Opinión

El Laberinto del retorno a Clases

Durante el mes de febrero, de manera paulatina y escalonada, según la directrices del Ministerio de Educación Pública (MEP), un millón de estudiantes volverán a las aulas después del año más atípico que podríamos recordar en la historia reciente de nuestro país. Contra todo pronóstico, y aunque aún no tenemos certeza de qué deparará el curso lectivo 2021, miles de docentes, cuerpo administrativo y miembros de seguridad, alimentación y limpieza institucional, abriremos las aulas de todas las instituciones del país con mucha esperanza y atentos a los protocolos que debemos cumplir en aras de proteger nuestro insumo más valioso y a quienes representan el futuro del país.

Aunque Iniciar el curso lectivo representa un aliciente para las autoridades políticas, principalmente para el Poder Ejecutivo, no se puede tapar el sol con un dedo: la generación que iniciará el segundo ciclo de la Educación General Básica (cuarto nivel de escuela), y quienes empezarán el proceso de Educación Diversificada (décimo año de colegio Técnico o Académico) habrán experimentado la huelga del 2018 que se extendió durante 93 días, la huelga intermitente del 2019  contra La Ley 20.580, y por último, la pandemia del COVID-19 durante casi todo el año 2020. Lo anterior suma más de 200 días efectivos lejos de las aulas, es decir, un año académico entero.

Sería muy osado e irresponsable llamar a esta generación de estudiantes “generación perdida”, como resuena en algunos medios de comunicación masiva, pero lo cierto es que muy a pesar de los planes remediales que se pudieron implementar durante los periodos de huelgas del 2018 y 2019, o las clases virtuales junto con las Guías de Trabajo Autónomo del periodo anterior, existe un rezago importante en la mayoría de la población estudiantil que no ha sido tratado con la pericia necesaria. Año con año se han puesto parches para postergar la situación, o como se dice popularmente, “pateando el tarro”.

Este año 2021 no escapará de polémicas: el proceso de vacunación por razones comprensibles ha sido lento, y el tipo de selección podría ser cuestionable. Los docentes nos encontramos en el cuarto grupo de cobertura, y somos nosotros los que estaremos en contacto con los educandos. Los centros educativos de alta atención no cuentan con la infraestructura necesaria para iniciar la “bimodalidad”, y la condición de vulnerabilidad de muchos de nuestros estudiantes impedirá que el sueño de las clases en línea sea solo eso, un sueño. Además, este año inicia la carrera electoral, por lo cual las estructuras políticas estarán más atentas en desprestigiar al gobierno de turno y diseñar sus programas de gobierno cargados de promesas, empleo, soluciones mágicas y hechizos hipnotizantes, que atender los problemas inmediatos que nos aquejan. Los medios estarán cargados de propaganda, y el Primer Poder de la República en campaña política, y si por la víspera se saca el día tendremos el mismo nivel de discusión política vista en los debates del 2018.

En medio de este panorama nuestros estudiantes quedan lejos de la ecuación, porque el verdadero problema no es si el Ministerio de Educación ha diseñado un plan expedito para la vuelta a clases, sino que los problemas de fondo, mencionados anteriormente, siguen manteniéndose a pesar de la urgencia con la que debían ser atendidos. Mientras siga persistiendo el mal de la postergación y procrastinación en nuestras instituciones, cada año será de huelga y pandemia.

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