Opinión

Ética y dinastía del gran capital

Científicos y tecnócratas son solo parte del engranaje con que se nutren y alimentan los dueños del gran capital

Desde las primeras formas de organización social que datan de tiempos prehistóricos (matriarcado y chamanismo) la humanidad se dividió en castas sociales. La historia como ciencia apareció con la implementación del logos en la filosofía griega, el cual indicaba cualquier explicación de la realidad en términos racionales. Con ello, las capas sociales se volvieron más selectivas al lado de las fuerzas armadas y los grandes ejércitos que expandieron sus territorios estableciendo enormes imperios mediante colonias e invasiones de las civilizaciones del entorno. Las guerras y el poderío militar han sido el vehículo básico utilizado para consolidar los vastos imperios mundiales de ayer y de hoy.

En el siglo XVIII un acontecimiento marcó para siempre la división de la humanidad en dos grupos sociales fundamentales, permitiendo que las riquezas quedaran en manos del uno por ciento de la población mundial y dejando a la inmensa mayoría sin recursos. La Revolución Industrial impulsó el surgimiento de grandes potencias políticas y económicas que llegaron incuestionablemente para dominar el mundo hasta nuestros días, dejando desamparada a la población mayoritaria y condenándola a vivir en el subdesarrollo, dependiendo de las decisiones tomadas por el “mundo libre”.

A partir de la Revolución Industrial, el Gran Capital se apropió de las invenciones científicas y tecnológicas. La Revolución colocó en el mercado todo tipo de máquinas que desplazaron la fuerza laboral de los trabajadores: verbigracia, un tractor dejaría sin empleo a 20 o más obreros, etc; lo mismo ocurre hoy con las modernas computadoras. El gran capital había implantado su dinastía para los próximos siglos.

En teoría, la ciencia debe ser éticamente neutral; asimismo, el científico que se debe a la sociedad debería buscar que sus productos beneficien a la ciudadanía en su conjunto. No obstante, desde la invención de la máquina de vapor hasta abarcar el desarrollo moderno de las telecomunicaciones, sin dejar de lado la industria de guerra, el armamentismo desencadenado y la bomba atómica, la ciencia y la tecnología pasaron a ser propiedad del uno por ciento de la población mundial que conforma ese “gran capital”: el mayor poder económico mundial que se apropió del producto de la Revolución industrial para siempre.

Científicos y tecnócratas son solo parte del engranaje con que se nutren y alimentan los dueños del gran capital, ya sean científicos famosos como Alberto Einstein, médicos de la salud que aportan vacunas y medicamentos, trabajadores de la NASA, escultores, etc., todos están al servicio del gran capital en compensación de jugosos salarios, dietas y riquezas que reciben a cambio.

De ese modo, científicos, tecnócratas y otros con su ética del dólar se ponen a la orden del gran capital que sigue incrementando la distancia entre ricos y pobres, y a la vez, hacen el papel de semilla del mal para el ser humano. El gran capital, al imponer su inobjetable dinastía, condena al mundo a adaptarse a esa realidad, y dispone que las brechas sociales y económicas seguirán siendo cada vez… año tras año, más amplias, desiguales y severas.

En resumen, nuestro amado planeta continúa en franco deterioro al lado de la clase depredadora más voraz de la tierra (el hombre mismo), que ya eliminó importantes especies de plantas y animales, provocó el recalentamiento de la tierra causando el efecto invernadero y el deshielo de los polos, deterioró la capa de ozono y contaminó el medio ambiente: aire, ríos, mares, bosques; nuestra madre naturaleza está enferma. Contra estos daños reales no existe ningún organismo o estrategia global que pueda, en primer lugar, eludir la autoridad, el poder y la ambición del gran capital, para emprender luego la defensa y protección al ser humano de su exterminio total.

Suscríbase al boletín

Ir al contenido