Opinión

El mundo feliz de los proletarios digitales

“El espectáculo no es un conjunto de imágenes, sino una relación social entre personas mediatizada por imágenes” (Guy Debord, La sociedad del espectáculo, 1967).

La historia del siglo XX es testigo del enfrentamiento dialéctico de dos modos de producción antagónicos, el colapso posterior de aquel que auguró utópicamente Marx, y el advenimiento final de una nueva fase del capitalismo hegemónico, el neoliberalismo, que pretenderá reproducir viejos sistemas de explotación laboral dentro de un nuevo paradigma económico dominado por la revolución tecnológica actual, que muchos consideran la Cuarta Revolución Industrial. En este contexto han ido surgiendo un conjunto de modelos empresariales apoyados en plataformas digitales que, bajo supuestos esquemas novedosos como la economía colaborativa o la autonomía laboral, esconden en realidad condiciones de trabajo precarias, insalubres e incluso, altamente riesgosas.

Pero estas situaciones cercanas a la explotación no solamente se presentan en el ámbito laboral, también, y esta es la novedad crucial, en el tiempo de ocio o esparcimiento, entendido como ese espacio vital donde las personas nos distraemos, nos liberamos de las preocupaciones laborales y compartimos experiencias con los demás. Este espacio que ha sido siempre de libre albedrío, de emociones y percepciones ilimitadas, ha sido ocupado de forma dominante por el cartesiano espacio virtual de las redes sociales. Precisamente este es uno de los campos de investigación del joven filósofo alemán Markus Gabriel. Gran divulgador, es un firme defensor de la filosofía como un arma cargada de futuro, que diría el poeta, como el instrumento esencial para conocer la realidad. “Como filósofos no tenemos que diagnosticar, tenemos que reparar”, sentencia Gabriel y, con esta premisa, desgrana una encendida crítica contra la era digital, la inteligencia artificial y los estragos que según él produce en el pensamiento.

Según Gabriel, internet, las redes sociales, la inteligencia artificial en manos de las grandes multinacionales del Silicon Valley son “instrumentos de manipulación, convierten a la gente en criaturas sensoriales, adictas a la información, necesitan la siguiente dosis, y son, como consecuencia, más vulnerables y por lo tanto más manipulables”. Y como bien es sabido, este proceso de circulación incesante de bits cargados de corriente emocional que moviliza hasta la extenuación este proletariado digital genera a sus propietarios enormes beneficios.

Eso sí, ellos ponen todo de su parte para evitar que su prole forme parte de esta indigna clase social. En Palo Alto (California), centro neurálgico del Silicon Valley, muchas de sus escuelas están completamente desprovistas de todo tipo de aparatos electrónicos, computadoras, dispositivos móviles, pantallas, etc. Los maestros utilizan en las aulas pizarras, cartulinas, tizas de colores. Incluso las empleadas domésticas se ven obligadas a firmar un contrato que les prohíbe utilizar cualquier tipo de dispositivo móvil delante de los niños.

Este mundo digital, que recuerda bastante a la novela Un mundo feliz de Aldous Huxley, parece confirmar la tesis de este autor de que la sociedad debe ser manipulada mediante instrumentos que recrean una determinada ficción, un espectáculo en términos de Guy Debord, para asegurar una felicidad universal. Eso sí ficticia, artificial, sensorial y efímera porque esa corriente emocional termina por desencadenar de forma violenta los instintos más primarios.

Markus Gabriel propone recuperar el pensamiento, la filosofía como mecanismo emancipador. La filósofa española Adela Cortina, que ha dedicado artículos y libros a este tema, reclama un marco ético común y específico para los entornos digitales que permita de alguna forma regular, democratizar este mundo informático, garantizar la autonomía de todas las personas y proteger a los más vulnerables. En última instancia, se precisa un empoderamiento en el plano filosófico y ético del ser humano y, de esta manera, poder dominar y relativizar al máximo el mundo digital.

Suscríbase al boletín

Ir al contenido