Opinión

FARO: diagnóstico o promoción

Los pobladores nómadas y sedentarios precolombinos, sin escuelas ni tecnología como la actual, además del sentido común, desarrollaron técnicas para su sobrevivencia. Sin Orientación Vocacional en la época colonial, trabajaban según sus habilidades de orfebrería, artes agrícolas y metales. Es sabiduría truncada desde la conquista, olvidada, desdeñada, evidenciada en el ámbito educativo actual, con los programas educativos estandarizados, incompetentes e incapaces de fortalecer las habilidades del ser humano actual para enfrentar su propia existencia.

Más de cuatro siglos transcurridos en la cronología educativa de Costa Rica. Llegó el siglo XXI sin contar con programas para escuelas rurales y urbanas, como el ideado por Roberto Brenes Mesén en 1918, arrastra un sistema educativo rezagado, caduco, estandarizado, ajeno a las necesidades actuales. Insana competitividad que concibe los cerebros humanos como depósitos idénticos que han de llenarse con información idéntica, lo cual se verifica a través de las pruebas que deciden quién sigue y quién queda aplastado por el mismo sistema.

Parece que las desacreditadas y fracasadas experiencias educativas continúan iluminando como FAROS el proceso evaluativo costarricense, reproduciendo ideas obsoletas. Con abuso de poder, reúnen y asignan puntajes a contenidos académicos, arrogándose el derecho como si fueran dioses, para designar el destino de los seres humanos, dejando en el camino a muchos estudiantes.

Se suma a tal fracaso, el irrespeto a los convenios internacionales de derechos humanos y de niñez y adolescencia. La promoción académica se refuerza con una visión adultocentrista, decimonónica, superada desde 1989, coactiva, intimidante y desproporcionada por sus nefastos efectos para quienes han sido devorados por el sistema educativo.

Un sistema evaluativo doblemente castigador —FARO— fortalece desigualdades. Es un sistema semejante a una moneda; en una cara las bondades y en la otra los infortunios. Se recalca que miden habilidades, que son de diagnóstico, que pueden repetirse, y que se aprueban con un 40%.

Omiten decir que son estandarizadas, promocionales, pues quien no pasa reprueba. Asimismo, el diagnóstico es para el Ministerio de Educación Pública (MEP), no para el estudiante. El Estado juega con el derecho a la educación, usa sus resultados para tomar decisiones y afectar los derechos humanos.

FARO y cualquier homólogo, responde a la auto desconfianza del ente. Sus contenidos son añejos, ya que datan de hace más de 200 años; memoria y resolución de problemas, que ahora se les llaman habilidades duras o hard abilitis, antiguo como la historia del ser humano. Es lo mismo que el arcaico Bachillerato.

La evaluación seria es integral. Evalúa al propio sistema con pruebas fiables sin calificaciones complacientes e irreales. Empieza con los funcionarios. Reforma el proceso de selección de personal y el procedimiento disciplinario para funcionarios infractores de la ley.

El ente rector en educación que se precia de serlo actuaría como lo haría un buen padre de familia. Pero, por el contrario, abusa de la desventaja del estudiantado, que por su edad y condiciones de desarrollo físico y mental es vulnerable. Lo revictimiza con violencia estructural, sometiéndolo a pruebas reiteradas y coactivas, castigándolo varias veces por el mismo hecho, como si recibir instrucción fuera un delito. Frena su avance cuando se aleja de las verdades de los iluminados, como si fuera un despropósito, fomenta brechas sociales y mantiene el statu quo, beneficiando a unos a costa de otros.

La responsabilidad del buen padre de familia que debiera cumplir el Ente Estatal se ha invertido, porque son los estudiantes quienes a través de la obligada medición tienen que responder por los errores didácticos del Ente. Dichos errores generan nefastas consecuencias, por ejemplo, pasar veinticinco años reprobando la prueba de bachillerato de matemáticas.

 

 

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