Opinión

Gramsci en Costa Rica

En FORJA (Semanario, 31.8.2016) viene un artículo, Odio a los indiferentes, de Antonio Gramsci

En FORJA (Semanario, 31.8.2016) viene un artículo, Odio a los indiferentes, de Antonio Gramsci, donde el autor de la teoría de la hegemonía cultural define la indiferencia como “peso muerto de la historia”. Gramsci no estuvo nunca en Costa Rica pero es posible imaginar lo que hubiera dicho sobre la abulia costarricense ante el desastroso proceso que llevamos de corrupción y privatización. Seguramente diría que la indiferencia no es rara en un país donde la educación, los medios y la iglesia sustituyen al ejército. La fuerza bruta solo actúa cuando se agrieta el consenso y en nuestra cultura el disenso es muy mal visto.
Siguiendo el razonamiento del autor de los Cuadernos de la cárcel, para consolidar la dominación las instituciones crean identidad. En nuestro caso esta identidad prefabricada comenzó con la eliminación, en los textos de historia, de las contradicciones del pasado. Así se diseñó una ciudadanía pasiva, halagada con la idea de pertenecer a un país eternamente feliz, que confunde su papel con la gradería de un estadio desde donde, peso muerto de la historia, mira el juego que hace la minoría gobernante. Cuando comienza a sospechar que le han hecho pasar gato por liebre ya está atrapada en su leyenda y no puede escapar a su inercia. Entonces, sin saber para donde va, la ciudadanía se deja arrastrar por lo único que conoce y sabe hacer: una suerte de totalitarismo electoral con lacitos en las puntas perfumadas de canela.
Aunque Gramsci nunca estuvo en Costa Rica sus ideas están presentes. Por ejemplo, lo podemos encontrar en La Institucionalidad ajena (EUCR 2008), de Manuel Solís. En la página 449 de este libro tan esclarecedor se lee: “El 48 consolidó una cultura electoral, pero no dio pasos en dirección de una cultura política centrada en la figura de la ciudadanía. La verticalidad caudillista continuó perteneciendo a nuestra normalidad política”.
Ya lo dijo Hanna Arendt, convertir lo aberrante en normalidad es muy fácil, basta con dejar de pensar.
Y eso es lo que por desgracia está ocurriendo.

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