Opinión

El estado de los dos Estados

En el repetitivo discurso —casi ad nauseam— de “Un Estado para dos pueblos” o “La solución de dos Estados” esgrimido por los líderes políticos de las potencias occidentales que representan el engranaje principal del derecho internacional, resuena como una solución ideal al conflicto entre Israel y Palestina, y aunque ni unos ni otros estén seguros de lo que realmente significa esa frase, saben con absoluta certeza que se traduce en aprobación popular, y les ayudará a rascar un par de votos para sus próximas elecciones.

Este mantra adoptado tanto en los atriles de la diplomacia internacional, como en los corrillos de la prensa y las redes sociales, parece más una fórmula mágica que busca ganar la aprobación popular, que una estrategia concreta para la paz. Es como si la solución hubiese estado siempre ahí y nadie estuviera para verla y, de pronto, con cada escalada del conflicto el genio sale de la lámpara y concede un par de deseos. Lo cierto es que todos los que abogan de forma apodíctica al son de su conveniencia están esperando —al mejor estilo del teatro griego— que baje Deus Ex Machina y dé con la solución a las disputas territoriales y los enquistes en los imaginarios de los involucrados.

La complejidad del conflicto israelí-palestino se extiende más allá de las narrativas simplificadas frecuentemente presentadas, los antecedentes son hartos conocidos y la historia varía dependiendo de a quién se le consulte, y justamente por centrar la atención en los dos actores involucrados en la disputa territorial es que se sigue insistiendo en estos dos postulados que se han convertido en la pomada canaria del conflicto, eclipsando así cualquier análisis profundo de sus raíces o si quiera de las posibilidades reales de su implementación. De ahí la nueva solución popular basada en la solución de un solo Estado “From the River to the sea, Palestine will be free.

Enfoques

Iluso sería pensar que Hamás atacó a Israel en octubre pasado en una lucha de resistencia, la verdadera intención es la destrucción diplomática e internacional de Israel, es por esta razón que el análisis debe obviar la comodidad de los lugares comunes y volver la mirada más al este, especialmente a Teherán, para comprender de dónde vienen los intereses para que todo siga como está ahora y, si es posible, que empeore:

  1. Jordania es la llave y el cerrojo para una posible solución de dos Estados, pero la forma en que se ha desentendido del conflicto es descarada, la población jordana está compuesta por una gran cantidad población procedente de los mismos clanes de los palestinos actuales de Cisjordania y Gaza. Producto de la partición de 1947, el territorio de la ribera occidental que fue tomado por los jordanos en la Guerra de Independencia de Israel, fue abandonado posteriormente cuando la monarquía Hachemita entendió que anexarse ese territorio y seguir concediendo ciudadanía Jordana a los palestinos significaría una clara amenaza a su poder y un suicidio demográfico.
  2. Mientras tanto, los países árabes se conforman con enviar algunos dólares para lavar sus conciencias, otros financian agrupaciones terroristas para perpetuar el conflicto y se conforman con alguna condena en la ONU o en La Liga Árabe. Mantener el statu quo del conflicto, tal y como está ahora, permite que los enemigos chiitas de Irán sigan manteniendo su política exterior concentrada en Israel y no en el debilitamiento de sus monarquías.
  3. El islam militante encarnado en Irán y sus proxies no descansa en su guerra dialéctica para persuadir al mundo árabe, que la solución al conflicto pasa por la desaparición de Israel y los judíos. Y aunque los Acuerdos de Abraham dieron una bocanada de aire fresco para replantear la estrategia a seguir para alcanzar la paz con Palestina, lo cierto es que estos acuerdos dependen del apoyo de Estados Unidos a Israel y del poder disuasivo que Israel tenga en la región. Irán está al tanto de esto, es por ello que los ataques del 7/10 inducidos por Teherán provocaron un cambio en el ajedrez diplomático consiguiendo tres elementos puntuales: primero, boicotear un posible acuerdo entre Jerusalén y Riad; en segundo lugar, presionar para que Washington reconsidere su apoyo a Jerusalén en una guerra de desgaste; y tercero, cambiar el paradigma de imbatibilidad  de Israel en la región.

Finalmente, en el arcano idioma de las relaciones internacionales donde en público los líderes políticos afirman una cosa, pero detrás de sus escritorios realizan otras, se sigue insistiendo en la solución de dos Estados, lo cierto es que la eternización del conflicto no sirve a los intereses de ninguna de las partes: mientras Israel observa cómo se ponen en riesgo sus compromisos internacionales y merma la relación con su principal aliado; y los palestinos siguen padeciendo el flojo liderazgo de la ANP por un lado y el puño de hierro de Hamás por el otro, la victoria se la llevarán los Ayatolás, y el premio los líderes de Hamás en su exilio voluntario en los castillos de oro de Catar, mientras las víctimas son puestas de un lado y otro de la frontera.

 

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