Opinión

Estados Unidos de cara a las elecciones: ¿Qué se espera?

La tesis demócrata es de un cambio radical en el comercio exterior y, además,  proponen una mayor integración entre EE. UU. con sus aliados naturales-históricos, necesarios e inevitables.

En las elecciones presidenciales del próximo 3 de noviembre se juega el futuro de Estados Unidos (EE. UU.) y del mundo. Se trata de la reorientación de la economía de EE. UU. y de la política exterior, ambas dirigidas por Trump, siempre hacia la confrontación y la amenaza, por las razones comerciales o ideológicas contra China, Europa, Japón, Irán, Venezuela, entre otros países.

Quien lidere luego del 3 de noviembre llevará a EE. UU. a etapas ultraconservadoras, o buscará construir un mundo multipolar, de consensos, negociaciones, diálogos y acuerdos, en un sistema internacional averiado por las políticas de Trump.

Los demócratas prometen que, si ganan, la reconstrucción económica y política se haría de forma consensuada, entre EE. UU. y los aliados europeos, con el propósito de mejorar los canales de comunicación y niveles de confianza y credibilidad que ahora no funcionan, por las decisiones erráticas de Trump.

Antes de la pandemia, todo estaba servido para Trump, pero con esta crisis las encuestas darían un triunfo a Joe Biden, candidato demócrata. No obstante, asegurar un triunfo demócrata es, si no aventurado, peligroso. Una elección se determina por lo que hace un candidato que aspira a la presidencia como Biden y un presidente como Trump que aspira a la reelección. En la historia reciente cuatro presidentes no lograron ser reelegidos, el más reciente fue George Bush padre.

Sin embargo, todo lo que hoy sucede en EE. UU. es muy distinto y el radar no pudo detectar lo que se avecinaba para el país y para las aspiraciones de Trump. Una pandemia que ha golpeado brutalmente la economía, hasta llevarla, no a la crisis del 2008, sino a la crisis de 1929. Con una tasa de desempleo del 14,7 por ciento (40 millones de desempleados a junio) y de mantenerse a ese ritmo la recuperación de la economía podría durar años hasta ver un atisbo de mejoría. A esto le agregamos los desvaríos y devaneos de Trump frente a la pandemia, primero elogiando a China y luego en contra, responsabilizando a otros por su ineptitud.

No solo es EE. UU., es el mundo entero afectado por la pandemia y el colapso de las economías. Por primera vez se requerirá de un “Plan Marshall” global para la reconstitución de las economías del mundo. Creo que es un gran momento para que las cosas se hagan de forma más sostenible y viable.

Todo el quehacer de la campaña electoral, hasta hace poco retomada, estuvo suspendida. Y paralelamente estallan protestas masivas por la muerte de Floyd, un afroamericano que murió a manos de un policía blanco, reviviendo una historia de discriminación que ni en la época de Obama (siendo un presidente negro) se pudo revertir. Cuando Trump habla en el tono desafiante de Nixon (balas a los saqueadores) y de Wallace (aprovechando lo racial en 1968), lo hace para agravar la situación de polarización social. En otras palabras, un negro no le va a decir qué hacer a un blanco.

Lo que recién hizo Trump de reabrir campaña en la ciudad Tulsa, Oklahoma, donde hubo una matanza de negros por parte de hordas blancas en 1921, no solo es un agravio como parte de su política segregacionista, sino una provocación a más disturbios raciales. Su presencia en Tulsa es el mensaje del blanco pisoteando al negro, imagen que permanece en la historia de la discriminación, pese a la eliminación de las Leyes de Jim Crow. Dar además un discurso frente a los rostros del Monte Rushmore, es el mensaje a pueblos nativos (los originarios reales) de un hombre blanco que les robó sus tierras. No en vano esta es la posición de Trump al aceptar y apoyar a Netanyahu con las tierras que le roban a los palestinos.

Lo que realmente preocupa a ambos candidatos (Biden y Trump) son los índices de participación. Ya está en ciernes una gran batalla por los votos. Si la participación fuese alta (más del 60%), la victoria podría ser demócrata. Pero siendo baja, Trump sería reelegido porque tiene una base blanca mucho más leal que la que podría tener Biden, que es más ambigua. Es el juego del voto popular versus el voto del Colegio Electoral que en la elección pasada le dio el triunfo a Trump. El temor al contagio podría dificultar que las personas salgan a votar. Trump y los republicanos saben que si se favorece el voto por correo y se prolonga por más días, van a tener un triunfo muy complicado que podría llegar a instancias legales como sucedió con la elección Gore y Bush. Según los demócratas, a los republicanos no les interesa que participen las minorías hispanas y negras, que, en ciertos estados, definen elecciones y son los más afectados por la pandemia.

