Opinión

Criticar, sí, pero también valorar

Después de sentirse estafados durante décadas por sus gobernantes, algunos insensatos costarricenses claman por un dictador.  Evocan, obnubilados, el perverso modelo de Bukele, y ven en el totalitarismo una solución al problema de la ingobernabilidad del país.  La jungla procedimental y tramitológica que es preciso atravesar para materializar la menor iniciativa, la comprobadísima inoperancia de los tres poderes de la república, con un sistema judicial y penal sumido en coma profundo, y criminales 92 veces detenidos, con causas penales abiertas, que siguen sueltos por la calle, porque saben que nuestro sistema judicial es una farsa.  Comprendo que esto genere un profundo malestar.

Empero, recordemos lo que decía Churchill: “La democracia es el peor sistema político, con excepción de todos los demás”.  Costa Rica es todavía un país democrático, y esta es una bendición por la que debemos sentirnos agradecidos con nuestros ancestros.  Algunos descriteriados evocan el “paraíso” de la democracia ateniense del siglo IV antes de Cristo, el de Platón, Sócrates, Aristóteles, Pericles y otros notables.  Atenas fue tan solo un balbuceo, un esbozo, un embrión de democracia.  Una protodemocracia.  No es mucho lo que debemos envidiarle en términos políticos.  En la Atenas de Pericles solo votaban los hombres adultos que fueran ciudadanos y atenienses, y que hubieran terminado su entrenamiento militar como efebos. Excluida quedaba la mayoría de la población: esclavos, niños, mujeres y metecos (extranjeros residentes).  También eran rechazados los ciudadanos cuyos derechos estuviesen en suspensión por no haber pagado una deuda a la ciudad.  ¡Mil veces más operativa y justa nuestra democracia de cafetal!

Otros desinformados evocan con los ojos en blanco el edén terrenal de Suiza.  Les tengo noticias: Suiza no es el locus amoenus que muchos imaginan.  ¡Es un paraíso fiscal, alimentado por los mal habidos dineros de todos los cleptócratas y bribones del mundo!  Mobutu Sese Seko, el sanguinario dictador del Congo durante 32 años, le robó a su pueblo un total de 500 billones de dólares (casi diez veces el PIB de Costa Rica).  ¿Y adónde creen ustedes que fueron a parar?  Suiza tiene su faz en sombra de licántropo: mala cosa es idealizarla bobaliconamente.  Su neutralidad durante las dos grandes guerras del siglo XX fue puramente nominal: participaron en ella fondeando sea a los de un bando, sea a los del otro.  Fueron como La Madre Coraje, de Bertolt Brecht: un parásito de la guerra.  “Jamás dejaré que hablen mal de la guerra.  Dicen que destruye a los débiles, pero esos también revientan en la paz” —dice la vieja cínica—.  En términos de la pulcritud de nuestro engranaje democrático, no tenemos nada que envidiarle a Atenas o Suiza.

Quienes sueñan con vivir bajo la suela de un dictador, no tienen la menor idea de lo que están hablando.  No hay justificación para esta ignorancia: el siglo XX fue pródigo en monstruos megalómanos y carniceros despiadados.  Stalin, Hitler, Mao, Somoza, Ubico, Castillo Armas, Banzer, Garrastazu Médici, Sroessner, Ceausescu, Videla, Pinochet, Pol Pot, Trujillo, Chávez, Ortega, Maduro, Brezhnev, Torrijos, Kim II Sung, Idi Amín, Bokassa, Obiang, Hussein, Khadafy… ¡Cielo santo: qué galería de esperpentos!  Y digo “esperpentos” para aludir al más demoníaco dictador de la literatura de ficción: Tirano Santos Banderas, de Valle-Inclán, el creador de la estética del esperpento.

No: los costarricenses no sabemos lo que significa sobrevivir —o sobremorir— bajo la férula de uno de estos teomaníacos, abyectos y degenerados parafrénicos.  Realmente, no tenemos ni la más leve idea de lo que estamos hablando.  Los desaparecidos, los juicios sumarios, la tortura, la policía secreta, los servicios de inteligencia, la abrogación de los derechos civiles, la anulación de las elecciones, la educación doctrinaria, la prensa embozalada, los medios secuestrados por el poder, los periodistas disidentes fusilados, las decisiones del déspota rubricadas por decreto, las artes fiscalizadas y vigiladas por sus contenidos ideológicos…

Ya en Facundo, de Sarmiento, la literatura nos propone un ejemplo de dictador hispanoamericano, ¡y esto en 1845!  Tirano Banderas de Valle-Inclán es de 1926.  El señor Presidente de Asturias data de 1946.  En 1974 aparecieron El recurso del método de Alejo Carpentier y Yo el Supremo de Roa Bastos.  En 1976, El otoño del patriarca, de García Márquez.  Y todavía en el año 2000 Vargas Llosa retrata al dictador del trópico húmedo en La fiesta del chivo, inspirada en la espernible figura del gorila dominicano Trujillo.  ¡También la literatura ha estado dando campanadas de alerta, desde 1848 hasta 2000, para que evitemos el entronamiento de miserables de esta estofa!  ¡No podemos quejarnos por falta de información o de literatura lúcida e impugnadora!  Si persistimos en nuestra fantasía del “dictador ilustrado”, pues terminaremos por hacerla una realidad.  Los costarricenses no saben lo que tienen.  Así las cosas, están condenados a perderlo.

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