El tema de este artículo es la crítica al uso lexicológico que actualmente algunos opinantes dan a la palabra y concepto gnoseológico “tema”.
Acerca del tema podría decirse que es un concepto primordialmente académico, el cual siempre nos remite a la denominación concreta de algún asunto que, a la vez, puede devenir problema (objeto de solución), estado o situación de algo. Caso contrario y erróneo es cuando en un escrito su título, más que denominar el tema lo describe, degradando así el primer contacto con el lector. Y aunque el “algo” nombrado por el tema se presente con distintos matices de abstracción (a mayor grado de abstracción menor nivel de concreción y viceversa), este objetivamente reflejará una realidad susceptible de denominación incluso mediante alguna abstracción metafórica o, como lo es la presente reflexión, a través de una relación.
Hoy vemos cómo la voz de los expertos en distintos “temas” se ve permeada de modas, estereotipos y facilismos lexicológicos que deterioran el discurso; entre ellos los eufemismos -para que nadie se resienta. Entonces todo asunto, situación, problema o fenómeno que podrían caracterizar un tema, y que a la vez, según sea el caso, también subdividirse en manifestaciones puntuales (ej. el tema del “medio ambiente” con sus particularidades reflejadas en problemas o áreas para discutir, indagar o resolver: estado ambiental, sostenibilidad, contaminación, recuperación, protección de…, etc.), ahora resulta ser tema y sólo de temas se habla. Por tanto, ya no se habla de problemas o asuntos que escocen, sino del “tema de los niños abandonados, de los huecos en las calles o de la platina, de las niñas embarazadas”.
Mas lo dicho no significa que cuestiones relacionadas con algún tema determinado y abstraídas del mismo, bajo rigor metodológico y en respuesta a una necesidad académica, no puedan ser abordadas como temas, sino que el término-concepto “tema” debe visualizarse en su contexto epistemológico y no emplearlo indiscriminadamente, evitando así su relativización.
Claro, es más sencillo tematizar nominalmente cualquier cosa que determinar su naturaleza y de ahí llamarle por su nombre, y de paso contribuir con el bagaje lingüístico, tan venido a menos últimamente. Ojalá que el problema aquí esbozado en forma somera no corresponda al “tema” de “la importación lexicológica” que algunos “expertos” suelen reproducir en sus discursos.