En aquellos inolvidables años del colegio tuve un encontronazo con la literatura. Muchos de los textos utilizados por el Ministerio de Educación causaban rechazo en mi persona. Algunos me parecían aburridos, otros los sentía demasiado extensos, no sé. ¿Idea mía? ¡Quién sabe! Sin importar el motivo acabé enemistado con la lectura.
El tiempo pasó e ingresé a la universidad. En esas conversaciones de pretil conocí a un sujeto de apellido Segreda, amante de los libros. Aprovechando su expertise opté por solicitarle una recomendación. Quizá, así, podría sanar la herida y reconciliarme con el maravilloso hábito de la lectura.
—Segreda, ¿cuál es el mejor escritor costarricense?—le pregunté.
—Bueno…—Respondió—. Hablar en términos de mejor o peor en arte es un asunto de perspectiva, pero desde mi humilde opinión diría que Abel Pacheco.
—Abel Pacheco, ¿el presidente de la república? —Dije, incrédulo.
—Ese mismo. —Contestó.
“Abel Pacheco, psiquiatra, presidente, ¿el mejor escritor costarricense?, ¡muy curioso!”, pensaba hacia mi fuero interno. Recordaba con nostalgia sus famosos “Comentarios con el doctor Abel Pacheco” y sí, eran muy coloridos y educativos, pero ¿el mejor escritor? Ni siquiera sabía que escribía. Ese día abandoné el predio universitario, sin embargo, el veredicto de Segreda se fue conmigo.
La intriga carcomía mis entrañas y, apenas tuve tiempo, aproveché para ir a buscar el texto en una librería.
—No lo tenemos, muchacho. —Contestó el vendedor.
“A la de menos lo tengan en otro sitio”, supuse. Decidí visitar otros establecimientos y el resultado fue el mismo. ¡Agotado!
Una tarde fui a una tienda llamada “Expo 10 Compra y Venta” y, al ingresar, permanecí absorto. Montañas de libros se erigían por doquier.
—¡Disculpe! —Le pregunté a la señora a cargo— . ¿De casualidad tienen algún libro de Abel Pacheco?
—Sí, en aquella estantería. —Respondió, señalando un repisa pegada a la pared.
Avancé con timidez hasta la gigantesca columna de libros y, con una mano en el bolsillo, cruzaba los dedos a la espera de encontrarlo. Al cabo de unos minutos… “No lo puedo creer”, pensé, sosteniendo el ejemplar. En la parte superior con letras color negro decía: “ABEL PACHECO” seguido de otras en color rojo con el título de la obra: “MAS ABAJO DE LA PIEL”. Ambos acompañados por un rostro color oscuro. Al abrir el texto… ¡Sorpresa!, incluía el autógrafo. ¿Debía pensar si llevarlo o no? Eh, no. “Cueste lo que cueste, lo llevaré”, resolví, seguro de mi decisión.
Al regresar a casa abrí el texto, avancé un par de páginas y… «LIMÓN», en letras mayúsculas, daba inicio al primer cuento y cerraba con la misma frase del título de la obra. ¡Increíble! Cuento tras cuento disfrutaba de la misma elocuencia de sus famosos comentarios televisivos y el tradicional tono de su voz se adhería a las palabras escritas. Además, en su forma de tratar a Limón y sus habitantes, es lícito calificar su obra de la misma manera en que Nietzsche calificaba la suya, es decir, “un libro que nació póstumo”. ¡Más allá de su época! Mientras el mundo empieza a mencionar la inclusión, el doctor la practicaba en sus libros cincuenta años atrás. Al finalizar el texto solo pude pensar en una cosa: “¡Segreda tenía razón!”. Y sí, gracias a ese “chispazo” adquirí una pasión por la lectura.
Hace unos días llamé a varias librerías para saber si lo tenían y otra vez escuché la misma frase. ¡Agotado! Envié un correo al departamento de producción de la Editorial Costa Rica y aseguraron no haber realizado impresiones recientes.
Hoy me preguntaba, “¿por qué no volver a llenar las librerías con la obra del doctor Abel Pacheco?”. Así, quizá, más de un adolescente enemistado con la literatura, similar a ese joven que una vez fui, logre encontrar en sus coloridos pasajes una excusa para volver a leer. ¡Muchas gracias!