Opinión

Es imposible un Estado laico en Costa Rica

En los cambios en las épocas todos somos o bien protagonistas, o bien simples espectadores.

En los cambios en las épocas todos somos o bien protagonistas, o bien simples espectadores. Y si bien es cierto que no siempre podemos estar en el centro de los acontecimientos, deseamos al menos ser testigos de sus grandes momentos. Nuestro momento actual contiene el germen de una época en la que los asuntos resueltos en el pasado del mundo cobran tardía actualidad.
El tema del Estado no confesional fue propio de las dinámicas políticas europeas del siglo XVIII, y cobró, preponderancia particular a inicios del siglo XX2. Siendo con ello resultado cultural de siglos de discusiones iglesia –monarquía que tienen como antecedente las argumentaciones de Marsilio de Padua, hacia el siglo XIV.
La meta política de ese tipo de Estado en Europa nació de una ruptura cultural que fundamentó, posteriormente, su materialización a través de una reforma política. Nuestra inteligencia ha de pensar orgánicamente su época para proponer una nueva racionalidad colectiva.
En los países europeos, la materialización de un Estado laico tuvo su espacio posibilitador en una sociedad culturalmente laica. Eso permitió su constitución como ideal, su materialización, y consolidación, por más tiempo que el del furor revolucionario del siglo XVIII. Aquel ideal no se fundamentó en la evocación de su superioridad para impulsar las facultades del ser humano, sino en el reconocimiento de las facultades superiores del ser humano para reorganizar su realidad.
Pero acá el asunto se puso de cabeza, el punto de llegada de una nueva época se ha puesto como su punto de partida. En Costa Rica, la ausencia de fundamentación cultural hace políticamente imposible tanto la clarificación del proceder de constitución, como de la viabilidad de un Estado no confesional.
Vivimos en una sociedad civil profundamente confesional en la que persiste una organización superestructural de cuño cristiano colonial que solo puede sustentar el cierre conductual de las posibilidades jurídicas de un Estado laico.
Con ello se podría atestiguar, en un escenario posible, la presencia de un presidente confesional que en su ejercicio administrativo apacigüe el ímpetu de las pasiones con el aplazamiento de la ejecución de las disposiciones jurídicas, por medio del gesto bien educado y elegante. Las complejas condiciones de existencia, simbólicas y físicas, que sustentan la cotidianidad, sustentan al hombre y sus actitudes, tanto como lo hace con las relaciones en las que interviene y contrae.
Con ello, en un Estado no confesional, la actitud devota marcaría el criterio de frontera identitaria con la que el sujeto ha sido constituido y se vincularía con el otro, y lo otro próximo, de modo excluyente y peyorativo.
Visto así, puede desparecer jurídicamente el Estado confesional, pero no la actitud confesional que disimula la inclusión, pero desprecia cualquier integración. Tal comportamiento recurrente da lugar tanto a burlas, como al censurante desprecio que reciente el alma de quien lo recibe, en ocasiones hasta el llanto.
Un Estado laico en Costa Rica es imposible en la medida en que conductualmente la disposición jurídica habría de rivalizar con la resistencia conductual identitaria que responde a nudos arcaicos y que lo dejaría sin efecto en la sociedad civil durante décadas.
Así, un hipotético Estado laico no podría generar una cultura de integración, sino un fenómeno de resistencia que se fundamenta en arcaísmos ideológicos que remiten a referentes tanto doctrinales, como supersticiosos y condenatorios. En este escenario sería solo el sector cristiano pentecostal, conservador y reaccionario, el que en el marasmo de pasiones capitalice todo.
No hay, por ahora, posibilidades políticas reales para que un Estado no confesional se materialice sólidamente como proyecto sensato, o sea como resultado de dinámicas de reconfiguración cultural que den lugar a la integración de las diversidades.

 

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