Opinión

El grito de Calufa

En el documental Un costarricense llamado don Pepe, producido por don Víctor Ramírez, donde aparecen los protagonistas del Pacto de Ochomogo,

En el documental Un costarricense llamado don Pepe, producido por don Víctor Ramírez, donde aparecen los protagonistas del Pacto de Ochomogo, don Manuel Mora Valverde, el presbítero Benjamín Núñez y don José Figueres Ferrer, recreando aquel hecho histórico, se recoge un dato anecdótico muy significativo.  Según narra don Pepe, mientras conversaba con don Manuel sobre su determinación de mantener  las Garantías Sociales una vez concluido el conflicto bélico,  surgió una voz fuerte de un matorral, era Carlos Luis Fallas (Calufa, el otro protagonista) preguntando: ¿Y  el impuesto sobre la renta? A lo que respondió: Lo mantenemos y de ser necesario lo duplicamos.

Esta anécdota me recuerda un mensaje del pastor  presbiteriano Cecilio Arrastía sobre  el pasaje de las bodas de Caná de Galilea, titulado Jesucristo, Señor del pánico.  Efectivamente, el pánico se apoderó de la fiesta a la que fue invitado Jesús, cuando se escuchó el “grito de la cocina”: se acabó el vino.  Y  aunque la hora de hacer visibles los signos  mesiánicos no había llegado, el tiempo oportuno (kairós) del Reino se anticipó para dar respuesta al  “grito de la cocina” –la fiesta debía continuar–. Y  aquel jovenzuelo, anónimo hasta ese momento, se convierte en el Señor de la fiesta al realizar el milagro de convertir el agua en vino.

El grito que surgió de aquella mente lúcida y combativa de Calufa, recordando el impuesto sobre la renta, se asemeja al “grito de la cocina” en las bodas de Caná.  Así como no hay fiesta sin vino,  tampoco hay Garantías Sociales con un Estado sin recursos suficientes. Efectivamente, el conflicto había dejado las arcas vacías del Estado. El país vive hoy una situación similar, los recursos del Estado son insuficientes para saldar el déficit fiscal y emprender las grandes obras que requiere, con urgencia.

En tiempos de “vacas flacas”, o sea de “posguerra”, había que tomar medidas atrevidas y valientes, para atender al “grito de Calufa”. Tales medidas fueron, por ejemplo, la nacionalización de la banca y  el impuesto del 10% al capital, entre otras, que permitieron emprender obras de trascendencia económica y social, como fue la creación del Instituto Costarricense de Electricidad (ICE) y, por supuesto, impulsar y fortalecer la nueva  institucionalidad social que contribuiría a crear mejores oportunidades de movilidad social, especialmente para  sectores empobrecidos y de clase media.

Aunque no  estamos en un tiempo de “posguerra”, los decibeles del “grito de la cocina” se elevan cada vez más, debido a problemas fundamentales que se vienen arrastrando ya hace rato: desigualdad estructural que impide bajar cualitativamente los índices de pobreza, desempleo y precarización de los salarios, entre otros. Por tanto, es necesario,  en el  mismo espíritu atrevido y valiente de los gestores de la reforma social y la modernización del Estado, tomar decisiones y  concretar medidas que emulen las de los años de 1940.

No podemos seguir postergando la gran reforma económica y del Estado, para garantizar una vida digna a todos los costarricenses. Hasta ahora, pareciera que el reloj de los líderes políticos todavía no marca la hora. Mientras tanto, el grito de Calufa resuena desafiante: ¿Y el impuesto sobre la renta?

 

 

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