Opinión

De “Centros Regionales” a “Sedes Regionales”

El martes 1 de setiembre de 1987 ingresé a laborar como docente de la Universidad de Costa Rica, en el Centro Regional de Occidente (CRO), hoy Sede de Occidente (SO). Había escuchado muy poco sobre la regionalización, en mis años de estudiante, en la Sede Central. El fallecimiento de un colega demandó mis servicios, originalmente por lo que restaba de aquel año, no obstante, el nombramiento se ha prolongado por más de tres décadas y media.

En Occidente, se me brindó inicialmente una inducción rigurosa, la cual, entre otros tópicos, implicaba estudiar la naturaleza democratizadora, humanística e histórica de aquel proyecto regionalizador. Para entonces, había en la palestra un tema cuyas dimensiones yo no entendía bien, pero lo cierto es que todas las autoridades me hablaron sobre la muy próxima eliminación del concepto de “Centro”, para sustituirlo por el de “Sede”, y continuar así con un proceso de homologación a la Central, el cual implicaría otros pasos posteriores.

Dos días después de mi ingreso, el jueves 3 de setiembre, en la Asamblea Colegiada Representativa número 46, se inició la discusión para modificar el Capítulo IX del Estatuto Orgánico. Pero, por las mociones de fondo presentadas, no hubo votación en ese momento. Entonces, el lunes 17 de setiembre de 1987, esta vez en la Asamblea Colegiada Representativa número 47, se modificó integralmente el Capítulo IX, titulándolo: “Sedes Regionales.  Todo se hizo en una sesión de 27 minutos, de las 15:00 horas a las 15:27, según se lee en el acta correspondiente, con: 158 votos a favor, 4 en contra y 17 abstenciones.

Al día siguiente, martes 18, evidencié satisfacción en San Ramón. Como seguía sin entender la dimensión ni las pretensiones de aquel acontecimiento, aproveché un encuentro con la doctora Flavia Siercovich (E.P.D.), en gran medida una de mis mentoras en estas temáticas de teoría universitaria, y me explicó entre otras cosas las siguientes que recuerdo: a) que la propuesta de modificación había sido producto colectivo, pero que San Ramón tuvo fundamental participación; b) que se había presentado en 1982, ante el Consejo Universitario, por parte del exdirector de San Ramón y, en aquel momento, el representante de los Centros Universitarios, licenciado Luis Fernando Arias; y c) que aquello era solo un pequeño avance de un ya largo proceso, pues la intención futura era homologar todas las sedes de la UCR, para que pudieran disponer del mismo estatus, o sea, pudiesen optar por estructuras organizacionales comunes y superarse así la noción centro-periferia. En síntesis, en cinco años y en una sesión de 27 minutos, se aprobó la modificación integral del Capítulo IX ya referido, y se hizo en la dirección pretendida, pero aun faltaba.

Recuerdo que la doctora Siercovich añadió, con cierto matiz irónico del modo italiano, y estoy parafraseándola, que tenía dudas de que se lograra la homologación, pues en su búsqueda ya se había cambiado varias veces de nombre, pero —sonrió afirmando—, sin lograr cambio radical. Para terminar, sentenció que, mientras la Sede Central sea “Central” y no una sede más como las otras (imposibilitadas para ser como ella por la coletilla “regional”), la Universidad mantendrá la concepción “centro-periferia” y la diferenciación se prolongaría incólume; por ende, faltaba ese otro cambio, ahora sí radical, de modo que todas sean “universitarias” a plenitud, pero que dudaba verlo en vida, como lamentablemente sucedió.

Comprendí un poco más claramente la dimensión de aquello: era una búsqueda de identidad académica y un intento de transformación institucional radical, mucho más allá que un simple cambio de nombre; o, dicho en otras palabras: era una suerte de temática —si se me permite— “onto-universitaria”, de rupturas ideológicas que, sin quedarse en lo epidermicamente nominal, demandaba una reconceptualización radical del alma mater. Este tema me interesó desde entonces, lo que me obligó a tener un conocimiento más profundo sobre los intentos históricos y las razones de fondo, asunto este que me ha acompañado durante mis décadas de servicio académico.

Ha corrido agua debajo del puente. Los intentos para lograr la homologación han sido múltiples, pero el anclaje ideológico, el desconocimiento a profundidad del tema, la visión administrativista y tecnocrática parecen tenernos anclados. Esto explica por qué ha sido tan difícil concretar el otro paso, ya pensado en la década de 1980 y quizá antes, para superar lo regional y alcanzar el estatus universitario pleno. Al momento actual, eso también explica por qué no ha habido solvencia para abordar, en la Asamblea Colegiada Representativa, el Dictamen CEO-8-2021 que plantea la reforma de los artículos 8, 14, 16, 24, 30, 40, 50, 51, 52, 58, 60, 62, 63, 73, 81 bis, incisos a y b, así como el “Capítulo IX: Sedes Regionales” del Estatuto Orgánico.

En otros artículos daré continuidad a este complejo tema, para referirme a este dictamen, el cual, anticipo, me parece insuficiente en sus extremos sustantivos y en el proceso de gestión, incluso, en algunos puntos, perjudicial, sin fundamentación suficiente y tramitado con inconsistencias inaceptables.

 

 

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