Opinión

Antes de la Inteligencia artificial

Hace unos cuantos meses se armó un conflicto respecto a un grupo de estudiantes de la Universidad de Costa Rica que utilizaron un tipo de inteligencia artificial para resolver una evaluación. Sin necesidad de extenderme más de la cuenta, por un lado, se encuentran quienes apoyan la decisión tomada por el docente involucrado y, por otro, quienes consideran que se debió abrir un debido proceso de investigación contra ese profesor por aparentes respuestas “clasistas” y “arrogantes” y por exponer en Facebook, aunque sin mención directa de nombres, a dichos alumnos, entre otros aspectos. Sin embargo, lo que me condujo a escribir esta nota periodística tiene la intención de retroceder hasta mis primeros pasos como estudiante, en donde todavía no existía el chatGPT. 

Capta la atención que, al haber alumnos involucrados en el caso parcialmente mencionado, se creara, como decimos en Costa Rica, un “alboroto”, aunque nunca se haya abierto un espacio de discusión para referirse a algunos profesores que, desde hace muchísimo tiempo atrás, realizan exámenes y tareas cuyas respuestas se encuentran en internet y, además, proyectan presentaciones, para dar sus clases, de sitios virtuales en donde cualquier persona puede alterar la información, provocando, de esta forma, un desánimo en las aulas y una pérdida de respeto e interés hacia ellos. ¿Hasta qué punto no es peor esto?

En parte de los comentarios que he analizado en redes sociales, logré denotar una atmósfera muy parcial, pues existe la idea de que solo los estudiantes son o pueden ser mediocres, pero esto no es así. Dentro de la Universidad de Costa Rica, a pesar de encontrarse entre las mejores de América Latina y ser la mejor de Centroamérica (asunto merecido y de mucho orgullo), existen varios docentes que, según análisis crítico de la cuestión, si no fuera por típicas “argollas” jamás estarían ahí, pues la falta de ética con la que operan responde por ellos mismos. No plasmar este tema en el papel es seguir ignorando una jerarquía autoritaria y a veces imparcial de docente-estudiante, cuando en realidad, tal y como lo planteé anteriormente, existen maestros cuyas actitudes y acciones podrían ser muchísimo más cuestionables que utilizar una inteligencia artificial para responder preguntas de un examen.

Este breve panorama me permite afirmar que el cáncer no solo se viste de alumnos y recae únicamente contra una inteligencia artificial tan reciente y de la cual queda muchísimo por explorar. Es importante que órganos evaluativos pongan sus barbas en remojo por el bien de la educación pública superior costarricense. Si bien es cierto, docentes hay muchos, pero de la mano con mi experiencia en una sede regional y en la sede central, puedo expresar que no todos poseen la vocación y las herramientas óptimas (éticas, intelectuales y profesionales) para serlo y vestir el escudo de la Universidad de Costa Rica; basta con observar, por ejemplo, la diferencia entre la educación pública y universitaria en España y la costarricense, pues en esta última, cualquiera, literal y lamentablemente, con unos cuantos años de trabajo y publicaciones en revistas indexadas y libros, sin importar si extrae sus evaluaciones de internet desde mucho antes de que existiera ChatGPT,  puede llegar a ser catedrático, mientras en España, llegar a ese cargo es un logro muy difícil de conseguir, selecto y sumamente respetable, como en realidad debería ser. 

En fin, uno de los fines principales de los docentes de las universidades públicas costarricenses, pienso, debe ser formar, con el mejor ejemplo posible, personas críticas y que a la hora de ejercer sus profesiones lo hagan con ética, pasión y humanismo, más allá de arrogancias y presunción de títulos que en muchas ocasiones no son más que un simple pedazo de cartón y dan fe de que a veces es más “persona” un chofer de úber (trabajo que ciertos docentes discriminan) que un funcionario público con complejo de Dios ególatra.

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