Opinión

Jerusalén no es el problema

La noticia sorprendió a entendidos y ha desentendidos en el tema:Donald Trump, el presidente de la nación más poderosa del mundo reconoció a Jerusalén capital

La noticia sorprendió a entendidos y ha desentendidos en el tema: Donald Trump, el presidente de la nación más poderosa del mundo, reconoció a Jerusalén como capital del Estado de Israel. Estado, dicho sea de paso, fundado en medio de la controversia en 1948 y rodeado de opiniones favorables y contrarias. Con Israel no hay puntos medios, o se le quiere o se le desprecia con la misma intensidad. Dije al principio que sorprendió a entendidos y ha desentendidos porque si de un tema la gente tiene una opinión es sobre el conflicto de Israel con los palestinos. Aunque en la gran mayoría de ocasiones estas opiniones se formulan sin conocer a profundidad los hilos que entretejen el entramado del conflicto, y además se esgrimen desde la empatía que generan los implicados. En no pocas ocasiones estos puntos de vista son pasionales y desinformados. Si bien, para la sanidad de una democracia es indispensable la libertad de expresión, asociación y opinión, hay que hacerse al menos de los elementos básicos para emitir juicios sobre cualquier tema, más en los referentes a Medio Oriente, donde uno más uno a veces es tres, y otras, dos.

En palabras de Trump: “Es momento de reconocer a Jerusalén como capital del Estado de Israel”. Las reacciones no se hicieron esperar, y como es costumbre de este siglo, Facebook y Twitter se inundaron de opiniones extrapolarizadas: por un lado están los que condenan la decisión de Trump como una afrenta al proceso de paz (inexistente y congelado desde hace más de una década); y en la otra cara de la moneda se sitúan los que ven con beneplácito dicha decisión, sin sumar o restar la cuestión palestina. Ambos están equivocados. Por supuesto no faltaron los llamamientos acalorados a la violencia por parte de los líderes palestinos desde la Mezquita de Al Aqza; desde el mismo epicentro del conflicto amenazaron con una tercera intifada, que por suerte no llegó, y con tres días de ira que tampoco vieron luz. Esto invita a pensar que en la parte palestina se han dado cuenta que la violencia nunca ha logrado absolutamente nada y que el camino es otro.

Pero independientemente de la autonomía estadounidense para colocar su embajada donde le plazca, o de reconocer a Jerusalén como capital, y obviando las opiniones que podamos tener cada uno de nosotros, veamos un ejemplo que nos invita no solo a pensar, sino a afirmar que Jerusalén como capital de Israel no es ahora y mucho menos antes un impedimento para lograr la tan anhelada y a su vez lejana paz.

Históricamente, quienes han encabezado las negociaciones de paz en la delegación palestina, nunca, léase bien, nunca han estado interesados en firmar la paz con Israel bajo ninguna circunstancia; su mayor representante -y hoy después de su muerte una figura de liderazgo en palestina-, Yasser Arafat, rechazó quizá la mejor oferta que se les haya puesto sobre la mesa de negociaciones. Arafat dijo “no” a la propuesta de Barak y Clinton en las negociaciones Camp David-Taba. Durante este proceso se le planteó la devolución de la totalidad de los asentamientos de Judea y Samaria; indemnizaciones millonarias para el problema de los refugiados; el  reconocimiento de la Nakba (así le llaman los palestinos a la guerra de 1948) y del nuevo Estado; la construcción de un túnel que conectaría Gaza y Cisjordania financiado por Israel; y, además, el reconocimiento de Jerusalén Oriental como la Capital del nuevo Estado Palestino. Las palabras de Arafat fueron las siguientes “Acabar el conflicto es acabar conmigo mismo”. Sobran las palabras cuando la evidencia está sobre la mesa, Jerusalén nunca ha sido un impedimento para lograr la paz, ni como territorio en disputa ni lo será como capital de Israel.

Los territorios en disputa tampoco han sido problema para los palestinos, ya que cuando se planteó la retirada unilateral de la Franja de Gaza (que consistió en el desmantelamiento de los asentamientos por parte de Gobierno israelí, y la salida de todos los habitantes judíos que poblaban dicha zona), inmediatamente después, la agrupación terrorista “Hamas” se hizo con el poder y control total de la Franja de Gaza. El objetivo de la Knneset y del entonces Primer Ministro, Ariel Sharon, era la de dar concesiones territoriales a cambio de paz con la Autoridad Nacional Palestina. Al día de hoy más de 2 mil cohetes y proyectiles han sido lanzados hacia Israel por la agrupación terrorista.

La lucha por Jerusalén es solo una arista dentro del conflicto, quizá la más delicada por los imaginarios que allí convergen, pero nunca en la historia del siglo pasado y de este, la llamada “Ciudad de David” había gozado de una convivencia pacífica entre grupos cristianos, musulmanes y judíos. La ciudad vieja está abierta para el público en general, únicamente con restricciones propias de las tradiciones de cada confesión religiosa. El statu quo ha sido respetado y ratificado una y otra vez desde que Israel tomó la ciudad en la Guerra de los Seis Días y no se ha alterado un ápice la administración jordana. Solo bajo bandera y soberanía israelí es que Jerusalén ha sido, en la medida de lo posible, una ciudad de paz.

 

 

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