Opinión

Fe y ateísmo hoy

Con entusiasmo pueril, arremete Pablo Chaverri contra el cristianismo en “El cristianismo y la dominación ideológica”  (Semanario Universidad, 16 de septiembre de 2020) como si fuera portador del fuego de Prometeo: ha llegado a la conclusión de que nuestra religión no es sino un sistema construido para controlar mentes débiles y carenciadas “24/7” y cuyo fundamento es el mito de la existencia de Dios. Hace una relación de hechos históricos de perversiones de la Buena Nueva, que en nada afectan la esencia del mensaje evangélico por ser, precisamente, perversiones, y nos entrega el fuego proteico: el ateísmo “liberador”. Un ateísmo que viene a librarnos de la opresión de una fe fundada en absurdos temores.

Los pensadores de la Ilustración, deslumbrados por el avance científico, confiaron ciegamente en el poder de la razón y rechazaron todo aquello que no fuera demostrable. Pero a partir del momento en que la Primera Guerra Mundial puso fin al optimismo extremo que alcanzó su pináculo en la Belle Époque,  el racionalismo mostró claramente sus limitaciones y resultó ineficiente para dar respuesta a los grandes interrogantes del hombre. Y a estas alturas, cuando la humanidad aún no asimila la  experiencia atroz sufrida en el siglo XX, de regímenes políticos totalitarios que tuvieron en común ser manifiesta y acentuadamente ateos, es difícil aceptar que el ateísmo pueda ser liberador. No lo fue para los millones de víctimas de los campos de concentración y los gulags, ni lo es para quienes en este momento aún sufren sus horrores.

Si la fe fuera como la percibe Chaverri: una simple mitología para gente ignorante y aterrorizada por castigos eternos si no se siguen los tiránicos mandatos de la divinidad, sería admisible el efecto liberador de la no creencia. Pero tal percepción es grotesca y solamente puede ser explicada como fruto de rudimentarias nociones de catequesis mal impartida y peor asimilada. Para los creyentes verdaderamente instruidos en la fe el Reino de Dios es el súmmum de la liberación del hombre, y no como promesa escatológica, como algo que se experimentará en un futuro, sino aquí y ahora, en el cotidiano vivir. Día a día millones de personas salen al mundo a vivir su fe, en su trabajo, en sus relaciones familiares, en el círculo de sus amistades. En esa fe encuentran estos creyentes inspiración, optimismo, alegría, fortaleza y luz. No hay temores infundados, no hay dudas inquietantes, sino la plenitud del espíritu.

El fenómeno religioso, en cualesquiera de sus manifestaciones, es un tema demasiado importante para descalificarlo con algunos cuantos datos históricos sacados de contexto y con citas de los libros sagrados superficialmente interpretados. Desde luego no es este el campo para discutir profundamente la esencia del cristianismo, ni parece que el académico Chaverri esté suficientemente preparado para esa discusión que durante dos milenios se ha entablado. Pero es oportuno señalar que en todos estos siglos el ateísmo no ha logrado imponerse a la fe, aun con regímenes políticos sistemáticamente empeñados en destruirla. Valga para muestra un ejemplo: Malcolm Muggeridge (1903-1990), agnóstico declarado durante la mayor parte de su vida y corresponsal en Moscú a partir de 1932 del Manchester Guardian, diario británico en esa época simpatizante del régimen de Stalin, declaraba al cumplir 75 años, recordando su larga observación del mundo como editor del citado periódico, que a su juicio el hecho político más importante del siglo XX había sido que con todos los medios de supresión a su alcance la Unión Soviética no había sido capaz de acabar con la Iglesia ortodoxa rusa. Modere su entusiasmo, don Pablo.

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