Opinión

“La Negrita”, mito fundante de Costa Rica

Los pueblos elaboran mitos para explicar su historia, dignificarse y comprender sus condiciones de convivencia.

Los pueblos elaboran mitos para explicar su historia, dignificarse y comprender sus condiciones de convivencia. Cabe advertir que un mito puede asentarse con mayor o menor solidez en hechos realmente acontecidos, pero en estos casos importa más la interpretación que la prueba histórica.

El mito fundante de Costa Rica, Nuestra Señora de los Ángeles, posee un basamento histórico indiscutible. El hallazgo ocurrido alrededor de 1635 originó pronto la construcción de una ermita, la fundación de una cofradía regida por los negros donde también participaban blancos -caso insólito-, como también lo fue la distribución de tierras a favor de los pardos y las peregrinaciones anuales el 2 de agosto. Si bien todo lo anterior ha sido comprobado y analizado por acuciosos investigadores, la leyenda que acompaña al hallazgo es inverosímil y, sin embargo, más importante. Sin esa leyenda el hallazgo habría sido olvidado y la imagen desaparecido. La leyenda, de innegable sabor mítico, dice que una joven mestiza o mulata, mientras buscaba leña, encontró una imagen de la Virgen María con un niño de brazos. La llevó a su casa, pero la imagen regresó de modo inexplicable al sitio donde fue hallada. Como el asunto se repitiera, la muchacha lo contó al presbítero de Cartago, el cual puso la imagen en un armario, pero como de nuevo retornó a la piedra, la colocó en el sagrario, de donde otra vez se fugó al lugar inicial.

Esa no es una piedra cualquiera, pues de su base brota agua, lo que convierte al conjunto en un lugar hierofánico, manifestación de lo sagrado, pues el agua representa el cielo y la roca la tierra. El lugar del hallazgo expresa la consumación del matrimonio sagrado, la hierogamia: el dios masculino (el cielo) copula con la diosa femenina, la tierra. El cielo, varón activo, fecunda con agua y luz a la madre tierra, oscura y pasiva. (La hierogamia parece una teorización antigua del patriarcado). Estos símbolos arcaicos, dice el psicoanálisis, están presentes en las estructuras mentales de todos los pueblos. Así se comprende que los vecinos de la Puebla de los Pardos consideraran esa piedra un lugar propicio para colocar la imagen que los representaba.

En esas circunstancias, el  padre Baltazar de Grado, párroco de Cartago, visita a la Puebla y le muestran la imagen. Con inteligencia pastoral se abstuvo de reprenderlos por rendir culto a la Virgen en un lugar no autorizado, mediante una imagen hechiza y negra. Por el contrario, los felicita y anima a construir una ermita. Cartago necesitaba mano de obra; convenía que los negros y pardos residieran en las afueras de la ciudad. Cooperación de clases.

Volviendo a la leyenda tejida alrededor del hallazgo, se debe recordar que en numerosas narraciones de imágenes milagrosas de la Virgen, a lo largo y ancho de Latinoamérica, esta se hace la encontradiza en un sitio al que vuelve de modo prodigioso, porque lo ha escogido para que se le edifique un templo. Ahora bien, lo singular de la leyenda de La Negrita radica en que el cura de Cartago coloca la imagen en el sagrario, lugar reservado y exclusivo para las hostias consagradas. Eso ningún sacerdote lo hubiera hecho. Pero ese proceder inverosímil encierra el significado profundo de la devoción. La imagen negra y confeccionada por los negros, animada por un poder sobrenatural, no se dignó aposentarse en el sagrario de la parroquia de Cartago (el sitio más sagrado de los blancos), sino que prefirió la vecindad de los negros. Estos ocupaban un puesto inferior en aquella sociedad dividida en castas socio-raciales, pero la Virgen los tuvo por hijos predilectos y se fue a vivir con ellos. Así los enalteció. María cumple sus palabras evangélicas: “Dispersó a los soberbios de corazón/derribó a los poderosos de su trono/ y elevó a los humildes” (Lucas 1, 52).

Bien se puede afirmar que cuando Baltazar de Grado promovió el culto a la Virgen en La Puebla, inventó a Costa Rica como una sociedad donde las clases sociales cooperan entre sí. Nuestro mito fundante.

 

 

 

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