Opinión

La neuroespiritualidad (II)

El fenomenólogo rumano de la religión Mircea Eliade decía que el chamán es “especialista en la técnica del éxtasis”.

El fenomenólogo rumano de la religión Mircea Eliade decía que el chamán es “especialista en la técnica del éxtasis”. Hay técnicas activas para producir el éxtasis (danza o percusión de instrumentos como los tambores, etc.) y pasivas (aislamiento sensorial, el ayuno, la meditación o el sufrimiento) que llevan al individuo a un estado alterado de conciencia.

Si no se logra con estas técnicas, entonces se ingiere drogas alucinógenas, psicodélicas o enteógenas, todas alcaloides (hongos, plantas, lianas y arbustos). (La palabra “enteógena” significa “dios generado dentro de nosotros”.) Todas estas drogas “reaccionan químicamente con receptores que se encuentran en gran número de las estructuras límbicas que ya conocemos produciendo su hiperactividad” (F.J. Rubia).

Si la naturaleza suele eliminar lo superfluo, entonces la espiritualidad se conserva para aumentar las probabilidades de supervivencia de la especie humana. De ahí que algunas personas sean más o menos propensas a la espiritualidad, si tienen o no desarrolladas estas estructuras. El entorno jugaría un papel importante a este respecto. Pero, llevemos esto al límite: ¿Puede un creyente de a pie o un sacerdote padecer “afasia espiritual”? Sí, cualquiera con Alzheimer pierde su conciencia espiritual, pues Dios es un producto de la cognición humana. Desde este punto de vista, Dios no sería fruto de un proceso espiritual independiente, sino un proceso mecánico (cerebral).

La religión depende de la espiritualidad generada por nuestras estructuras cerebrales (para lo cual tenemos una predisposición genética), y no viceversa. Sobre esta base, se construyen todas las religiones. La diversidad de credos es consecuencia del espacio y del tiempo en que estas nacen y crecen para resolver las dificultades de la vida de cada uno y los problemas de convivencia, pero, como cualquier otra institución (producto) humana, las religiones también mueren.

La espiritualidad, pues, sería el resultado de determinadas estructuras (no de unas cuantas neuronas) cerebrales en el sistema límbico. Además, esta se puede generar mediante técnicas activas y pasivas, como lo han hecho todos los místicos y anacoretas sin importar la religión. Hoy es posible provocar las experiencias místicas artificialmente, ya sea por estimulación eléctrica o magnética transcraneal. (Con esto, no se invalida, por ejemplo, la belleza de la poesía de Juan de la Cruz o de Teresa de Jesús, joyas de la literatura universal.)

La conciencia de la muerte y la vivencia del dolor (como anticipo de esta) engendra dioses, decía el filósofo romano Lucrecio (s. I a.C.). La finitud produce ansiedad, y Dios, en esta explicación, es un mecanismo de adaptación para sobrevivir. Dios sería un  tranquilizante de nuestro cerebro para hacer digerible la muerte. Es decir, la unión mística dispensa temporalmente de las presiones y desgracias excesivas de la vida diaria (M. Alper). (Y la oración sería un canalizador de la ansiedad, por lo demás útil.)

Visto de este modo, la solución no es quitar las religiones (nadie ha dicho esto), sino humanizarlas (tras el innegable beneficio ‘sedante/terapéutico’ que generan en los creyentes). Si toda religión es verdadera para los creyentes en ella, entonces deben desterrarse las religiones que fomentan fanatismos que devienen en comportamientos que victimizan personas. Y religión que no ayude a crecer personal y comunitariamente debe ser desmantelada porque produce víctimas. (Con esto se destierra de una vez por todas la tradición ‘dolorista’ que ha marcado a Occidente, por lo demás, toda una institución.)

Si Dios está en el cerebro, entonces deja de ser un problema antropológico cuando se detecta en nuestro cerebro (sistema límbico), a nivel biológico. A nivel social, resulta útil para cohesionar grupos y asegurar la vida del grupo. A nivel cosmológico, no hay más allá del Universo, no hay nada metahistórico (esto es literatura fantástica, según J.L. Borges, es decir, ‘teología’), sino solamente un más acá, en el cual somos, nos movemos y existimos.

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