Opinión

Blanco letal

El terrorismo islamista durante muchos años ha sido la principal amenaza a la seguridad en el mundo y una forma de lucha que a cualquier gobierno le cuesta prevenir, por más tecnología o recurso humano posea. Eso es porque el terrorismo, como inicio de la lucha guerrillera, es repentino, estratégico, táctico; es el método del “muerde y huye” de Ho Chi Minh, primero durante la descolonización de Francia y luego contra EE.UU. Es el terrorismo islamista en el que los gobiernos durante décadas han centrado su atención y todos los recursos disponibles para combatirlo. ¿Y el terrorismo blanco de los últimos años, aquel que causó estragos muchas décadas atrás?

En años más recientes conforme la extrema derecha ha ido creciendo, una nueva forma de terrorismo blanco se ha organizado y de nuevo amenaza con ser muy peligroso, un pasado que obliga a los departamentos de seguridad e inteligencia a reabrir sus archivos, principalmente en EE.UU. y Europa.

En octubre del 2020 el FBI detuvo a un grupo de hombres vinculados a milicias de extrema derecha que planeaban secuestrar a la gobernadora demócrata del estado de Michigan, Gretchen Whitmer. ¿Se minimizó esa amenaza y muchas otras latentes? Sin duda; por la presión que puso Donald Trump sobre la policía para que estos actos del blanco letal no fuesen tipificados como actos de terrorismo, sino solo los disturbios de los negros en varios de los estados de la Unión por la muerte de George Floyd y todo lo demás que ha surgido en esta etapa violenta que se vive en EE.UU.

Como siempre, un asunto conceptual que define a conveniencia de cómo la gente debe valorar los fenómenos. En Estados Unidos es común que a los llamados domestic terrorists (terroristas domésticos) se les denominen como individuos excéntricos, antisociables, en algunos casos como enfermos mentales o afectados por la guerra y todos los bellos epítetos posibles, menos terroristas. Lo que los medios y las fuerzas de seguridad minimizan como incidentes puntuales, difíciles de explicar y motivados por factores personales o psicológicos, responden, en verdad, a un fenómeno político e ideológico de largo alcance. Así que el tratamiento mediático, según su afinidad política, ideológica o religiosa, también será diferente.

En el libro La lógica del terrorismo de Luis de la Corte Ibáñez se dice que los motivos más influyentes a la hora de favorecer el ingreso y formación de una organización terrorista no son reducibles a los propósitos políticos o religiosos que dan sentido global a las acciones violentas, o que dichos motivos de ingreso varían de un individuo a otro. Basta con la militancia para que la proclividad hacia la violencia sea una realidad ineludible en cualquier momento.

Según un documento del FBI y del Departamento de Seguridad Nacional del año 2020, casi el 70 por ciento de los atentados y complots que ha sufrido el país en los primeros ocho meses responden a la supremacía blanca como categoría de la extrema derecha. Varias entidades de inteligencia y de seguridad en el mundo, pero sobre todo en EE.UU. y Europa, han lanzado el aviso del “blanco letal” como la amenaza más persistente y peligrosa en los países y han tenido que variar sus estrategias de lucha y empezar a desempolvar documentos pasados y entender la dinámica de estos grupos: si son similares o habrán variado.

Si bien la preocupación es global, es a través del intercambio de información de inteligencia que en Europa y EE.UU. se incuban estos movimientos. La extrema derecha ha evolucionado de pequeños movimientos muy locales y regionales a lo interno de cada país hasta convertirse en partidos políticos de alcance nacional y supranacional, con nombres muy “democráticos” para ocultar su extremismo, pero con un discurso que apela al desprecio e incentiva el ataque a otros.

La otredad o el estigma del extraño son sus valores más ignorantes. La extrema derecha hoy está conformada por grupos armados y de disrupción social por ese ideal de nación. Ese mesianismo que, en cualquiera de sus manifestaciones extremistas de izquierda o derecha, política, ideológica o religiosa, son altamente peligrosas y repudiables. Incluso, en este análisis no queda por fuera el terrorismo de Estado como el más espernible porque históricamente ha promovido, organizado, entrenado y proveído de dinero y armas a grupos terroristas, con actos desde falsa bandera hasta de participación directa, adjudicándose autoría.