Estos son momentos muy turbulentos y de confrontación que se podrían agravar según quien gane el 3 de noviembre. ¿Veremos a un Trump reafirmando su presidencia o negando su derrota y acuartelado en la Casa Blanca apoyado con las protestas de los blancos? ¿O un Biden perdiendo las elecciones o ganando apoyado por hispanos y negros, exigiendo la salida de Trump por la defensa de un cambio hacia la decencia? Los Estados claves que podrían definir una elección son Florida, Ohio, Carolina del Sur, Alaska, Idaho, Arizona, Pensilvania, Wisconsin. Y Texas podría volcarse contra Biden, pues aunque es muy hispano y otrora votó por Obama y no por Hillary, anteriormente sí lo hizo por Trump.

También se habla de cambiar la fecha de las elecciones si la pandemia persiste. Para esto se requiere del consenso de la Casa Blanca, la Cámara de Representantes (demócrata) y el Senado (republicano). Los demócratas se oponen al cambio de fecha, no porque tengan asegurado el triunfo, sino porque cuanto más se alargue el tiempo más podría beneficiar a Trump. Por otro lado,  la postergación puede ser negativa para los republicanos, porque si la pandemia persiste, su base blanca de votantes podría desistir de votar en el futuro. La pasión es el 3 de noviembre, salvo que alguna “sorpresa de octubre” modifique las circunstancias previo a las elecciones.

A muy pocos meses de las elecciones que en política parecen una eternidad, Joe Biden, según encuestas generales, está por encima de Trump entre 7 y 9 puntos. Por despiadado que suene, la mayoría de los muertos por la pandemia estuvieron concentrados en grandes ciudades y Estados demócratas, así que esa es una variable a considerar. Hay presidentes de presidentes para no mencionar epítetos. Pero un presidente que un día recomienda tomar desinfectante contra el virus y luego dice que estaba bromeando, no es una buena señal de cordura, menos en tiempos de crisis donde se requiere una mentalidad preclara. Y hay votantes de votantes que le aplauden, lo que hace languidecer cualquier opinión favorable que se podía tener sobre la calidad de presidentes y votantes, así como lo que bajo que se ha llegado. ¿Será que en realidad los pueblos tienen el gobernante que se merecen?

La pandemia ha afectado a hispanos, negros, mujeres, y cientos de miles de ellos sin seguro médico. Los republicanos piensan en las próximas elecciones, no en las próximas generaciones, dicen los demócratas. Trump quiere acabar con la dependencia con China, no se puede porque los chinos también dependen de EE. UU. (se le llama interdependencia compleja y profunda). Y es más cara la guerra comercial en términos de reconducir la economía y llegar a nuevos acuerdos que fortalecer lo existente.

  1. UU. no es capaz de producirlo todo, y las oportunidades que dejó escapar en África y América Latina, por enfocarse solo en China, ya fueron “tomadas” por el gigante asiático. Sin duda un fallo de visión estratégica y de entender los pasos silenciosos de China, como siempre lo vaticinó Kissinger en su libro On China. Incluso, no fue sino hasta la era Obama que EE. UU. se acercó de nuevo a Asia, con el síndrome de Vietnam aún a cuestas.

La tesis demócrata es de un cambio radical en el comercio exterior y, además,  proponen una mayor integración entre EE. UU. con sus aliados naturales-históricos, necesarios e inevitables.

Los problemas globales requieren soluciones globales: pandemias, cambio climático, terrorismo internacional, inmigración, tráfico de drogas y evasión de capitales. Recuerdo el libro de James Rosenau, Turbulence in World Politics a Theory of Change and Continuity, sobre los paradigmas con el fin del mundo bipolar en los años 90. Las mismas variables de ese entonces están presentes hoy con la destrucción de Trump del sistema internacional, constituido a partir de esos cambios, en su maniquea visión de situar a EE. UU. como un poder unipolar al costo que sea.

Si bien el sistema que debería imperar en el orden mundial es el multipolar, porque las potencias regionales juegan un papel de estabilización y balance del sistema, este debe estar sostenido inevitablemente por una base bipolar EE. UU.-China. Quizás, quienes hayan vaticinado una guerra fría entre estos dos países se equivoquen luego del 3 de noviembre, pero esto dependerá de quien gane y veremos si las circunstancias internacionales harán que los demócratas cumplan su tesis de un mundo multipolar ante la presencia de un sector demócrata tan republicano como los republicanos.

Aquel que gane la presidencia el 3 de noviembre no la tendrá fácil, no solo en términos electorales, sino porque heredará un país con una descomunal crisis económica, producto de la pandemia y un complicado retorno hacia la normalidad o “nueva normalidad”. Estas elecciones serán atípicas desde todo punto de vista: entre un posible ascenso demócrata de un “yes we can” con su candidato Biden (quien no brilla con luz propia porque la era de Obama aún pesa) desplazando a la “dinastía” Clinton; o la continuación de un “I can’t breath”, con un Trump apagado por las circunstancias imperantes, propias de su gestión.

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