Opinión

Desnutrición del bienestar

Las señales intangibles de las dolencias humanas y las tangibles de las dolencias del planeta se van fortaleciendo, paralelamente, por la esfera de poder. Estas profundas ansias de dominio y posesión se traslapan al mundo inmediato del ser humano; por lo tanto, lo social, político, económico, cultural, ambiental y tecnológico se convierten en espacios en los que el control resulta ser el protagonista, Torre de Babel de la que no escapan las naciones, ni las organizaciones, pero tampoco las bases esenciales de la familia.

Estos afanes de dominio solo nos garantizan desestabilidad, incertidumbre, miedos y mayores angustias, pues la pobreza se convierte en una sombra que limita nuestros derechos esenciales, como lo es el uso digno de vivienda, una buena alimentación, salud, educación y tecnología.

Estudios de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), publicados en Panorama Social de América Latina (2021), nos advierten que la pobreza extrema en la región tiene un retroceso de 27 años, esto debido, en gran medida, a la crisis sanitaria en la que el planeta se encuentra sumergido a raíz del Covid-19. Dicha pandemia ha propiciado que el desempleo se haya convertido en el principal motivo de angustia social, por lo que el compromiso de profesionales, organismos, universidades y del Gobierno ha sido determinante para controlar la crisis sanitaria e ir reactivando económicamente a nuestro país. Tal como lo expone este estudio: “para consolidar sistemas de protección social universales, integrales, sostenibles y resilientes y avanzar hacia una sociedad del cuidado” es necesario trabajar de manera integral.

Las crisis, por su naturaleza, no cesarán en la vida humana, también, paralelo a ellas, y como medidas que minimicen sus impactos agresivos a la sociedad, surgirán acciones de diferentes grupos interesados que buscan la sostenibilidad del desarrollo humano y del planeta. Sin embargo, los acontecimientos actuales no dejan de sorprendernos y existe una especie de desnutrición del bienestar humano y del planeta, ese elemento de tranquilidad del buen vivir, del día con día, que ahora es pisoteado y masacrado. Lo más grave es la inoperancia de las naciones, cobijadas ante la llamada prudencia que no es más que una omisión directa al respeto de los derechos humanos de los más desprotegidos y desvalidos, ante el constante bombardeo con tinte terrorista que promueve en las masas el miedo mediante ataques cibernéticos, espaciales y/o geográficos.

La desnutrición del bienestar ha sido y es el espacio en el que nos hemos permitido caer producto no de la mala intención, sino de la oportunidad de algunas personas que haciendo alarde de sus fortalezas han aprovechado el sentimiento de debilidad de otras, elemento muy propio del “bienestar” capitalista.

También existen las personas que no esperan y que no dependen más que de la lucha propia por lograr su bienestar, pero cegadas de la realidad brotan en ellas también sus ansias de poder, de tener más que el otro, por lo que ese dominio del que les comentaba se transforma es una constante competencia que se aleja de la sociedad del cuidado. El ego se vuelve el fiel compañero, dispuesto a obtenerlo todo, sin importar lo que se lleve a su paso.

El informe del 2020 sobre los progresos de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) muestran resultados desalentadores, con indicadores que ponen en riesgo el logro de estos, debido al bache imprevisto de la crisis sanitaria. Los males no cesan de aparecer y estos comprometen aún más los equilibrios de las naciones, tal como lo ocasiona la guerra en Rusia y Ucrania, el involucramiento de sus aliados hace tambalear la “paz” mundial, los constantes informes de incrementos de casos en las mutaciones del Covid-19 y el anuncio de nuevas pandemias agudizan cada vez más las crisis actuales e incrementa el miedo y la angustia en las personas.

Es a raíz de este panorama desalentador, que el estudio de la CEPAL hace un llamado a una sociedad de cuidado, en la que la persona es la protagonista de su bienestar en el área social, política, económica, ambiental y tecnológica, desde un enfoque solidario, colaborativo y humanista.

La educación es y será siempre el mayor nutriente para cada faceta del desarrollo humano. Es por este motivo que, más allá de los recursos necesarios para su gestión, resulta ser una base fundamental que fortalece los valores y enaltece las virtudes humanas.

La Universidad, como fuente humanista formativa, debe seguir comprometida con la formación de profesionales críticos, con conciencia espiritual y respeto a la integridad universal de los haceres para un mundo mejor que asegure la sostenibilidad del bienestar mismo, lejano de una desnutrición integral. Su acción formativa, recalco nuevamente, es preparar profesionales que reconozcan y mediten los aspectos que alimentan la desnutrición del bienestar en la sociedad y, por tanto, ser influyentes a cambios positivos que minimicen caer en dolencias tanto para sí mismos, la sociedad y al planeta provocados por la falta de caridad.

Finalmente, la paciencia y tolerancia fortalecerá las virtudes de la prudencia, justicia, fortaleza y templanza, propias de una integridad humanista, que alimentan al bienestar, que es, en sí mismo, el buen vivir que debe aspirar toda persona, la sociedad y la humanidad global por el bien de nuestro planeta.

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