seduce e invita a comprenderla.

Y lo hacemos en efecto, pero primero como vivencia, como experiencia emocionalmente intensa, luego como sensibilidad estética, como experiencia sensible y ambivalente del mundo.

Lo otro por fin nos pierde su resistencia vencido por su integración a nosotros. Entonces su existencia se trasforma en presencia. Traza que figura en un espacio común que ahora se enriquece. Poesía de lo diario, con lo distinto aun lo rutinario se vuelve mágico.

Nuestra existencia se constituye desde ese ahora en relación con otras de presencias. Nuestra experiencia asume un nuevo significado, es entonces expectativa de encuentro con el otro y lo otro, posibilidad de momento emocionante, ya sea agradable o no.

Nuestro rutinario espacio de experiencias se hace entonces complejo, se enrarece con una sutil neblina de palpitantes inquietudes. Nuestro mundo se torna túrbido y en ese enrarecimiento la presencia del otro se impone como confirmación de su existencia e invitación a nuestra vida. Su estar es momentaneidad de su ser. Su ser es espacialidad de su estar. Se existe en un lugar y en ese lugar es alguien.

Como alguien su existencia se abre al encuentro con nosotros. Dionisíaco placer que nos da posibilidades de vida. Se está entonces en un momento y en ese momento, el encuentro causal con el otro y lo otro nos confirma mutuamente la vida.

Lo otro y el otro nos abren así a las momentaneidades en las que la vida transcurre despreocupada entre la deliciosa presencia de una corporalidad que nos seduce y alegra con su bella compañía.

Lo diario, lo cotidiano, cobra ahora una profundidad ontológica. Profundidad que ya poseía por cierto; pero que era una profundidad emocional y estética.

En la multiplicidad de nuestras experiencias, las estrictas fronteras entre los conceptos filosóficos se borran. No importan ya en verdad, en la vivencia se fusiona todo. Las palabras no componen las cosas, solo nos las hacen manejables.

Por ello cuando en la eventualidad del encuentro apasionado nos falta que decir, el instante se carga en nuestra alma con tal intensidad que se hace inolvidable. La vida nos deja sin palabras, pero llenos de significativas impresiones, justo esas que llamamos vivencias.

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