Opinión

El sinsentido del capital

A mediados de abril, la producción de quesos en Upala se perdía, pues, a causa de la pandemia, resultaba imposible el transporte del producto a todos los mercados nacionales y se tornaba difícil encontrar consumidores suficientes a nivel local.  Los sinsabores de una economía, que basa su funcionamiento en la oferta y la demanda, impiden la reactivación económica, ya que el capital que le permita a un ciudadano presentarse a un comercio y comprar todo lo que necesite, sencillamente, no existe.

Nueva Zelanda aisló por seis semanas a su población, la cual poseía capacidad para soportar el embate del virus, siendo posible reducir la tasa de contagio hasta cero sabiendo que no morirían de hambre en el proceso.  La economía capitalista tiene ese nombre a causa del capital, el cual es el combustible de la maquinaria y la principal preocupación de una sociedad empobrecida por décadas de injusticias, que, en países como este, castiga a los agricultores y obreros con la mayor carga impositiva.

El sistema capitalista obsequió, en el año 2008, la módica suma de $1 trillón para salvar a la industria bancaria de una caída.  Pero ¿qué importancia puede tener un banco para una sociedad enferma y pobre?, entendiéndose que son los trabajadores quienes requieren dinero no solo para satisfacer sus necesidades básicas, sino también para  producir los bienes materiales.  Si un banco duplica sus utilidades, es el pueblo quien le ha permitido hacerlo, pues paga mes a mes los empréstitos hechos por el sistema, mientras los tales trabajadores enfrentan el temor a caer muertos por el virus, o quizás por la imposibilidad de pagar cuando no se tienen ingresos.

Es necesario desactivar la máquina tragamonedas en un momento como este, pues la producción de utilidades bancarias se convierte en un sinsentido, cuando son los seres humanos quienes requieren con urgencia aislarse al menos por el período de incubación del coronavirus.  Una vez que los contagios se detienen, la economía debe atacar el otro virus llamado miseria, que mata tanto (e incluso más que el coronavirus).  Para la élite que mira los problemas desde lejos, la máquina debe seguir vomitando monedas y recapitalizando los préstamos, sin siquiera pensar en las consecuencias sociales que se verán en el corto plazo con esa práctica, particularmente, para la clase media hiper endeudada.

Un cementerio de obreros y campesinos es incapaz de comprar la producción de las muchas empresas nacionales y extranjeras, tampoco puede pagar deudas o presentarse a litigios legales por incumplimiento, lo único que puede hacer es disminuir su consumo hasta un nivel de sobrevivencia infrahumano y esperar en vano que todo mejore.  Como no se vislumbra una vacuna hasta mediados del 2021, debe el Estado asumir que estamos en guerra y priorizar la vida humana por encima de la vida bancaria.

Qué beneficio popular tiene la nacionalización bancaria si es la clase alta la que tiene el acceso al capital.  Al menos Ford, en su visión empresarial vanguardista, pagaba un salario muy alto a los obreros de la industria automotriz, lo cual permitía que estos compraran la producción de otras industrias y generaran un ciclo perenne de producción-consumo.  Ante una crisis tan brutal como la que vive el mundo, todos los empréstitos, hechos por bancos estatales a la clase obrera y campesina, deben condonarse, de modo que estos tengan mayores posibilidades de sobrevivencia, al poseer ingresos que antes dedicaban al pago de sus deudas.  Una sociedad con millares de agricultores enfermos o muertos, con obreros sepultados por los préstamos hipotecarios, o maestras encadenadas a las tarjetas de crédito a las que recurren para complementar sus escasos salarios, tarde o temprano entenderá que el dinero por sí mismo, no produce nada.

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