Opinión

De chilenoides y ticoides

“Chile y Costa Rica, tan lejos geográficamente uno de otro, pero hermanos de sangre y de cultura, han venido creando y recreando

“Chile y Costa Rica, tan lejos geográficamente uno de otro, pero hermanos de sangre y de cultura, han venido creando y recreando a lo largo de dos siglos una entrañable relación en campos de honda humanidad…” (Isaac Felipe Azofeifa, 1989)

Sería un acto de falsa modestia negar que nos sentimos calladamente orgullosos cuando oímos o leemos acerca de las con-
tribuciones que los costarricenses, con su generosidad radical, nos reconocen a los chilenos en diversos ámbitos. Pero incurriríamos en una miope vanidad si entendiéramos unilateralmente este hecho histórico. Si pudimos aportar fue porque en este suelo contamos, a plenitud, con las condiciones que permiten el desarrollo del espíritu y el trabajo creador. Porque Costa Rica nos per-
mitió crecer y ser mejores.

Muchas han sido las figuras cimeras del arte, la cultura, la política y la educación costarricense que supieron interpretar y enriquecer la acogida que este pueblo hospitalario nos brindara. Y con ello contribuyeron muy significativamente para permitirnos convertir una patria interina (Benedetti) en un lugar de vida.

Entre esas figuras, que centenares de compatriotas inmigrantes tuvimos el honor de conocer, resaltan dos hombres extraordinarios, ambos nacidos el año 1909: don Carlos Monge Alfaro y don Isaac Felipe Azofeifa Bolaños. No intentaré, por supuesto, reseñar sus trayectorias fecundas.

Solamente recordar que ambos se graduaron en el Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile, como parte la tercera generación de becarios que partió a Chile en 1928 para formarse en diferentes ramas de la Educación (la primera viajó en 1897 y la segunda en 1901). Don Carlos obtuvo el título de Profesor de Estado en Historia, Geografía y Educación Cívica y don Isaac Felipe el de Profesor de Estado en Castellano. Tuvo por allá una cercana relación con poetas chilenos – Pablo Neruda y Juvencio Valle, entre otros- y varias veces nos contó acerca de su valorada amistad con otro gran poeta de ese país, Premio Nacional de Literatura (Chile, 1965), injustamente postergado: Pablo de Rokha.

Resulta pertinente recordar, además, que la llegada de ambos a Chile se produjo durante un gobierno marcadamente autoritario (Carlos Ibáñez del Campo, 1927-1931), en cuyo derrocamiento tuvo un papel importante la Federación de Estudiantes de

Chile (FECH). Les tocó, por lo tanto, estudiar en un medio universitario en intensa ebullición política.

A nuestra llegada a Costa Rica, casi medio siglo después de su viaje como becarios, se encontraban situados ya en los más relevantes planos de la cultura y la política. De inmediato emprendieron acciones solidarias con nosotros. Don Carlos se incorporó en 1975 a la Comisión Internacional de Investigación de los Crímenes de Guerra de la Junta

Militar de Chile, impulsada en la Ciudad de México. Tanto él como don Isaac Felipe desempeñaron un destacado papel directivo en el tra-
bajo del Comité de Solidaridad con el Pueblo Chileno y tomaron parte en un sinnúmero de actividades de gran significado en esta dirección.

Aunque nunca estará de más agradecer y rememorar el apoyo que ambos maestros nos dieron en tiempos difíciles, la intención de estas líneas es traer a colación algo que hoy puede sonar anecdótico, pero en su momento fue muy significativo: los dos se autodefinían como “chilenoides”.

Antes fueron llamados así, entre otros, don Roberto Brenes Mesén y don Joaquín García Monge.

Este último, quien llegó a Chile en 1901 y vivió allí tres años, escribió años después: Chile me aprovechó mucho, de allí cogí el impulso que todavía me dura, hacia la función social del escritor, de editor y de maestro. Según se desprende de lo que doña Victoria Garrón de Doryan escribió al prologar su anto-
logía de este maestro, la palabra viene ya de principios del siglo XX, cuando los primeros profesores que completaron sus estudios en Chile retornaron a Costa Rica para desempeñar un importante papel en la formación de las generaciones jóvenes de la época.

Se trataría, en suma, de una expresión ya centenaria, surgida en la jerga estudiantil costarricense, y no acuñada por alguien en parti-
cular. También la usó quien fuera Canciller de Costa Rica, don Gonzalo Facio Segreda, en el discurso con que recibió, en 1964, la Orden al

Mérito de Gobierno de Chile. Rememorando sus años de secundaria, dijo: La llegada a nuestro liceo de los chilenoides Monge y Azofeifa nos trajo a los estudiantes de entonces el mensaje revolucionario democrático que hoy estamos llevando a la práctica.

Queda claro, en todo caso, que aquellos hombres señeros, don Carlos y don Isaac Felipe, se autodenominaron chilenoides con entusiasmo, para así agradecer al país y al sistema educativo donde realizaron una parte de sus sueños de juventud. Innumerables veces los escuchamos decir esto y siempre sin hacer ostentación alguna acerca de lo que ellos mismos aportaron al pueblo chileno mientras estuvieron allá y luego a nosotros en su propia patria.

Creo que, si de agradecer lo recibido se trata, tendríamos que profesarnos “ticoides”. No como etiqueta o declaración explícita, cuyo uso resultaría redundante para los muchos chilenos que se han naturalizado en Costa Rica. Simplemente para tener presente algo depositado de un modo indeleble en nuestra íntima gratitud.

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