Opinión

Construyamos la utopía

Ya se nos fue el 2016; entre las efemérides del mismo año ido interesa confrontar la utopía de dos políticos.

Ya se nos fue el 2016; entre las efemérides del mismo año ido interesa confrontar la utopía de dos políticos. Sí, a no dudarlo, Fidel Castro lo era, un político utópico, pero también Tomás Moro, a quien más se conoce como literato. Pero viéndolo bien, a los quinientos años de publicación de su Utopía, urge subrayar su importancia en el pensar social, hasta nuestra época. Incrédulo me pregunto: ¿entre Tomás y Fidel, ¿a quién serle fiel? ¿A cuál condenar? ¿A cuál absolver?

Contrariamente a muchos colegas, nunca caminé por el Malecón cubano, pero en mi generación de inmediata postguerra, ¡imposible que aquella Toma del Moncada y aquella triunfal entrada en la Habana, a inicios del 59, nos dejara indiferentes. Desde Europa, buscando juvenil utopía, devoré El reino de este mundo y El siglo de las luces, por ejemplo; a bocanadas grandes hacían anhelar oxigenante libertad e iniciativa individual. A Fidel le dábamos crédito, por detestar la prostitución de Batista y por una extraña mezcla que percibíamos entre socialismo y cristianismo en ese discípulo de jesuitas. Aquello duró varios años y, ya en Costa Rica después de la antípoda de Pinochet, para mí y mis colegas era motivo de respeto y hasta de orgullo, gracias a la conexión con Alfonso Chase, durante largos años recibir las lindas e instructivas publicaciones de “Casa de las Américas”. ¡Rescate inmenso, cuyo modesto parangón ya habíamos disfrutado, en Chile, con las publicaciones de Quimantú, bajo la dirección de nuestro limonense universal Joaquín Gutiérrez!

Pero con la madurez, en lo personal, viendo y hasta sufriendo las disparatadas contradicciones en el Cono Sur y en la isla caribeña, también se nos cayeron las vendas. Inspirado en una fuerte formación clásica, llegué a una conclusión de que tenían razón los romanos, al votar por una dictadura de forma excepcional y por tiempo limitado. Pero a ese Fidel, fiel a sus botas, se le pasó la mano, quedando con el timón durante medio siglo. No me vengan con esos progresos, indudables, en educación y salud, si no hubo -¡no hay todavía!- en paralelo un mínimo de espacio para extender las alas, pensar en voz alta, viajar, adquirir conocimiento y tecnología afuera. Cuba es un cascarón vacío, mejor que ese desastre venezolano, pero que igual debe ser sustituido, ambos esqueletos ambulantes pese a la implosión de la URSS hace exactamente 25 años.

A ese eternamente moribundo régimen cubano, por represión oficial le falta lo que justamente le sobraba a mi amigo Tomás Moro, cuyo texto, sobre otra isla, fue publicado por primera vez en 1516, en mi Universidad de Lovaina. La perspectiva que adopto resulta contraria a la mayoría de lectores, que, si es que han leído algo de la famosa Utopía, más se fijan en el “Libro segundo”, que contiene una hipotética descripción de la isla en cuestión: efectivamente, no cuesta percibir en ella cierto tufo comunista, pero con una dimensión religiosa que de fijo a Fidel no le gustó. Pero, a fe mía, bastante más importante es la parte previa, de autocrítica que ágilmente desliza nuestro autor. ¡Qué falta hace este tipo de pensamiento en la isla caribeña actual (lo mismo que en nuestra Costa Rica)! No se salva nadie del látigo, todo se somete a purificador escrutinio y duda.

Es así como cabe constatar que si Fidel -entonces todavía socialdemócrata- planteaba como roca su inocencia y que “la historia lo absolvería”, pues a nosotros ahora no podemos sino concluir de otra manera: empujado por la torpe política norteamericana se vio obligado a aliarse a los rusos. Pero con ello, ni el beneficio de la duda merece, porque atrofió el sistema sanguíneo de su sociedad: exangüe está y quedará por mucho tiempo paralítica, si -¿desde fuera o desde dentro?- logran sacarla de su parálisis.

En cambio, aun hasta inventando la palabra de “utopía” que no existe realmente en ninguna parte, en todas nuestras mentes el gran Tomás Moro, que ya va para quinientos años, vivifica el debate. Curiosamente, su irrealizable revolución total del sistema a nosotros nos tienta en irrealizable su sueño comunitarista (que no comunista). Cabe mejor recorrer el camino por reforma: mejorar, adaptar la terca contextura política en función de nuevos contextos geopolíticos. Pero ahora se metió de por medio el torpe Trump.

En definitiva, don Tomás murió como mártir por sus ideales; Fidel se fue secando y el tiempo se encargará de disminuir su todavía exagerada valoración actual. Terminó el año de la efeméride; sigue, inexorable, la historia. Pero por ahora, y como la política mucho tiene de liturgia, finalizo en ese estilo: váyanse, terminó la misa.

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