Opinión

Aprendizajes de la Universidad producto de la pandemia

Debemos conocer, reconocer y aprehender sobre medios tecnológicos complementarios a la presencialidad, y que, aún conociéndolos debemos esforzarnos por una correcta y sana implementación, no aprendimos nada y dejamos pasar una invaluable y única oportunidad.

El 2020 inició como cualquiera; al menos como cualquier otro año, con sus incertidumbres, pero con grandes retos por enfrentar, objetivos que seguir, metas que cumplir. Así en la vida de cada uno, como en la vida de las instituciones, en ese constante devenir cual tornillo sin fin que no se detiene.

El 2020 auguraba enormes dificultades ante una situación económica global y nacional muy golpeadas. Los conflictos entre EE. UU. y China lo permean todo y hasta nuestro jardín llegan sus resabios. En lo local, un déficit fiscal galopante, una deuda pública que cada vez se torna más asfixiante y con un desempleo que llega a niveles sólo comparables con la crisis de los años 80 nos hacían prepararnos para ajustes fuertes y dolorosos. A lo interno de las universidades, una muy cuestionable decisión de las autoridades reunidas en el Conare sobre no cumplir con un requisito exigido por la Secretaría Técnica de la Autoridad Presupuestaria de la Contraloría General de la República –por cuestionar si al enviarlo se violentaba la autonomía universitaria– desembocó en que los presupuestos de las universidades públicas fueran archivados. Esto, como todos sabemos, trastocó cualquier proceso de planificación y cumplimiento de las actividades sustantivas previamente proyectadas.

Todo esto, en medio de una de las más importantes crisis de credibilidad de las universidades ante el grueso de la sociedad costarricense.

Y, por si fuera poco, casi como el irónico dicho aquel de que “éramos pocos y parió la abuela”, se nos vino un virus nuevo, un coronavirus similar al SARS-CoV, pero que sobrepasó todas las expectativas respecto a contagiosidad, virulencia, patogenicidad y letalidad. El SARS-CoV-2, surgido en China a finales del 2019, puso al mundo de rodillas. No hubo potencia mundial que escapara a sus garras devastadoras. La Covid-19 llegó para quedarse.

Costa Rica, desde muy temprano, se preparó y ha contenido al virus. En ese proceso se ordenó cerrar escuelas, colegios y universidades. Todo el sistema educativo costarricense, de pronto, se vio en una situación para que la que nadie, sin duda, estaba preparado. Con el cierre, el cambio en la dinámica de los educadores, educandos y el proceso educativo se vio en una enorme encrucijada. Ah, y no podemos dejar por fuera a los padres de familia y responsables del estudiantado.

Surgió, entonces, la apremiante necesidad de virar los ojos a las tecnologías de soporte a la docencia; esas que estaban ahí desde varios lustros atrás, pero que mirábamos por encima del hombro. Las teníamos en el cuarto de atrás o, peor aún, en ese rincón que nadie quiere admitir que existe, en donde se ponen los chunches viejos o sin uso. Pero, de repente, saltaron a la palestra. Su uso no fue ya una opción, sino una obligación; una necesidad impostergable e indelegable. Nos tocó aprender a golpe de tambor; debimos, además, revisar contenidos, modificar métodos, replantear objetivos y metas educativas.

Adicionalmente, los procesos electorales para autoridades universitarias en todos los niveles, incluyendo el mayor de todos, el de Rectoría, quedaron suspendidos. También aquí surgen grandes oportunidades de mejora e incorporación de la tecnología.

El editor en jefe de Science journals, H. Holden Thorp, expresó que su preocupación son las desigualdades que pueden darse en el acceso a la educación por parte de un grueso de la población, especialmente, de estudiantes de pregrado y grado, incluso en los EE. UU. Dijo que las universidades deberían replantearse cuáles serían los logros académicos que se pueden obtener bajo las actuales circunstancias, reubicar las metas académicas y, muy a propósito de los que las universidades en EE.UU y Europa propugnan, olvidarse de los ránquines; o sea, atender lo sustantivo de manera sustancial. Ese quizás, con todo el golpe al ego a nuestras instituciones, deberá ser el nuevo objetivo. Una nueva normalidad, por una nueva realidad.

Además, ante esta nueva e inmediata realidad, se debe imponer el deseo de admitir que las cosas no pueden seguir siendo iguales, que debemos cambiar y adaptarnos. Si el proceso adaptativo de las personas es el producto de aprender, desaprender y reaprender, así debe ser, esta vez con mayor velocidad y apertura mental, la adopción de la tecnología para el cumplimiento de lo que, en la medida de lo posible, pueda ser realizado.

Comprendo que el contacto del estudiantado con el alma máter para darle arraigo y sentido de pertenencia es fundamental. Entiendo también que, para el docente, es más sencillo y pedagógico el encuentro cara a cara pues el lenguaje gestual es más confiable que un ícono de una mano asistiendo o un Emoji de una cara feliz, pues en realidad es posible que las ideas no hayan quedado claras. También es cierto que un Zoom no es un aula, como tampoco lo serán Teams, Meetings, Skype o Blackboard; pero son complementos que pueden aprenderse a utilizar y a sacarles provecho. Es cierto, además, que, aunque sistemas de Moodle son excelentes ayudas en la mediación pedagógica, mucho deberemos aprender para lograr una combinación razonable y balanceada entre la presencialidad en el aula y la presencialidad remota.

Si logramos incorporar las tecnologías como complementos de los procesos de enseñanza-aprendizaje, haciendo de ellos un medio –no el medio– ni un fin en sí mismo, podremos evitar que miles de estudiantes y profesores se desplacen, a diario, hasta las universidades. Los mismo podemos decir de funcionarios administrativos en puestos teletrabajables. Sólo eso ya podría reducir la huella ecológica de nuestros centros de enseñanza, podría facilitar la movilidad humana general, reduciría la factura petrolera y costos de operación de las universidades, etc. Aclaro, soy consciente de que no todos los cursos permiten la presencialidad remota, ni que, aunque lo permitieran, deba ser del 100%; pero, sin duda, su incorporación podría tener grandes beneficios. Igualmente, no todos los trabajos son teletrabajables, pero ya vimos que, en muchos casos, tal práctica es posible y con buenos resultados.

Si pasamos esta pandemia y no tomamos la lección de que, en aras de mantener la funcionalidad de las universidades y casas de enseñanza en general, así como no entorpecer los procesos de enseñanza-aprendizaje del estudiantado, debemos conocer, reconocer y aprehender sobre medios tecnológicos complementarios a la presencialidad, y que, aún conociéndolos debemos esforzarnos por una correcta y sana implementación, no aprendimos nada y dejamos pasar una invaluable y única oportunidad.

Los primeros pasos ya están dados, ¿por qué no continuar, ahora, con más calma y sapiencia en busca de objetivos claramente propuestos y definidos? Eso sí, teniendo al ser humano como centro y referente de cualquier proceso, poniendo a la tecnología a su servicio y no en sentido inverso.

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