La historiadora Kathleen Belew devela en su libro Bring the War Home (Trae la guerra a casa, 2018) el vínculo directo entre las campañas militares extranjeras de Estados Unidos y el auge de la violencia racista en el propio país. Desde luego hay una larga historia de violencia contra las minorías étnicas, en particular los judíos y afroamericanos, y más recientemente contra los musulmanes y latinos, promovida por organizaciones blancas y su nativismo ancestral. Pero fue la debacle militar de Vietnam la que hizo que grupos con ideologías dispersas y mutuamente competidoras cuajaran en un gran movimiento de carácter nacional, una especie de Frente Popular supremacista.

Varios países ya han tenido que depurar a sus diversas fuerzas de seguridad por la presencia de elementos de la extrema derecha que operan desde allí. Por ejemplo, en Alemania tuvieron que disolver una unidad de élite del ejército por sus vínculos con grupos neonazis en medio de confabulaciones para crear un grupo terrorista dentro de sus fuerzas armadas. Es así como se escala hacia un terrorismo de Estado, desde fuera y desde dentro. El libro La lógica del terrorismo de Luis de la Corte Ibañez, manifiesta que ni los regímenes autoritarios y democráticos son plenamente inmunes a la tentación del terrorismo, con el objetivo de culpar a otros actores como partidos políticos, insurgentes, sindicatos o minorías étnicas como los responsables de los problemas del país. Entonces el Estado recurre a actos de terrorismo que hagan parecer que fueron cometidos por sus adversarios políticos.

En los últimos cinco años los atentados terroristas etiquetados como de extrema derecha han crecido un 300 por ciento en todo el mundo, de acuerdo con el Índice Global de Terrorismo, uno de los indicadores de referencia en la materia y que elabora el Instituto de Economía y Paz (IEP). Esta amenaza se concentra principalmente en EE.UU., Europa y Oceanía y mucho menos en África o Asia donde prevalece el terrorismo islamista; aunque desde que comenzó la pandemia del Covid-19 no se han vuelto a escuchar. Por su parte, en América Latina no resuena aún el fenómeno del terrorismo blanco, pero podría suceder, aunque siguen pesando diversas formas de terrorismo de Estado, a través de los ejércitos o del poder político, o el sicariato, como perspectiva psicosocial del asesinato por encargo, persecución y matanza de líderes sociales.

Hace más de una década el terrorismo blanco parecía una “bella durmiente” a la que se le achacaban acusaciones “injustas”; hoy se ha despertado una bestia. Según el IEP, por año hay un promedio de 58 atentados. Incluso en los últimos años ha habido más ataques terroristas en Occidente inspirados por la extrema derecha que por el yihadismo, es decir, un 17,2 por ciento frente a un 6,8 por ciento, según el informe del IEP.

El Tony Blair Institute of Global Change analiza el rápido crecimiento del terrorismo blanco. La década de los años 70 fue especialmente sangrienta, más por razones políticas, con 1.700 ataques, y con Europa como base de operaciones. De repente los atentados disminuyeron abruptamente y por más de 30 años pasaron inadvertidos a los medios. En EE.UU. se recuerda el atentado en la Ciudad de Oklahoma en 1995 con 168 muertos, atribuido a la extrema derecha. Conforme crecen las luchas de las minorías reclamando derechos, así crece el rechazo de los blancos supremacistas, quienes sin razón aparente se sienten amenazados.

En 2011, algo abruptamente cambió cuando el ultraderechista noruego Anders Breivik hizo estallar una bomba frente a un edifico oficial en Oslo para distraer la atención de las fuerzas de seguridad y luego se internó en un campamento juvenil del Partido Laborista para provocar una masacre matando a 80 personas. Los atentados vinculados a la ideología de la extrema derecha se intensificaron y llegaron los ataques en Christchurch en Nueva Zelanda, 2019 con 51 muertos; El Paso en EE.UU. en 2020 con 22 muertos; Hanau en Alemania en 2020 con 9 muertos; Pittsburgh en EE.UU., 2018 con 11 muertos, y otros lugares donde concurren homosexuales, negros o latinos.

Hay una serie de motivaciones históricas, culturales, políticas, ideológicas y religiosas, más centradas en el nativismo. Es una ideología o pensamiento político y social que tiene como característica un populismo de derecha, privilegia a los habitantes autóctonos, rechaza a los inmigrantes, aplica xenofobia, divide a la sociedad y amenaza al estado nación pluricultural y recurre al terrorismo supremacista.

