Opinión

La ética como un campo de acción

La experiencia moral es parte fundamental de la condición humana. Las costumbres sociales y culturales preparan el campo conceptual

La experiencia moral es parte fundamental de la condición humana. Las costumbres sociales y culturales preparan el campo conceptual por medio del cual nos representamos el mundo y juzgamos las acciones propias y ajenas en cuanto buenas o malas. El criterio de lo que es correcto es la costumbre, la práctica social y cultural.

Perfectamente puede hablarse de acciones morales y acciones éticas. Una acción moral puede ser éticamente incorrecta, en la misma medida que una acción ética puede ser moralmente mala. Moral y ética parten de marcos de referencia diferentes para evaluar acciones buenas o correctas, o bien, acciones malas o incorrectas.

El conocimiento académico sobre ética no conlleva necesariamente a su práctica. Al igual que la religión, hablar de ética puede ser un buen negocio, incluso, ser parte de una estrategia política.

Más allá de definiciones académicas de escritorio y de discusiones filosóficas estériles que no contribuyen a solucionar un problema social concreto, una forma de entender  la ética es como una idea en acción. Y es en la idea donde se gesta el campo de acción y en el campo de acción donde se materializa la idea ética. La ética como un campo de acción individual tiene como referente la autonomía y la responsabilidad.

La ética no consiste en hablar o escribir bonito. La ética como campo de acción requiere también de cierto refinamiento teórico, y por tanto, como cualquier actividad académica con pretensión de conocimiento válido, debe necesariamente contar con un marco epistémico que la sustente. Pero, como no todos tienen acceso a las bondades filosóficas ni todas las bondades filosóficas tienen una utilidad práctica, es necesario inventarse una ética personal.

Podríamos considerar tres indicadores básicos para un planteamiento ético personal aceptable. 1). Refinamiento conceptual. Implica una conceptualización de lo que significa la acción misma. Si la acción es el fin, entonces se debe contar con un claro significado de la idea que sustentará la acción. Si se afirma: “tener responsabilidad ética”, entonces cabe preguntar: ¿Responsabilidad de qué? ¿Responsabilidad con quién? ¿Con Dios? ¿Con la empresa? ¿Con el jefe? ¿Con el partido político? ¿Qué es “ser responsable”? Se puede ser éticamente responsable con el Diablo, y no necesariamente la acción ética es buena… 2). Demarcación normativa.  Implica tener plena conciencia de la norma que prescribe y proscribe actos humanos con una finalidad práctica. No se trata de inventar normas ad hoc ni de evadirlas cuando conviene, sino de establecer la idea ética como norma o conjunto de normas a seguir. Razón tenía el filósofo Epicteto cuando aconsejaba seguir una norma tanto en la vida privada como en la pública, siempre. 3). La acción ética. La ética requiere ser practicada.  Nada hacemos con escribir sobre ética detrás de un escritorio si no estamos dispuestos a practicar la idea ética que hemos demarcado como norma para seguir.

Tres ejes básicos, entonces, podemos seguir para generar una ética en acción personal: conceptualizar la idea que queremos practicar, demarcar la norma o conjunto de normas que vamos considerar correctas, y practicar la idea ética, la ética en acción.

No se tiene que ver la ética como una camisa de fuerza o como una condena a la ortodoncia moral eterna. La ética no es una segunda religión ni un nuevo código de procedimiento penal.

Cuando se asocia la ética con posturas que obligan a hacer algo, se rechaza la ética que promueve la autonomía responsable de por qué se debe o no hacer algo. Por ejemplo, se considera la eutanasia algo malo, simplemente porque el referente teórico detrás de la proscripción es religioso. Si el marco de referencia cambia, y analizamos la vida como un derecho a vivir placenteramente y no como una obligación a morir dolorosamente, entonces empezamos crear ética, a producir pensamiento ético. La ética es una argumentación bien sustentada de por qué se debe o no realizar tal acción apartada de referentes anquilosados y enfermizamente dogmáticos.

Toda acción ética, en última instancia, es individual. Se trata de un compromiso con la acción correcta.  Alfabetizar en razonamiento social desde la escuela podría subsanar este vacío conceptual para evitar relativismos ingenuos y comprometerse con el diálogo razonable.  Pero esto sería un problema cultural por resolver: cómo se interpreta la rectitud de una acción moral en nuestra pequeña aldea social.

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