Opinión

“Jelou, mai neim is”

Hoy les dije a los chiquillos, uno por uno, que me dijeran como se llamaban cada  integrante de su familia, entre sorpresa, vergüenza

“Hoy les dije a los chiquillos, uno por uno, que me dijeran como se llamaban cada  integrante de su familia, entre sorpresa, vergüenza, y uno que otro comentario de: – que profe más vina- , fueron diciéndolos; unos nombraron pocos, otros llegaron a la decena… una de las chiquillas me dijo que le daba pena, porque su papá se llamaba bien feo… se llamaba León; y no para mi sorpresa, pero sí para la de ellos , conté con los dedos de una mano (y me sobraron dedos) los nombres en español…”

Así me relató mi madre, una tarde después de su trabajo en un colegio del sur capitalino; una zona mitad urbano marginal, mitad rural; la dinámica que había implementado para introducir la lectura del ensayo Entre puntos y rayas de Ignacio Dobles Oropeza, y como lo infiere este autor, nuestra cultura pasa por un proceso dinámico de cambio, inclinado a aceptar como nuestra, la cultura estadounidense; pues con la llegada de la ola globalizante en la última década del siglo XX, el mal llamado sueño americano  más que una cercanía al descanso es una pesadilla, se repuntó y no solo incitando a cruzar el río Bravo a nado, sino que logrando integrarse en el imaginario de manera sutil costarricense, como un “chip de calidad americana”, ese aparatejo invisible implantado  que  traduce lo “americano”, en superioridad, en el cumplimiento del deseo más profundo de los promotores del Destino Manifiesto o la Doctrina Monroe.

Ciertamente, los códigos de comunicación humana cambian constantemente en función de su uso racional, modificando, generando y tomando prestadas, codificaciones propias y de otras lenguas, pero la distancia entre la evolución del idioma y la adopción de otro como propio, no se mide en milímetros; pero se marca de maneras poco perceptibles; principalmente en la forma  que se utilizan cada  vez más anglicismos, claro ejemplo es el mencionado al principio ligado al asunto  de los nombres propios, se vuelve incluso penoso un nombre en español, aun cuando el nombre “agringado” que se otorgue se escriba  con la fonética española, en una mezcolanza impronunciable. Y por otra parte, los  jóvenes y no tan jóvenes, no pueden negar que hacen “click”, mandan un “e-mail”, “chatean” por “Whatsapp”, capturan  un “selfie”, lo “postean” en “Facebook” y obtienen “likes”, o “stalkean” a su “crush”, guiados por un lenguaje universalista, ligado al paradigma informático, rompiendo la barrera en el idioma internacional.  Así han cambiado los códigos lingüísticos propios del costarricense, ahora no se es “chiva o carga”, se es “cool”; y más “cool” se es , si se habla inglés, y se trabaja en alguna de estas empresas transnacionales, que ofrecen un “part-time” o “graveyard shift”, para quien desee unirse al enclave, encapsulado en la miniburbuja ubicada en la zona franca, exportando moneda verde a la “yunai”, con un cien por ciento de plusvalía; una versión avanzada de lo que contara alguna vez Carlos Luis Fallas.

La única finalidad del escrito es presentar una opinión de este fenómeno, que pasa  desapercibido, y representa ese esquema en búsqueda de universalidad, que rompe con fronteras, las que han sido piedra angular de conflictos desde tiempos antiguos; sin embargo, el expansionismo unilateral de las potencias es una consecuencia de este fenómeno. En perspectiva más radical, se diría que no existe un factor de importancia al resaltar esto,  y si así fuese, se debería luchar por tener un nombre autóctono, y no el otorgado por la conquista genocida del siglo XV; a lo que diría yo que esta vez la conquista no viene plagada de virus, mosquetes de pólvora o inquisición, esta vez viene con la simple figura de superioridad, aceptada  sin el menor lamento, sin la más mínima oposición, incluso con orgullo. Y para curiosidad propia, no es asunto de ubicación geográfica sino asunto económico, pues viéndolo de otra forma, ya no vamos a la pulpería, ahora vamos al “chino”.

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