Los años de crisis financiera en EE.UU. en 2008 y más tardíamente en Europa en 2013, más los propios procesos políticos que impulsaron las formaciones de partidos de derecha radical, tuvieron como base una contra reacción por la virulencia del terrorismo yihadista de estos años. Cómo este (el yihadismo) mutó a formas más expeditas de terrorismo contra la población, unido al sentimiento de algunos sectores contra las oleadas migratorias, las nuevas luchas de los negros principalmente en EE.UU., son solo algunas de las claves que podrían explicar dicho fenómeno supremacista.

El hoy denominado terrorismo de extrema derecha y los propios movimientos cercanos a su ideología, sean violentos o no, tienen una variada raigambre, así como las razones para su exaltación, aunque sí comparten un tronco común. El terrorismo blanco de hoy aún no da muestras de ser perfectamente organizado y jerarquizado, como sí lo era el Ku Klux Klan en el pasado, pero sí actúa a través de lobos solitarios como lo hace el islamismo radical terrorista. Muy bien lo explica el historiador judeo-romano Flavio Josefo cuando cuenta que entre los zealotes surgió un movimiento judío que se opuso a la dominación romana durante el año 70 después de Cristo, que se llamó los sicarii. Los sicarios ganaron su nombre por la habilidad solitaria y mortal en el manejo de la sica, una pequeña daga con la solían degollar a los legionarios romanos y a los judíos traidores o apóstatas. Poco han cambiado las formas y las motivaciones.

Debe quedar entendido que los grupos supremacistas ya no requieren de su admiración por Hitler, hay nuevos líderes en el poder a quienes rendir culto como hijos de un pasado inacabado. Por lo general los supremacistas son antisemitas e islamófobos (en Europa abundan) y las nuevas vertientes se entremezclan con los nuevos populismos de derecha que emergieron hace 10 años.

Recordemos que la extrema derecha en Europa emergió como partidos políticos con Jean Marie Le Pen en Francia y Joerg Haider en Austria en los 90, y sin pretender acariciar el poder sus mensajes, primero contra los negros y por una Francia blanca y más recientemente contra los musulmanes y contra la inmigración africana y del Medio Oriente. Los libros Al Oeste de Alá del autor Gilles Kepel y las Teorías del Nacionalismo de los autores Gil Delannoi y Pierre André Taguieff dejan muy claro que cuando se filtra la historia queda sin fundamento lo que la extrema derecha o el blanco letal reclama en la actualidad en cualquier parte del mundo, sobre todo en EE.UU. y Europa.

Los supremacistas libran una batalla cultural que tiene la obsesión de terminar con el multiculturalismo, detener a los inmigrantes y expulsar a los musulmanes y la aporofobia (odio por los pobres), fenómeno creciente que hace mención la filósofa Adela Cortina como una lección de ética frente a la intolerancia. Lo dice muy claro Stephen Duncombe en su libro Cultural Resistance (Resistencia Cultural). Allí encuentran un terreno ideal para explotar su discurso de contracultura, término acuñado por el historiador Theodore Roszak, reclutar adeptos y promover todo tipo de teorías de la conspiración; engendrar odio, rechazo y aversión con visiones apocalípticas del futuro. El blanco letal habla del “gran reemplazo”. De qué se quejan si en Europa las tasas de natalidad han bajado dramáticamente y la mano de obra en ese continente está siendo sustituida por los inmigrantes. Alguien tiene que producir.

Cabe recordar aquella famosa frase, “Cuando oigo la palabra cultura echo mano de mi pistola”, y que se dice se le atribuye erróneamente a Joseph Goebbels, y a Himler por llegar a la perversidad de asesinar judíos mientras escuchaban ópera. Pero la frase tenía otra motivación; era que si alguien la repetía una y otra vez parecería intelectual y podría hablar de la importancia civilizadora de la cultura para rematar diciendo lo incultos que somos todos en este país. La cultura no se destruye, se transforma como el átomo y ha sobrevivido a los peores desastres. Solo cuando hemos tenido oportunidad de viajar a lugares, por extraños y estigmatizados que parezcan, nos damos cuenta de toda la ópera que hemos aprendido y de toda la literatura que nos falta por aprender.

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