Opinión

Entre Clodomiro Picado y Jorge Debravo

Desde hace varios años, ya no me considero principalmente un ingeniero agrónomo, sino un escritor. De ahí el título de este artículo, aunque le pido perdón a ambos costarricenses referidos, pues obviamente a ninguno de ellos le llego ni a los tobillos. Me explico. Hace como 12 años, mi jefe me felicitó por todo el trabajo de investigación que estaba realizando, pero además me preguntó si había publicado esos resultados, a lo que respondí que no, porque no tenía tiempo.

Entonces, mi jefe me recomendó que publicara, pues “investigación que no se publica es investigación que no existió”. Desde ahí, empecé con la engorrosa tarea de escribir un artículo científico. Ese primer artículo me costó más de un año de redacción, finalmente, lo envié a una revista, y luego de otro año consulté qué había pasado, y la única respuesta de la revista fue “Rechazado”, así no más, sin ninguna justificación. Lo más fácil hubiera sido desistir en mi intento, pero, por el contrario, le hice al documento los ajustes que consideré convenientes, lo envié a otra revista y finalmente apareció publicado a mediados de 2014. ¡Gran victoria!

A partir de ahí, cada vez ha sido más fácil la redacción de los artículos subsiguientes, lo que me ha brindado grandes satisfacciones personales, sobretodo por la importante cantidad de personas que los leen, en muchos países del orbe, según el informe semanal que me envía el repositorio Research Gate.

Definitivamente, el placer de un escritor es que alguien lea sus escritos. En algún momento, algunos colegas me manifestaron que no le gustan mis artículos; ni modo, nadie es billete de ₡20.000 para gustarle a todo el mundo.  Además, he pensado que tampoco a todo el mundo le gusta la poesía de Jorge Debravo, los libros de Vargas Llosa, la música de Rubén Blades, Shakira, o Juan Luis Guerra, o las pinturas de Van Gogh, y a mí me gusta la obra de todos ellos. Gran parte del tiempo de cada semana la dedico a escribir artículos, por eso digo que soy más escritor que otra cosa. Como dice el dicho: “la práctica hace al maestro”, y esto es ciertísimo, cada vez es más fácil encontrar los verbos apropiados, hacer la paráfrasis adecuada, resumir la idea principal, lograr explicar de la mejor forma posible cómo se hizo un experimento. Algunas personas me han dicho que yo debería dar cursos sobre “cómo escribir un artículo científico”, pues admiran mi capacidad en esa materia; les agradezco por ello.

Sin embargo, lo único que podría recomendar es: leer mucho; no desfallecer en el intento; establecer horarios diarios (o semanales) para escribir; planificar anualmente la escritura de artículos; buscar las revistas más apropiadas y convenientes; ajustarse al formato de cada revista (que conlleva mucha paciencia, poniendo o quitando puntos y comas); hacer siempre un trabajo de la mayor calidad; y ojalá mejorar la ortografía, la sintaxis, y la habilidad mecanográfica, estadística, y de presentación de resultados.

Además, es sumamente importante creer en uno mismo, en que el trabajo que uno hizo es valioso y merece ser compartido, para que otras personas lo conozcan, y ojalá lo aprovechen; asimismo, no desanimarse por comentarios negativos de colegas o revisores, o por el rechazo de parte de alguna revista.

Hay otros elementos más estratégicos, como la manera de publicar una información (por ejemplo, en un solo artículo, o en dos), o a cuál revista conviene más enviar un artículo (según periodicidad, idioma, accesibilidad del artículo, rapidez de publicación, o temática de la revista), o de qué manera realizar una revisión bibliográfica (recursos utilizados, forma de clasificar la información, o estrategias de búsqueda). Es decir, escribir un artículo científico tiene mucho de obra de arte, por eso la referencia al trabajo de Van Gogh y demás artistas. ¡A escribir, carajo!

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