Opinión

El reglamento escolar

Un clima positivo en el colegio no se improvisa, conlleva coherencia, modelaje, tiempo y constancia.

El reglamento escolar debe ser una guía para la convivencia y disciplina en general. Cuando se redacta, docentes y administrativos deben recordar que su ámbito de trabajo es con personas menores de edad, en un medio educativo y no judicial.

Su eficiente aplicación en las lecciones es vital y lo debe hacer un docente de calidad que cuida con dedicación el orden y eficacia en su desarrollo. Ese espacio físico y educativo de intercambio de aprendizajes puede propiciar y desarrollar valores humanos en los escolares; por ende, todo lo que ocurre debe ser conocido por los directivos del centro: objetivos de aprendizaje, actividades de los alumnos y el entramado de relaciones interpersonales que surgen.

Las lecciones son vitales para el proyecto educativo, son un crucial indicador de la calidad institucional y del docente en su organización, dirección y enfoque del orden y ejecución de su trabajo, así como de la capacidad para estimular el esfuerzo del alumnado y atender sus necesidades particulares. Por eso surgen interrogantes como: ¿qué medios usar para lograr un ambiente armónico de trabajo e integrar el alumnado a las lecciones?, ¿qué entender por disciplina sin recurrir a la coacción y al castigo del reglamento?, ¿qué estrategias anticipativas ayudan a prevenir y controlar conductas calificadas como irregulares?

Reglamento y disciplina se unen. Es preciso entender la disciplina como dominio de sí mismo para ajustar la conducta a las exigencias del trabajo y de la convivencia social, que el docente debe modelar. Es una visión ajena al concepto adultocéntrico, decimonónico, de castigos y sanciones, vigente en el reglamento. Así que el adulto debe interiorizar la disciplina como un hábito de responsabilidad sobre las obligaciones, actos y decisiones adoptadas y así transmitirlo. Es autorregulación emocional y física, que supone capacidad de renovar la libertad personal para actuar superando las propias limitaciones que conlleva el diario vivir y así poder servir a la sociedad.

Podría creerse que las normas básicas de convivencia son innecesarias si se da un buen clima en la clase y una actuación positiva continuada de los profesores, sin pensar que esas reglas de actuación son referentes que posibilitan ese buen clima escolar. El respeto a las personas y a la propiedad privada, la solidaridad, el orden y las costumbres asertivas, son valores de la convivencia que deben conocerse, aceptarse y practicarse diariamente.

Un clima positivo en el colegio no se improvisa, conlleva coherencia, modelaje, tiempo y constancia, por lo que las normas de referencia para lograr un ambiente apacible de trabajo, orden y cooperación son requeridas como disposiciones consensuadas sobre los límites que la libertad de los demás imponen a la propia libertad. Pueden ser pocas, pero coherentes con el proyecto educativo y eficaces; claras y sencillas; conocidas y aceptadas por toda la comunidad educativa, conformada por padres, profesores y alumnos; y que sean de cumplimiento obligatorio.

Hay que saber que las normas por sí mismas no son mágicas ni suficientes. La disciplina no se logra mediante una casuística exhaustiva, trasladando la autoridad al reglamento escolar, tenido como un pequeño código penal escolar con la aplicación inflexible de las sanciones establecidas. Esto no debe entenderse como un “recetario” con el que el docente mantenga artificialmente un ambiente de orden. La convivencia pacífica y colaborativa entre en la comunidad educativa, representa el producto de un proceso de formación personal a partir de sensibilización, educación y adopción de una cultura escolar, que facilite el concientizar el valor de esas normas elementales para posibilitar la sana convivencia.

Se trata de un proceso gradual que permita interiorizar esas normas hasta llegar a aprehenderlas y aplicarlas naturalmente, sin especial esfuerzo, a cada circunstancia personal y social.

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