Opinión

James, el aniquilador

Para el periodista amigo Eduardo Ramírez Flores, en su despedida.

Para el periodista amigo Eduardo Ramírez Flores, en su despedida.

El urólogo Jaime Gutiérrez Góngora ha odiado toda su vida a quienes estima se debe odiar.

Socialistas, ¡comunistas!, yihadistas, y cualquier otro que él pueda considerar, desde la  certeza de un sillón cómodo, “agente del mal”. Estos agentes encarnan a Satanás y por ello  resultan inexplicables para la razón y la ciencia. Por eso don Gutiérrez ha resuelto  sentir/actuar como un poseso contra ellos.

¡Han de ser aniquilados! Ni siquiera ameritan el  infierno. Sería demasiado bueno para los perversos sufrir eternamente.

¿Quién pagaría el  gasto de energía necesaria para quemarlos lacerarlos humillarlos orinarlos escupirlos  pisotearlos para siempre? Las almas de los buenos en el cielo (o sus cuerpos, en versión  más sensual) no pagarán impuestos ya que sería injusto que Dios los hiciera financiar el  castigo de los malos. Implicaría ¡cargas eternas! Y una divinidad de amor y paz no puede  hacer eso a los buenos, entre quienes obviamente se encuentra el doctor Gutiérrez.

Estas cosas no las dice así el doctor Gutiérrez, pero se siguen de uno de sus últimos  artículos en La Nación S.A., para la que escribe asiduamente, como su par Carlos Alberto  Montaner.

El último de sus trabajos a la fecha es El misterio de la paz (LN: 21/3/2016),  texto en el que se declara admirado por la obra teológica de Gregory Boyd (estadounidense,  algo polémico por tránsfuga) uno de los partidarios del aniquilacionismo como solución  final del conflicto cósmico entre el Bien (Dios, el capitalismo libertario y el Dr. Gutiérrez)  y el Mal (Satanás, y quienes se resisten a la voluntad de Dios, o sea todos los seres  humanos y sociedades que en su larga existencia merecieron la repulsa de Don Jaime).

Como Dios es infinitamente misericordioso resulta impensable que haga sufrir  eternamente a las almas (¿y cuerpos?) de los satánicos perversos (previamente el Dr.  Gutiérrez y otros le han hecho llegar la lista).

Pero como Dios es asimismo infinitamente  justo ha de castigar también de manera infinita a quienes hayan pecado (todo pecado  contiene un mal infinito: el niño que roba un pastel tibio a la abuela, la joven que se  masturba, el fanático religioso no cristiano, el que abraza a nicas o mata a soldados del  Bien, quien se resiste a las tropas sionistas, el ciudadano judío que critica a su gobierno  criminal, etcétera).

Por ello, Dios no dejará retozar las almas de estos perversos en el  Infierno sino que las extinguirá para siempre. En esto consiste el misterio de la paz.

Como se ve, no es tan misteriosa. Pasa porque los buenos aplasten totalmente a los  malos. ¿Cómo se distingue a los buenos de los ruines malvados? Hitler inventó un sistema:  les puso un distintivo. Para la mayoría fue una estrella. A otros, sus ejecutores los  distinguían por el olor.

Previamente les impedían bañarse. Los dirigentes del Estado de  Israel se han dado un método que tiene la ventaja de poder transmitirse electrónicamente:  aúllan ¡palestino! El rey saudita señala con el dedo ¡homosexual! ¡mujer conduciendo auto!  ¡ciudadano cualquiera! El Dios de Gutiérrez Góngora, o sus secretarios, van añadiendo a la  lista. De quienes figuran en esta lista no se tendrá más noticia cuando se cumpla la venida  del Señor: “Señor Nuestro, ¡venid!” (Boyd citando a Pablo de Tarso). Gutiérrez ve próxima  esta venida. Pablo de Tarso en el siglo I imaginó algo semejante.

Es probable que en su inevitable próxima partida (conste que le deseamos eterna vida al  Dr. Gutiérrez y a quienes le estiman y quieren) el autor de El misterio de la paz desee que  ocurra lo que escribe.

Que el niño que le escamoteó un dulce o le dio un coscorrón en la  escuela, que la joven que no aceptó mirarlo, que el vecino que no mató a su ladrador perro  y le recomendó en cambio usar tapones en los oídos o cambiarse de vecindario, que el  taxista que lo estafó, que el cliente que insistió en pagarle con tarjeta, que el vil cubano que  no huye de la tenebrosa Cuba… en fin, se tienen tantos contratiempos en esta existencia  terrena, reciban su merecido. A pequeña escala, lo han irritado.

Y a gran escala, japoneses,  soviéticos, coreanos, vietnamitas, cubanos, negros africanos, socialistas, terroristas  islámicos… han provocado guerras y masacres satanescas ‘porque se han olvidado de  Dios’. Gutiérrez Góngora, alma limpia, desea se les castigue como lo merecen.

Emplearon  mal su libertad. Y el castigo ha de ser infinito para que su propia alma (la del Dr. Gutiérrez)  reciba paz infinita.

Por eso escribe, arrobado:

¡Ven ya Dios mío! Y ‘¡Aniquílalos! ¡¡Aniquílalos a todos!!

¡Dale, Macho, dale!

Amén.

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