A finales de julio reconocidos medios de comunicación latinoamericanos informaron sobre el destacado papel de los gobiernos de México y Colombia, en relación con la situación general venezolana (Periódico La Jornada. Miércoles 26 de julio de 2017, p. 20 y agencias Dpa, Afp, Xinhua, Ap y Notimex), con más de un centenar de muertos, más de tres meses de violentas protestas y una profundización de las contradicciones de clase, y sobre la aprobada recientemente Asamblea Constituyente.
Me recuerda esta situación generada en el país suramericano al ambiente creado en Ucrania, que terminó con la destitución del presidente constitucional Víktor Fiódorovich Yanukóvich el 22 de marzo de 2014, en medio de una ola de rusofobia. No hablo de “vacío de poder”, voy por otro lado.
Si analizamos el discurrir de estas convulsiones, tenemos como patología social similitudes entre las víctimas de algo que ya han dado en llamar “guerra de cuarta generación”; caracterizada por la prolongación de conflictos que logran la destrucción sistemática de toda base productiva; a la vez que se crean poderes paralelos que de inmediato cuentan con el respaldo exterior. Así sucedió con el ingenuo Fiódorovich Yanukóvich, quien consideró que le bastaría con haber sido electo presidente constitucional para detener así su destitución puesta en marcha fuera de Kiev.
Hablo de que estas guerras de desgaste o “cuarta generación” no implican necesariamente el desembarco inmediato de militares, sino que, es posteriori, bajo la premisa de “poner orden”, invertir en la destrucción realizada e integrar a la civilización occidental a las convulsionadas naciones, cuyos regímenes había que cambiar.
Ojeando el camino trazado en otros países como Libia, Irak, Afganistán y Siria, de inmediato notamos que el “trabajo” interno no nace, producto del desembarco de tropas al estilo de Vietnam o Corea, sino que es después de destrozado el aparato económico.
Tampoco digo que este tipo de guerra es más humana o favorable para la paz mundial. En junio, la ONU confirmó recortes por el orden de los 600 millones de dólares de su presupuesto para tareas de pacificación en el mundo.
Contrasta lo anterior con el desbordado crecimiento en gastos militares aprobados este año por todas las potencias nucleares. Solo Estados Unidos, según informaron en su oportunidad diarios como el New York Times y cadenas de noticias, la Cámara Baja aprobó un proyecto de ley para un presupuesto militar del año fiscal 2018 de casi 700.000 millones de dólares.
Así la paz mundial resulta enemiga jurada de la industria militar, sea en China, Rusia, Francia, Ucrania o Latinoamérica; de allí la necesidad de contar con “aliados” internos cada vez que se define a una nación para este tipo de guerra de desgaste.
Mi colega, Jorge Gómez Barata, en un reciente y sesudo ensayo, titulado La ideología y la política (en Moncada jueves 20 de julio de 2017), sostiene la tesis de que, en América Latina, la bandera de la justicia social es la generadora de los grandes enfrentamientos de clase y los cambios profundos en la región, por encima de partidos políticos, sean independentistas, progresistas o de otra índole.
“Ninguno – ilustra- de los grandes movimientos populares latinoamericanos, comenzando por las luchas por la independencia, incluidas las tres revoluciones victoriosas del siglo XX en México, Cuba y Nicaragua, como tampoco el peronismo y otros, reivindicaron alguna ideología, o se constriñeron a los límites de algún partido. Por el contrario, en todos los casos el éxito se derivó de la capacidad de convocatoria de sus proyectos basados en objetivos de liberación nacional y social, asociados a lucha contra tiranías opresoras de los pueblos”.
En todo caso, sea Ucrania o Latinoamérica, Libia o Siria, este tipo de guerra requiere de la creación inmediata de fobias, que van perfeccionándose con el tiempo, alcanzando incluso a partidos convertidos en “frentes” que por oportunismo electorero se rezagan, a intelectuales y profesiones tan serias como el mismo periodismo, enmarañado hoy entre lo que llaman los teóricos de la comunicación “el negocio” de la plurimentira y los grados de certeza circunstancial; esta última cada vez más extraña entre periódicos y cadenas de noticias que se resisten a las “verdades inventadas”.