Opinión

Fábula

Todos sabemos que el actual gobierno nació como una alternativa frente a esa corriente pentecostal que promulgaba la redención de los pecados.

Todos sabemos que el actual gobierno nació como una alternativa frente a esa corriente pentecostal que promulgaba la redención de los pecados. Sin embargo, esa alternativa “progresista” se rodeó de las fuerzas más conservadoras: los portavoces políticos de la clase dominante local. Y ahora sí, se frotan las manos los diputados más avezados, sus consejeros y los grandes contribuyentes de los partidos que saben que tienen al frente de sus curules a unos novatos que apenas pueden leer discursos y son incapaces de estudiar, documentarse y debatir.

Entraron con la necesidad, con la urgencia de hacer una reforma fiscal, porque los anteriores gobiernos la habían postergado. Y de por sí, el representante de este partido gobernante era el más indicado para llevar a cabo la reforma fiscal: si pasaban los impuestos y la impopularidad lo acechaba, (lo acecha) este serían el responsable y los diputados se lavarían las manos. Eso sí, se debía ajustar la condonación de deudas de ese gran capital evasor, y la mayoría haría el gran sacrificio para sacar el país adelante.

Luego, llegó la huelga de los sindicatos, y el juego fue entretenerlos, desgastarlos y exhibirlos ante la opinión pública como los responsables de obstruir el progreso del país. Uno a uno se fueron desgranando hasta quedar solo la Asociación de Profesores de Segunda Enseñanza (APSE) y el Sindicato Patriótico de la Educación 7 de Agosto (SINPAE). En las otras huelgas la estrategia del gobierno fue negociar con algunos sindicatos y dividirlos. ¿Cuál fue la razón del Ejecutivo y de la Asamblea Legislativa de no negociar, de postergar acuerdos, al “estilo costarricense”, dice el señor Presidente? ¿Fue un cálculo para después argumentar que había que prohibir las huelgas y de paso eliminar algunos sindicatos a través del malabarismo de artículos e incisos y ajustar la Reforma Procesal laboral? “Esto se llama democracia”, gesticula con vehemencia un usurero de la política que se pavonea en su curul; el otro es un siervo destacado de las cámaras patronales que ensaya su sonrisa de nazareno y el último un defensor del Estado que ajusta su discurso jurídico a las necesidades ideológicas de la coyuntura: le hace un nudo al verbo y se pavonea, en el laberinto de la huelga política, con su disfraz de libertador.

Y elevan su voz tronante los formadores de opinión, los jefes de redacción, los periodistas más reaccionarios para denunciar el complot contra la democracia: “¡hay que parar a esos huelguistas!”, “¡cárcel para todos!” (estudiantes, transportistas, educadores, taxistas, pescadores, trabajadores de la salud, empleados públicos,…). Y, por supuesto, se unen a ese coro los intelectuales enardecidos que se golpean el pecho y lanzan sus diatribas, epítetos de todas las formas y colores para exigir represión al mejor estilo  fascio. ¿Y dónde están esas voces  que se dicen humanistas, demócratas consumados, que no se pronuncian frente a esos “centros de detención de inmigrantes” centroamericanos, que mantienen de rehenes a niños y niñas lejos de sus padres? ¿Por qué no cuestiona esa interminable caravana que pagan con su vida en busca de una nueva vida? ¿Será que los sueños que cargan son inalcanzables: un trabajo digno y un futuro sin miseria?

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