Opinión

La invisibilizada identidad de los distritos al sur de la península de Nicoya

El año 2024 se conmemora uno de los eventos históricos más importantes en la conformación del Estado costarricense como lo fue la Incorporación del Partido de Nicoya el 25 de Julio de 1824, con el cual se enriqueció enormemente nuestra cultura nacional.

Este aniversario ha llevado al impulso de diferentes frentes para su celebración por todo lo alto, por ejemplo, a nivel gubernamental se conforma en el 2023 la Comisión Auxiliar de la Comisión Nacional de Conmemoraciones Históricas, para la Conmemoración de la Anexión del Partido de Nicoya a Costa Rica desde donde se invita a “toda la ciudadanía guanacasteca” a impulsar diferentes actividades en nombre de tan memorable evento.

Sin embargo, siendo históricamente correctos, se puede identificar una problemática permanente que afecta la memoria colectiva de tal evento, igualar al Partido de Nicoya con Guanacaste, lo que invisibiliza territorios que también fueron parte de la Anexión como lo son los distritos puntarenenses de Lepanto, Paquera y Cóbano al sur de la península de Nicoya e isla Chira al interior del golfo.

Desde hace muchos años a estos distritos se les ha negado su derecho histórico de celebrar la Anexión como corresponde, empezando por el Ministerio de Cultura y Juventud, al tratarlos como observadores invitados y no protagonistas, además del Ministerio de Educación Pública al trasladar la fecha oficial de la conmemoración en estos distritos a otro día distinto al 25 de julio.

Se observa también, cómo desde Puntarenas y Guanacaste el reclamo por la pertenencia sobre estos distritos ha negado la influencia del otro en la identidad de sus habitantes, un discurso excluyente, totalmente polarizado, donde, si apoyas el reclamo por la vuelta Guanacaste, niegas los casi 110 años de pertenencia al puerto, o bien, lo contrario, si apoyas a Puntarenas, debes ignorar la herencia guanacasteca de su población.

La identidad local en estos territorios está inmensamente influenciada por ambos referentes culturales, los cuales son parte de su gastronomía, forma de hablar, divertirse y de socializar, amalgama forjada durante más de 200 años de convivencia en un espacio altamente permeable.

Durante décadas a esta población se le ha dicho (claramente desde afuera, por intereses políticos) que “no saben quiénes son, ni chicha ni limonada”, una discusión altamente política y hasta judicializada, pero que en algo sí se tiene razón: ni chicha ni limonada, la mezcla de ambas.

Lo acontecido por estos distritos durante las dos centurias es propio de las zonas de fronteras, lugares donde se mezclan dos mundos, lo que para Martha Pallares, Anthoni Tulla y Ana Vera (2013) en su artículo “Reintegración de un territorio entre frontera” llaman “identidades ambivalentes”, que en palabras sencillas son poblaciones que poseen un poquito de ambos lados, no siendo ninguno de los primeros, pero sí su combinación, conformando una identidad propia, nacida de las relaciones sociales cotidianas, entre los que vienen y van, entre los que se quedan y los que nunca vuelven; entre el olvido y la memoria.

El bicentenario nos debe invitar a la reflexión sobre el quehacer y la cultura de los territorios del antiguo Partido de Nicoya, pero la invisibilizada identidad del sur de la península, ha llevado a negar al otro, marcando distancia con estas herencias, o más triste aún, el surgimiento de un sentimiento de desarraigo por no ser lo que supuestamente se debería. La identidad no la da una provincia, la da la gente que vive en los territorios con sus costumbres y tradiciones. Estos distritos poseen una identidad propia, que debe ser de igual manera celebrada y sus influencias recordadas y apreciadas, sin la arremetida poco incluyente de las políticas culturales nacidas de la puntareneidad o de la guanacastequidad.

Ningún decreto, contencioso, plebiscito, política o cualquier invento jurídico que surja puede definir “quiénes somos”. Somos la herencia de aquello que se vive día a día en las comunidades, donde el esfuerzo de las personas ha permitido el desarrollo de oportunidades, ninguna nacida de los esfuerzos de Puntarenas o Guanacaste, donde solo para el 25 de Julio se nos recuerda, cansino reclamo que nada tiene que ver con la identidad de la población.

Los 200 años de la Anexión nos invitan a recordar cómo el abrazarnos, aceptarnos y hacernos parte nos enriquece y son en estas relaciones entre pares que se construye la nación. Que el día de mañana nos pasen a Cartago no nos quita nuestra herencia, ni nos va a volver cartagineses por una resolución judicial, pero, tampoco, ni Guanacaste ni Puntarenas pueden venir acá a negarme mi memoria histórica y mi particularidad como peninsular.

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